Las grietas del puente romano sobre el Pisuerga que conquistó Napoleón
La Junta de Castilla y León destina de urgencia 1,3 millones de euros para reparar fallas en el histórico paso sobre el río en Cabezón de Pisuerga (Valladolid), pero los vecinos reclaman una travesía nueva para evitar su continuo deterioro por el tráfico
Los tiempos cambian y por donde antaño cruzaron los romanos y guerrearon las tropas de Napoleón ahora resopla un tractor que remolca una enorme carga de cereal. El puente de Cabezón de Pisuerga (Valladolid, 3.600 habitantes) ha perdido empaque y estabilidad, pues abundan las grietas, el pavimento nota el tráfico intenso y los hierbajos han colonizado los bloques de piedra. La Junta de Castilla y León ha invertido de urgencia 1,3 millones de euros para arreglar estos desperfectos, medida que parece insuficiente a los habitantes de la localidad, que exigen una travesía nueva para proteger este patrimonio histórico.
El plan de la Consejería de Fomento incluye sellar las grietas, reforzar las bóvedas, limpiar la vegetación invasora, cambiar el firme y reponer las farolas y los focos. El 18 de abril se cortará el trasiego de vehículos durante tres meses para centrarse en la “reciente aparición de una grieta de gran profundidad entre el paramento vertical derecho de la bóveda del vano tres y la plataforma de la calzada”, según ha indicado la Junta, una falla que compromete “la estabilidad del viaducto en el tramo afectado por el desplazamiento”, sobre todo si llueve intensamente y sufren deslizamientos. El recuerdo cercano de 2015, cuando venció un muro lateral que obligó a realizar unas obras de contención, permanece en la localidad, que reclama un paso nuevo. El alcalde, Sergio García (PSOE), pide conservar “este patrimonio impresionante que se deteriora por coches, camiones y autobuses”, algo que se acredita al acudir a la zona, con tráfico fluido. “Es muy necesario”, reclama el regidor, que cifra la posible obra en siete millones de euros.
El puente se encuentra en la parte baja de una loma muy popular para paseantes y ciclistas aficionados, con una pancarta que reza “Puente nuevo ya” desde hace años. Los nueve ojos sobre el Pisuerga y los arcos cuentan con sendos monolitos en los laterales que recuerdan un hito: la batalla del 12 de junio de 1808. El catedrático de Historia de la Universidad de Valladolid Celso Almuiña explica que este puente ha tenido siempre un peso esencial en la provincia, pues durante siglos solo hubo tres formas de cruzar el Pisuerga: el puente Mayor en la capital, el de Cabezón y otro en Simancas. “Valladolid es la Venecia de la meseta, tiene mucha agua con el Duero, el Pisuerga y el Esgueva”, ilustra el especialista.
El historiador señala que esta obra romana se renovó en el medievo y se convirtió en objeto de pugna cuando el emperador francés Napoleón Bonaparte se desplegó por España en su afán por llegar a Portugal y conquistar toda la península ante la inoperancia de Fernando VII. “La línea del Pisuerga era clave”, afirma Almuiña, que comenta que el monarca español dejó al mando de la zona al capitán García de la Cuesta para que permitiera el paso de la armada gala rumbo el oeste, pero ese militar “leal a Fernando VII” vio como “los gremios y los estudiantes universitarios lo amenazaron para enfrentarse a los franceses”. Los invasores supieron de esta oposición y reforzaron el frente que descendía desde Burgos hasta encarar el “batallón literario” vallisoletano, compuesto por 2.000 personas fortificadas en esas colinas, pero “eran un desastre” y pronto sucumbieron a la profesionalidad del ejército extranjero.
Estos soldados noveles ni siquiera aprovecharon la orografía y esperaron a los rivales “a campo abierto y pecho descubierto”, cruzando el puente, hasta que vieron a los oponentes “bien formados y vestidos”. Entonces recularon para volver a refugio y en ese puente estrecho “hubo un atasco como el de los rebaños de ovejas”, según este experto. Muchos guerrilleros intentaron atravesar el río a nado y se ahogaron, con muchos cadáveres sumados a la escabechina francesa. La resistencia claudicó ese 8 de junio y solo la mediación del obispo, el rector y el corregidor de Valladolid convenció a los franceses de no arrasar la ciudad una vez caído Cabezón.
El rumor del río se ve interrumpido por la bocina de un tractor que saluda a un vecino que pasea por la acera y que tiene que apretarse junto al lateral cuando pasan automóviles. Un semáforo regula el único carril y en ambos lados aguardan por turnos quienes usan el puente en direcciones opuestas. Este punto del río, a solo 30 kilómetros de desembocar en el Duero al sur, ofrece una vista apacible de una playa fluvial, una arboleda para merendar o jugar y la proximidad de un frontón y un campo de fútbol. Por esta carretera, añade el historiador Miguel Ángel García, iban los coches hacia Santander hasta hace unos 70 años, cuando el paso perdió relevancia gracias a las autovías pero no así tránsito diario. Tampoco queda rastro del viejo castillo que coronaba el cerro, hoy cubierto por pinos, que hacia el siglo IX vigilaba el paso. Ahora ya no hay portazgos ni tributos, sino el riesgo de que colapse una infraestructura que ha vivido tiempos gloriosos.
Babelia
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