Bono se desnuda emocionalmente en Madrid en su concierto más atípico
El líder de U2 ofrece un espectáculo íntimo para 1.300 personas donde canta y cuenta historias de su vida para que el público entone, ría y llore
Sale al escenario. Mira a un lado. No está The Edge. A su izquierda ni rastro de la elegante figura de Adam Clayton. Tampoco desde el fondo impactan en la batería las baquetas de Larry Mullen Jr. La audiencia vocifera y aplaude. Pero no suman 40.000, como es habitual en un concierto de U2. Solo 1.300. De la escenografía también podemos hablar: ni pasarelas ni huevos dorados gigantes ni voluminosas pantallas circulares. En efecto, estamos en el concierto más atípico de la carrera de Bono, ese mesiánico dominador de masas que anoche se convirtió en un ser humano cercano, de carne y hueso, nuestro colega, ese que ha vivido más que nosotros y que sabe cómo contarlo y cómo cantarlo. Fue como si el hombre que ha dominado el rock de estadio durante los últimos 40 años nos llevase al porche de la parte de atrás del pub, nos pasase el brazo por el hombro y nos dijese: “Déjame que te cuente…”.
Ocurrió anoche en el teatro Coliseum de Madrid, en pleno centro de la capital. Un espectáculo íntimo, a contracorriente, delicioso, único. Bono (nacido hace 62 años en Dublín como Paul David Hewson), que siempre quiso ser David Bowie, se pareció anoche mucho más a Bruce Springsteen y desgranó una función en la línea de la que ha ofrecido el autor de Born to Run en el Broadway neoyorquino. La base es la misma: la edición de un libro de memorias. A partir de ahí consiste en contar historias de ese texto, interpretar canciones, desvelar pecados de juventud, confesar temores, detenerse en intimidades y teatralizar episodios relevantes de su vida. El libro de Bono se acaba de publicar y se titula Surrender. 40 canciones, una historia (Ed. Penguin). Un volumen de 670 páginas (gana a las memorias de Springsteen, con 561), una biografía de rockero distinta de las que nos tiene acostumbrados el género: arrincona el canallismo (quizá no haya mucho que rascar en ese sentido) y transciende desde la reflexión y la filosofía. Porque pocos músicos han dormido la siesta en la Casa Blanca. Bono sí.
Todos los espectadores tuvieron que introducir sus móviles en unas pequeñas bolsas que se cerraban y solo se podían abrir al final del concierto con un aparato similar al que quita las alarmas de la ropa en las tiendas. Ya solo esa situación (¿y si les pasa algo a los niños mientras estoy sin móvil?) propició una velada especial. Tampoco se consideró posible la entrada de fotógrafos de prensa. Las imágenes que ilustran esta crónica han sido proporcionadas por el equipo del artista. Bono se vistió con ropa negra y llevó sus ya familiares gafas redondas de espejos anaranjados. Un par de mesas y unas sillas fue todo lo que el cantante necesitó anoche. El escaso mobiliario sirvió de elemento narrativo: ahí se sentaron los diferentes personajes de la historia, seres invisibles a los que dio vida el cantante con su imaginación. Tres músicos le acompañaron durante las dos horas de espectáculo: una arpista (Gemma Doherty), una chelista (Kate Ellis) y un percusionista y teclista (Jacknife Lee). Ellas apoyaron con sus voces al protagonista cuando la canción lo precisó. Al fondo, unas pantallas ilustraban las historias y canciones con dibujos del propio cantante.
Quizá no se pueda hablar de concierto porque se repartió el tiempo a partes iguales entre música y monólogos. “Me siento un poco travieso esta noche, pero tengo el permiso de The Edge, Larry y Adam para hacer esto”, dijo en castellano nada más empezar. Fue una excepción porque habló casi siempre en inglés y no hubo subtítulos. La función resultó flexible, con momentos para la risa, las palmas o la lágrima. Después de tantos años actuando ante multitudes, Bono no prescindió de dirigir el micrófono a la audiencia en alguna ocasión. Las canciones sonaron en una frecuencia ralentizada. Buena parte del concierto estuvo bañado por un aíre místico, casi de iglesia. Quizá la palabra sea espiritual. Y, viniendo de un hombre con tanta fe como Bono, es muy posible que él disfrutase las canciones más que en un entorno rockero. Porque nunca los temas de U2 sonaron igual que anoche. Este tono crepuscular fabricó un ambiente mágico en varios momentos. El dolor se podía tocar cuando describió la muerte de su madre (Iris), por un aneurisma cuando él tenía 14 años. “Entonces lo que antes era un hogar se convirtió en una casa. Tres hombres [él, su hermano y su padre] llenos de rabia y melancolía”, describió.
La compleja relación con su padre (que falleció en 2001) acaparó buena parte de la noche. El cantante se desnudó emocionalmente contando cómo él anhelaba encontrar la aprobación de su padre, pero ni cuando era una estrella del rock aclamada por el mundo lo consiguió. Escenificó la relación con conversaciones en las que él hacía de sí mismo y del padre. Derrochó dotes interpretativas moviéndose con dramaturgia y jugando con los tonos de las voces. Y hubo química con el público desde el primer momento, seguramente la audiencia más participativa de una gira que ha pasado por Canadá, Estados Unidos y algunas partes de Europa como Reino Unido, Francia o Alemania. El público le jaleo, hizo sonar las palmas en las canciones y coreo estribillos. Eso sí, aguantó sentado hasta la triunfal ovación final. Algunos también se quejaron de que el sonido del micrófono no se escuchaba bien en la parte donde ellos estaban. La protesta se disipó tras los primeros 15 minutos.
El protagonista también habló de su pareja, claro, Ali Hewson, que seguro estaría entre bambalinas y a la que tantas páginas dedica en Surrender. Se conocieron cuando estudiaban en la universidad y ya nunca se han separado. Suman 40 años de matrimonio. “Ella me salvó la vida”, dijo en varias ocasiones. En una de sus crisis como pareja compuso With Or Without You, que anoche interpretó y solo le faltó, en un intenso final, arrancarse los botones de la camisa y mostrar su pecho desnudo. Fue tan íntimo y terrenal lo que ofreció el irlandés que lo que nos ha mostrado las últimas cuatro décadas en estadios con U2 parece como una parodia de las estrellas del rock, una especie de Spinal Tap de lujo. Interpretó Where The Streets Have No Name, Beautiful Day, Vertigo, Desire… Y por primera vez comprobamos las diabluras vocales que puede afrontar sin los trucos de la tecnología de los conciertos multitudinarios.
En el capítulo del humor conviene mencionar cuando imitó a Pavarotti, a la princesa Diana de Gales (descacharrante el encuentro de su padre con ella) o a su mítico manager, Paul McGuinness. E incluso cuando interpretó a su cirujano, que le operó de corazón en 2014 cuando Bono, según confesó, estuvo “a punto de morir”. Sunday Bloody Sunday se escuchó estremecedora, con las cuerdas del arpa realizando la función de la guitarra de The Edge. Y Pride (In the Name of Love) emergió con el logotipo del concierto de Live Aid al fondo. Mencionó, por supuesto, su activismo y lo mucho que se ha conseguido para luchar contra el Sida o la pobreza en África (dio las gracias, por cierto, a Penélope Cruz por su labor humanitaria), pero estuvo comedido en este sentido. Se trataba de contar su historia y la de su banda y este espectáculo logra transmitir, incluso más que un concierto del grupo, lo importante que ha sido U2 para la música pop.
La velada finalizó con una interpretación a capella de Torna a Surriento, una pieza napolitana que adoraba su padre en las voces de sus tenores favoritos. Justo después, Bono se marchó entre ovaciones dejando en llamas el corazón que había abierto a 1.300 privilegiados. Es muy posible que su padre, allá dónde esté, se sienta, esta vez, orgulloso de él.
Babelia
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