Springsteen pone el turbo
Para su disco soul, Bruce presenta una voz áspera, estentórea, bien alejada de sutilezas
¡El disco de soul de Bruce Springsteen! ¿Cómo demonios ha tardado tanto? Y, sobre todo, cómo explicar que haya salido tan adiposo y tan exagerado. Provisionalmente, echemos la culpa a Jon Landau.
Landau, ya saben, escribió en 1974 la predicción inmortal: “He visto el futuro del rock and roll y su nombre es Bruce Springsteen”. Al poco, ejercía de productor, mánager y educador del chaval de New Jersey, al que se empeñó en convertir en el nuevo John Ford. Aunque su medio de expresión fuera otro: el ciclo de canciones, coloquialmente conocido —a algunos de ustedes les sonará— como “el LP” o “el álbum”.
Antes del decisivo encuentro, Landau ejercía de crítico discográfico, un oficio tan mal pagado que estaba cambiando esa labor por la de productor. Curioso: trabajaba con cantautores (Livingston Taylor, risueño hermano de James) y algún grupo de rock (domó fugazmente a los feroces MC5); sin embargo, no se acercó a su música favorita —el soul— excepto para escribir ditirambos de Aretha, Otis, Sam & Dave o Wilson Pickett.
Hay una explicación para el hecho de que tomara esas precauciones. La producción del soul estaba, comparativamente hablando, casi industrializada. No había grandes presupuestos: se trabajaba con eficaces músicos de estudio, generalmente a partir de obras de compositores profesionales, con vocalistas muy dúctiles y con memorias frescas de sus peripecias amorosas.
El resultado eran canciones concentradas y breves (rara vez llegaban a los tres minutos), grabadas habitualmente en tandas de dos temas en unas pocas horas, sin los psicodramas del “quiero ser artista”. La ratio de duración e intensidad resultaba inmejorable. Imagino que Jon Landau hubiera recordado esas lecciones si le hubiera tocado sentarse tras la mesa de grabación para producir Only the Strong Survive, el disco soul de Spingsteen. Pero, tras sufrir una operación cerebral en 2011, Landau parece haberse distanciado del día a día de Bruce. Aquí figura como “productor ejecutivo”, lo que vaya usted a saber qué implica.
En su lugar está Ron Aiello, un productor todoterreno que, por lo que yo sé, nunca había grabado soul. Y se nota: las canciones duran pelín más de lo necesario, muchos arreglos carecen de finura y los coristas parecen cobrar por presencia más que por inspiración. Pero no son trabas fatales; el problema principal reside en la estrella.
Springsteen se ha curado en salud explicando que, en los sesenta, cuando él y su banda actuaban por los clubes de la costa, debían incluir soul sí o sí. Claro, pero es diferente tocar para que baile un público achispado a grabar para todo el planeta (según Bruce, dos terceras partes de su fandom residen fuera de Estados Unidos; una buena porción de su público original le ha abandonado por su militancia demócrata). Así que ha optado por el significador más evidente: una voz áspera, lijosa, estentórea, bien alejada de las sutilezas del mejor soul. Cierto que se controla cuando no grita (ejemplo: The sun ain’t gonna shine anymore, el baladón de los Walker Brothers), pero no esperen encontrar aquí la proyección y, paradójicamente, la intimidad emocional de discos como Nebraska.
Oiga, no importa. La incorporación de este repertorio, aún con su presente forma tosca, puede incluso iluminar sus conciertos, si supone echar el lastre de tantas canciones hinchadas de sus últimos tiempos. Brindo por eso.
Babelia
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