Leño: por qué fueron tan importantes y por qué se separaron y nunca volvieron
Un libro aporta nuevos datos sobre algunos enigmas del que seguramente fue el grupo más querido del rock español. Reconstruimos su historia
Nadie recuerda el último concierto de la historia de Leño. Ni siquiera los tres componentes. Se sabe que ocurrió en el último tramo de 1983. Nada más. Ni la ciudad, ni detalles del repertorio, ni un abrazo final en el camerino. Todo se pierde en el laberinto de la memoria. O se desea perder. Así de extraño fue el final de, seguramente, la banda más querida del rock español. Ramiro Penas, batería fundador, bucea entre sus recuerdos hoy, pero esto es lo único que encuentra: “Una de las últimas actuacio...
Nadie recuerda el último concierto de la historia de Leño. Ni siquiera los tres componentes. Se sabe que ocurrió en el último tramo de 1983. Nada más. Ni la ciudad, ni detalles del repertorio, ni un abrazo final en el camerino. Todo se pierde en el laberinto de la memoria. O se desea perder. Así de extraño fue el final de, seguramente, la banda más querida del rock español. Ramiro Penas, batería fundador, bucea entre sus recuerdos hoy, pero esto es lo único que encuentra: “Una de las últimas actuaciones fue en un pueblo de Albacete. Llegamos allí y habían puesto un escenario sobre dos remolques de tractor. El equipo estaba tirado porque los chicos que lo montaban no podían hacerlo en ese escenario tan lamentable. Y dijimos: ‘Bueno, pues ya no, en estas condiciones no podemos seguir’…”. Penas habla por teléfono desde Valencia, donde vive. Ya no se dedica a la música. Tras el final de Leño actuó con Llámalo X, Los Tranquilitos, Gran Jefe… Hoy toca ocasionalmente con los amigos por diversión. Tiene 67 años y un hijo. Sale a pescar de vez en cuando (en su foto de perfil de WhatsApp posa orgulloso con un pez de considerables dimensiones) y se gana un dinero como carpintero náutico. Rosendo Mercado (Madrid, 68 años), voz y guitarra, se retiró en 2018 de la música. Vive con su pareja en un pueblo de Burgos, apartado de todo. El bajista Tony Urbano falleció en 2014, con 58 años.
Rosendo, Ramiro y Tony. La alineación marcada a fuego por los miles de seguidores de Leño. Guitarra, voz, batería y bajo. Para qué más. Leño tocaba sobre los escenarios con mucha mala leche. Ramiro, siempre fibroso, pegaba estacazos a su batería; Tony presionaba el bajo con energía punk y Rosendo escupía su rabia con una voz curtida en las aceras de Carabanchel, el barrio de Madrid donde se formó el trío. Vociferaban el mensaje crispado de los barrios marginales. “De Leño aprendimos que se debía tocar con el corazón, que los textos eran importantes, que las canciones necesitaban más alma que técnica, que los temas de la calle, del barrio, de la gente normal, nos llegaban más que ciertas profundidades pseudofilosóficas, que no hacía falta comprar ropa en Londres para ser músico y, sobre todo, que en España se podía hacer rock y ser escuchado”, cuenta para este reportaje Iñaki Uoho Antón, componente de Platero y Tú y Extremoduro. Fito Cabrales reconoce: “El primer disco de Leño me voló la cabeza. Esas letras... No sabía qué narices significaban, pero no dejaba de escucharlas”. Cabrales se refiere a temas como El tren, Este Madrid, Castigo, El oportunista...
Aquel primer larga duración, Leño, irrumpió en 1979. No se había escuchado algo tan borrico en el rock español del momento. Canciones largas, desarrollos progresivos, mensajes chungos. Tres tipos tocando en las trincheras. “No nos considerábamos artistas: éramos trabajadores del rock”, apunta Penas. A mitad de la grabación, el bajista, Chiqui Mariscal, se marchó y entró Tony Urbano para confeccionar el trío clásico. Los otros dos discos de estudio (Más madera, de 1980, y ¡Corre, corre!, de 1982) varían en lo musical: canciones más cortas, sonido menos violento. Abandonan el rock pesado por el rock and roll, pero el malestar sigue en los textos, al igual que una reivindicación de su oficio: no se vende el rock and roll. También lanzaron En directo, grabado en 1981 en tres conciertos en la sala Carolina de la capital y con varias canciones nuevas. Y se acabó: seis años, cuatro álbumes y la impresión de que lo dejaron justo cuando viajaban hacia su mejor momento.
Ahora sabemos más detalles gracias a los dos libros autorizados y más documentados sobre el trío y su líder, Rosendo Mercado, escritos por los madrileños Kike Babas y Kike Turrón: Maneras de vivir: Leño y el origen de rock urbano (2013) y Rosendo. Quiero que sueñes conmigo (2022). “Muchas de las letras de Rosendo son casi existenciales. Exponen su rabia interna y ahí está toda la historia y filosofía del grupo”, afirma Babas. Leño creo su propio coto y de lo de fuera desconfiaban, sobre todo de los despachos y el poder. Uno de sus éxitos tardíos, Que tire la toalla, por ejemplo, está dedicado a Adolfo Suárez.
Pero esa unidad del trío se rompió demasiado pronto. El final de Leño fue chocante y agrio. Desde fuera no se entendía: estaban en su mejor periodo. Las causas de su disolución las expone uno de sus biógrafos, Kike Babas: “Hay dos motivos. Aunque el grupo firmaba las canciones entre los tres, igual habría que haberlo hecho de la siguiente manera: un autor y dos arreglistas. Rosendo se da cuenta de que él solo se vale como autor, y a su carrerón posterior me remito. Y la segunda razón es que hay un desgaste personal. Era una época de una España muy salvaje. Y ellos son tres macarras de barrio dándolo todo, en todos los sentidos”. Ramiro Penas reconoce los roces entre ellos: “Llevábamos tiempo con alguna discusión, sobre todo Rosendo y yo, ya que Tony era más tranquilo. Eran asuntos musicales y también por el tema del reparto económico. Y luego el entorno no ayudaba. Estábamos todo el día en el local ensayando, pero el apoyo de discográfica y manager no existía. Además, nosotros discutíamos mucho. Lo veíamos todo negro”. Aunque estuvieron un tiempo sin contacto tras la disolución, recuperaron la relación y hoy Rosendo y él se llevan “de maravilla”. “Hablamos y nos vemos de vez en cuando”, dice el batería.
Rosendo, que se ha disculpado por no ofrecer declaraciones porque “está retirado”, explica en los libros de Babas y Turrón que se “sentía solo” en el tema de la composición, sin recibir ayuda de sus compañeros. “Sí, le dejábamos un poco abandonado. Con toda la razón se queja, sí”, asume el batería. También expone Rosendo que quizá les hubiera hecho falta una mano amiga fuera de su estrecho círculo, una especie de consejero o representante, implicado y en el que confiaran. “No tengo claro que en caso de existir esa persona le hubiesen hecho mucho caso. Ellos eran muy cerriles, chavales de barrio proletario… Ensayaban hasta las diez de la noche y luego se metían en un bar a jugar al billar y a los chinos y salían a las cuatro de la madrugada. Cada vez que tenían que pisar un despacho fruncían el ceño, recelaban de casi todo”, cuenta Babas. “No pasaba nada, no ganábamos dinero y la relación entre nosotros ya no era de colegas”, cuenta Rosendo en el libro para justificar el final del grupo.
Con la decisión de la disolución ya tomada, el trío aceptó la oferta de Miguel Ríos para unirse a Rock de una noche de verano, la mayor gira del rock en España hasta la fecha. Se desarrolló de junio a septiembre de 1983. Treinta y tres fechas, la mayoría en estadios y algunas con una audiencia de 40.000 personas. Nunca Leño había tocado ante tanta gente y en tan buenas condiciones de sonido, equipo, comodidad y rentabilidad económica (ganaron un millón de pesetas cada uno, 6.010 euros). Abría Luz Casal, luego salía Leño y cerraba la estrella, Miguel Ríos, en lo más alto de su carrera después de los discos Rock & Ríos (1982) y El rock de una noche de verano (1983). Terminada la gira, la realidad: un escenario sobre dos remolques. “Leño no había ni rozado el éxito cuando Miguel Ríos los llama. Justo en ese momento en el que toman la decisión de separarse cuentan que por fin habían conseguido un local propio donde ensayar. Local que no llegaron a usar. Leño era un grupo que destacaba, pero dentro del underground”, señala Turrón.
El propio Rosendo asume en el libro que la leyenda del grupo se generó después. Todos los consultados afirman que a la reivindicación del trío contribuyó el éxito de su carrera en solitario. Una carrera que arrancó como una pesadilla, porque el final de Leño traía una coda desagradable. El grupo debía un álbum a su discográfica, Zafiro. “La gente de los puestos bajos de la compañía era maja, pero los que mandaban eran tipos con traje que no nos quería ni ver. Creo que eran del Opus”, explica Ramiro. El trío se ofreció a grabar el disco que debían y finiquitar el acuerdo, pero la compañía les comunicó que querían una ampliación del contrato por cinco años. “O si no, no nos daban un duro para grabar ese quinto disco. Era un chantaje: no aceptamos”, informa el batería. Hubo una demanda de Zafiro y un juicio. El juez decretó que nadie le debía nada a nadie. Salió perjudicado el grupo, que tuvo que renunciar al porcentaje por las ventas de sus discos. Además, el nombre de Leño lo había registrado la compañía.
Rosendo, Ramiro y Tony no tenían nada. Un endiablado entramado legal que impidió a Rosendo publicar su primer disco en solitario hasta dos años después. El título definía perfectamente su malestar: Loco por incordiar (1985). Otro de los enigmas sobre el trío es por qué nunca resucitaron su carrera, teniendo en cuenta una reivindicación constante de su cancionero y de lo que representaron. Extremoduro, Barricada, Pereza, Los Enemigos, Héroes del Silencio, El Canto del Loco, Reincidentes, Marea… La lista de grupos que los idolatran es amplia. “Al menos en cinco o seis ocasiones nos ofrecieron una suma elevada para dar ese paso. Siempre dijimos que no, sobre todo Rosendo, que ya tenía encauzada su carrera”, dice Penas. Alguna de esas ofertas llegó cuando la carrera en solitario del vocalista estaba estancada. Babas aclara: “Me consta que una de las cifras era mareante: por hacer una gira con condiciones espectaculares. Pero una de las características de Rosendo es la honestidad. He conocido a mucha gente en la música y nadie tan íntegro como él. La palabra de Rosendo es la palabra. Leño se acabó y no hay vuelta atrás”.
Rosendo sumaba otra teoría. “Es que la idea que tiene la gente de Leño en su cabeza ya no existe. Hoy salimos los Leño al escenario y la estampa que damos es lamentable. No quiero cargarme el recuerdo de la gente”, comentó el cantante a este periodista en una entrevista de 2008. Leño se juntó en 2010 para tocar 20 minutos (sonaron, entre otras, El tren, La fina y un Maneras de vivir con Miguel Ríos) en la sala Caracol de Madrid. Los asistentes eran amigos, periodistas e invitados. Unos 250. Fue para la presentación de un disco homenaje al grupo, Bajo la corteza, donde cantaban sus temas Luz Casal, Barricada, Extremoduro, M-Clan, Antonio Vega, La Shica… Cuatro años después moría el bajista, Tony Urbano.
Lo dejaron cuando no se creían la historia, no se reunieron en 30 años a pesar de las potentes ofertas económicas y han desparecido sin ensuciar ni un centímetro su reputación. Por eso la leyenda de Leño sigue viva.