Chistes como balas en Ucrania: humor (negro) contra la propaganda rusa
Conocidos cómicos del país actúan en refugios para animar a la población, recaudar fondos para el ejército y ridiculizar al enemigo
En Voces de Chernóbil, Svetlana Alexiévich recoge este chiste que le cuenta una de las víctimas del desastre nuclear: “El mejor remedio contra el estroncio y el cesio es el vodka Stochkaya”. Otro añade: “¿Quieres saber cuánto son siete por siete? Pregúntale a uno de Chernóbil, lo contará con sus dedos”. Son dos de las bromas que aparecen en la crónica que la Nobel de Literatura escribió sobre las consecuencias de la explosión nuclear de 1986 y definen el humor que se gastan en Ucrania: uno muy negro.
Así describe el suyo Sviat Zagaikevich, comediante que desde hace seis meses ofrece la mayoría de sus monólogos en refugios antiaéreos. Aquí una muestra: “Los soldados ucranios dicen que los invasores rusos no tienen cerebro porque las balas les entran por una oreja y les salen por la otra”. No es el único que ha cambiado los escenarios por el subsuelo y ha incluido en su actuación bromas sobre la invasión. Anya Kochegura también ha modificado su repertorio: “Mi estilo es un poco absurdo y fruto de la observación. Antes, hablaba de hacerme mayor, de la vida moderna o de los derechos de las mujeres. Ahora también de cómo han cambiado las prioridades con esta guerra y de lo estúpida que es la propaganda rusa”, explica a EL PAÍS.
La línea roja
Hace cinco años que esta mujer de 31 se dedica a la comedia. Licenciada en Lenguas Extranjeras, nació en Zaporiyia, la zona más peligrosa de Ucrania hoy porque allí está la central nuclear ocupada por las tropas rusas que tiene en vilo a Europa. Ni siquiera sabe si ha perdido a alguien o quién de los suyos pueda estar herido porque no ha visto a su familia en cinco meses y las noticias del frente llegan tarde y con cuentagotas. Pudo huir, pero prefirió quedarse en Kiev. Cuando vio que los rusos “no tenían piedad ni reglas”, entendió que los atacaban solo por ser ucranios. “Tomar conciencia de eso fue aterrador”, cuenta. Y afirma que, aunque nunca ha puesto límites a su humor, hay cosas de las que no escribe chistes sencillamente porque no le hacen gracia. “Por ejemplo, la tragedia del pueblo ucranio”. Los chistes negros los reserva para el enemigo.
No es la única artista que lo hace. Porque Chernóbil fue un accidente, pero esto es una guerra y Rusia la empezó. “Antes, yo conocía todo eso por los libros de Historia. Pero ahora es lo que vivo en tiempo real”, cuenta Kochegura. La misma línea roja marca su compañero Serguéi Lipko, especialmente desde marzo, cuando cambió el micrófono por el fusil y el teatro por el campo de batalla. Él conoció al presidente Volodímir Zelenski en 2017 cuando participó en un concurso de televisión que consistía en que un aspirante a cómico consiguiera hacer reír a uno veterano. Lipko lo logró con el hoy mandatario. Aquella tarde, y ante millones de espectadores, los dos compartieron consejos y chanzas en ruso. Hoy, ambos hablan en ucranio, otra señal de que la invasión de Ucrania ha alineado a políticos y cómicos.
Humor gubernamental
Lipko dio sus últimas actuaciones vestido con el mismo uniforme que desde hace seis meses usa Zelenski, que hizo su último chiste el 22 de marzo. Fue en una rueda de prensa, cuando un periodista le preguntó quién era su líder mundial preferido: “Mi esposa”, contestó. Fue una broma blanca, el cargo obliga, pero quienes están un peldaño o dos por debajo son más directos y no dudan en oscurecer el tono. Vital Kim es gobernador de Mykolaiv, la región más bombardeada en las últimas semanas por el ejército ruso, hace todo tipo de performances que cuelga en sus redes sociales, donde duda en referirse a los soldados rusos como “los orcos”.
No es la única referencia a El señor de los anillos ni la única institución que usa el humor para atacar al adversario: la cuenta en Twitter (@Ukraine) del Gobierno hace memes con personajes de dicha saga contra Putin, sus soldados y sus mensajes. Esa tarea no nació con esta guerra: la cuenta ofrece esos chistes desde 2014, año de la primera invasión rusa en Crimea y lo hace también en inglés, señal de que el mensaje de las instituciones va dirigido hacia afuera. Los cómicos se han unido a esa tarea, pero hablan en ucranio y su público es doméstico. Lo representa bien el canal de YouTube #undergroundstandup, que se creó en 2015, y que en los últimos meses ha cogido mucha fuerza.
La pesadilla de los matices
En ese canal ha actuado Kochegura, que tiene la agenda completa hasta mediados de septiembre. Puede parecer mucho trabajo para un país en guerra, pero es que su labor ya no es solo hacer reír. “No estoy en el ejército, pero al menos puedo ayudar desde la retaguardia. Porque también donamos parte de lo recaudado con las transmisiones en línea a nuestros guerreros“.
Al preguntarle si ha convertido el humor en una forma de contrapropaganda, responde que sí: “Yo escribo textos sobre el relato ruso y pongo de manifiesto hasta qué punto es falso. No debemos creerles. También hablo de lo valiente que es nuestra gente y de que nadie nos puede vencer.” El humor puede servir para criticar usos y costumbres y fiscalizar al poder. Kochegura también lo hace, pero sus “víctimas” ahora son del mismo bando: “Políticos e instituciones internacionales que no cumplen sus promesas de ayudar a Ucrania”.
“La pesadilla son los matices”, escribió Alexiévich en La guerra no tiene rostro de mujer explicando lo difícil que es no verlo todo blanco o negro, bueno o malo, cuando lo que está en juego es la vida. También lo hacen los humoristas, cuya tarea como propagandistas es tan vieja como los combates cuerpo a cuerpo. En España, sin ir más lejos o tan cerca como a su Guerra Civil, es lo que hacía La Ametralladora, revista creada en 1937 que dirigió Miguel Mihura para atacar al contrario y elevar la moral de las tropas sublevadas. El mismo papel tenía en la parte republicana No veas, editada en Madrid por el grupo La Gallofa, capitaneado por el pintor José Bardasano Baos. En Inglaterra, durante la Segunda Guerra Mundial, la BBC pretendía algo parecido con los programas radiofónicos satíricos que arremetían contra Hitler y los suyos destinados a la población alemana. En el siglo XX, esa labor humorística de contrapropaganda se hacía sobre el papel y en las ondas. Hoy tiene su principal canal en las redes sociales, pero su misión es la misma: elevar el ánimo y ridiculizar al enemigo. También espantar el miedo.
Espantar el miedo
“Yo pasé toda la invasión en Kiev. A las primeras personas que evacuaron las mandaron con sus familias, pero dos días después las devolvieron a casa. Muchas decían: ‘¡Mierda! Bueno, al menos los misiles no preguntan cuándo podrán ver a sus nietos’”. Preferir una bomba a la familia es un chiste que hace Kochegura para “ahuyentar los temores de la gente y que se sienta menos sola”. Son los mismos argumentos que da Vital Kim cuando alguien le reprocha que frivolice sobre lo que pasa. Y los que le dieron las víctimas a Alexiévich sobre las bromas macabras: “Nos encantaban los chistes en Chernóbil. El humor negro. La única salvación es el humor”.
Kochegura actúa en bares, pero sobre todo en refugios. Un día, en medio de una actuación, se oyó un estruendo. Todos pensaron que era una bomba, pero era el ruido hecho por los clientes de un bar cercano que celebraban un gol. “Me giré y le dije al público que menos mal: habría sido una pena que lo último que escucharan en su vida fueran mis chistes. Se rieron mucho y a mí eso también me anima y me hace sentir útil”.
La cómica reconoce que en seis meses de desconcierto y dolor ha aprendido a valorar lo más básico: “Estoy viva, así que estoy bien”, dice relativizando su situación. En el libro sobre Chernóbil se lee ese mismo consuelo: lo importante es estar vivo y hacer bromas es la señal de que se mantiene el ánimo. Así se lo confiesa un testigo a Svetlana Alexiévich en un momento en el que aún no se conocían todas las secuelas que iba a dejar el desastre nuclear. También le contó que el tiempo fue desvelando lo que iban a durar: toda la vida. “Y de pronto, desaparecieron los chistes”, le explicó a la periodista, dejando claro hasta qué punto el humor es un indicador de que aún queda esperanza.
Babelia
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