La memoria brutal de los años salvajes de Palermo
Letizia Battaglia fotografió las décadas más terribles de la Mafia y creó una obra única, pero la dejó profundamente marcada
Entre los años setenta y noventa la Redacción de L’Ora (La Hora) periódico progresista de Palermo, era una especie de trinchera en la que unos cuantos periodistas contaban una guerra en la misma ciudad, la de los mafiosos, entre ellos y contra el Estado. En los peores momentos podía haber de uno a seis muertos al día. Lo contaron una mezcla de periodistas curtidos y jóvenes, acompañados de un elemento muy extraño, una fotógrafa. La rubita, le decían. No era normal que una mujer fuera fotógrafa de sucesos, de cronaca nera, como se dice en Italia. Se consideraba un trabajo muy duro, de hombres que soportaban ver sangre, pero ella, que cuando empezó a hacer fotos tenía más de 30 años y era autodidacta, demostró que valía para el oficio. Letizia Battaglia era muy buena. Llegaba casi siempre la primera con su moto —era un diario de la tarde, la edición cerraba a mediodía—, disparaba su cámara muy rápido, hacía muy pocas fotos, y lograba instantáneas que ya eran clásicas nada más aparecer en el periódico. Mirando atrás, casi todas las imágenes más conocidas de la Mafia siciliana de esas décadas terribles son suyas. Construyó la memoria de la lucha contra Cosa Nostra en blanco y negro.
Letizia Battaglia, que falleció el pasado 13 de abril, pagó un precio por ese trabajo, por exponerse a la constante irradiación del mal y la violencia, al toque de la muerte que dejaban los cadáveres en su mirada. Fue testigo en primera línea de tal monstruosidad, esos años salvajes de Palermo, que algo se le murió dentro. Siendo como era una amante de la vida y la libertad. Letizia, a quien tuve la suerte de conocer, era una mezcla de niña traviesa y mujer profundamente atormentada. Pasamos una mañana conversando, para una entrevista, y sobre todo le daba vueltas a la imposibilidad de vivir normalmente con todos sus muertos, sus amigos asesinados, y sus recuerdos terribles. Dijo una frase conmovedora: “Debo decirte que no se terminará nunca esta tristeza”. Vivía con ella. Había pasado de sus fotos a su interior y allí se había quedado. Letizia fue un filtro del horror para sus lectores, para Sicilia y para Italia, llegaba al lugar del crimen y elegía para nosotros una imagen, para que supiéramos, pero todo lo demás permanecía en ella como un poso amargo.
No tuvo una vida fácil, y siempre quiso ser libre. Era una hija de las bombas, pasó la infancia en Trieste en la Segunda Guerra Mundial y, tras los bombardeos, salía de los refugios a buscar tesoros entre las ruinas. Se casó muy joven, con 15 años, solo para poder irse de casa. Tuvo tres niñas, la primera con 17 años, se separó cuando nadie lo hacía y se fue a Milán a buscarse la vida. Llegó a la fotografía de casualidad, porque lo que le gustaba era escribir, pero siempre le pedían una foto. Así que se puso a hacerlas, con naturalidad, una cualidad que siempre mantuvo. Era poco estética. Buscaba instintivamente lo que atrapaba su atención.
Regresó a Palermo en 1974 y en cierto modo se convirtió en una fotógrafa de guerra. Hay que situarse en esos años de Palermo. En el verano de 1982, con un asesinato al día, L’Ora ya titulaba simplemente con el número de la contabilidad de muertos. Uno cogía el coche por la mañana y se podía encontrar un cadáver en el maletero, los dejaban en el primero que veían. La ascensión del clan de los Corleoneses de Totò Riina, como un golpe de Estado dentro de Cosa Nostra, se llevó por delante unas 1.700 personas. Se mataban entre ellos y mataban a cualquiera que se interpusiera en su camino. Policías, jueces, políticos, periodistas. Cualquiera que hiciera su trabajo. Muchos periodistas iban con pistola, pero también por miedo a algunos policías, que eran tan mafiosos como los mafiosos.
En un oscuro escenario de complicidades políticas, la verdad era lo más peligroso que uno podía saber, y publicarlo podía ser mortal. No te podías fiar de nadie y en la primera gran redada contra Cosa Nostra, en 1980, el comisario encerró a todos sus agentes en una habitación y llamó a policías de fuera de Sicilia. Ningún magistrado quería firmar la orden. Lo hizo el fiscal jefe Gaetano Costa, que fue asesinado cuatro meses después. También los periodistas a veces no firmaban. Sin palabras, Letizia Battaglia documentó todo. También recibió amenazas. Cadáveres en coches, en descampados, en las aceras.
Pero su primera foto fue de una prostituta de Palermo. Esa es la otra cara de la mirada de Letizia. Además de crímenes, lo otro que fotografió siempre, como su vía de escape cuando se perdía por las callejuelas de Palermo, eran mujeres, y la vida de los pobres. Una de sus fotos más famosas es de 1980, una niña con un balón que jugaba en la calle, La bambina col pallone. Apoyada en una pared, con una mirada dura. En 2018, gracias a un programa de televisión, volvió a encontrarla y le dijo: “Bella eri, bella sei (Bella eras, bella eres)”. Tenía el don de la elegancia.
Esa es la otra Letizia Battaglia, pero su día a día era una batalla por la democracia. De hecho, llegó a entrar en política en los noventa, cuando Palermo resurgió del terror. Con sus fotos también puso cara a los mafiosos, hasta entonces muy invisibles, temidos. Hizo una exposición de fotos en Corleone y no fue nadie, ningún vecino salió de casa. Una de sus imágenes sirvió como prueba en el proceso contra Andreotti, porque demostró que conocía a un capo y había estado con él. En una relación tormentosa que sienten muchos italianos con su país o su ciudad, amaba Sicilia, pero al mismo tiempo odiaba lo peor de su tierra.
No vivía en un precioso edificio antiguo, uno de esos maravillosos palacios de Palermo. Vivía en uno de esos barrios feos de bloques que levantó precisamente la Mafia en los años cincuenta y sesenta, cuando destruyó urbanísticamente la ciudad. El Ayuntamiento, en manos de Cosa Nostra, dio en un día más de 3.000 licencias a cinco jubilados insolventes, meros testaferros. En una noche se demolían palacios y luego emergían engendros de quince pisos.
En la hecatombe final de los Corleoneses, cuando asesinaron a los magistrados Falcone y Borsellino, en 1992, colapsó, no pudo más. Eran los últimos héroes que podía ver caer. Decidió irse lo más lejos que pudiera, y si hubiera tenido una nave espacial se habría marchado a la Luna: se fue a Groenlandia, tal cual. Duró ocho días. Entre otras cosas, fue a una pizzería y en el menú había una Pizza Mafia. Al final volvió. No podía dejar Palermo. También más tarde se fue a París una temporada, pero otra vez regresó. Y allí se quedó hasta el final, con su perro y fumando dos o tres paquetes de cigarrillos.
Babelia
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