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Ayanta Barilli: “Mi padre, para mí, era padre, madre, gato, libro, todo”

La escritora presenta su libro ‘Si no amaneciera’, donde recrea la despedida de una hija a su padre nonagenario, en pleno duelo por la muerte de su propio progenitor, Fernando Sánchez Dragó. “¿Y ahora, qué?”, se pregunta.

La escritora Ayanta Barilli, en Madrid.
La escritora Ayanta Barilli, en Madrid.Bernardo Pérez Tovar
Luz Sánchez-Mellado

La autora en promoción espera en el sitio convenido tomando un té con su editora. Lleva dos días concediendo entrevistas a destajo sobre su libro, apenas dos semanas después de haber enterrado a su padre, Fernando Sánchez Dragó. Luce un vestido camisero negro con topos blancos, como de alivio de luto, aunque se nota que lleva el duelo impreso en el tuétano. Ni muy alta ni muy baja. Muy, muy delgada. El anguloso rostro levemente maquillado y media melena zahína con cinco dedos de raíces canosas lindando con la frontera de antiguos tintes. Ni su exquisita cortesía ni su sonrisa franca y cómplice en algún momento restan hondura a sus ojos tristísimos.

Me da apuro decírselo y no decírselo: le acompaño en el sentimiento.

Muchas gracias. A mí me pasaba igual. De joven, daba como vergüenza, no sabía una cómo dar el pésame, y eso que mi madre murió cuando yo tenía 10 años. Luego, de adulta, te das cuentas de que estas fórmulas antiguas de cortesía tienen todo el sentido. Un sentido profundo. Importan.

Ha dicho que su libro es una “larga despedida de una hija al padre” y que tardó cuatro años en escribirlo. ¿Se estaba preparando para la muerte del suyo?

Claro. No hace falta ser un lince para saber que iba a ser un tránsito muy difícil, porque mi padre, para mí, era padre, madre, gato, todo. Porque crecí con él, por el hondo amor que nos teníamos, por la pasión creativa que compartíamos, por lo tremendo que fue siempre. Con él, se me mueren los libros que he leído, los que he escrito, los que escribiré. No estoy hoy especialmente optimista.

Pero su padre decía, incluso se pavoneaba, de estar como un toro y de comérselo todo.

Y se lo comía, de hecho. Pero yo lo conocía muy bien y sabía que él, que siempre tenía un manojo de globos en cada mano, iba soltando hilos al cielo. Tengo una edad, muchas pérdidas a la espalda, y hay algo que he aprendido a reconocer en las personas mayores, y que cuando lo veo me aterra. Una especie de desapego hacia el mundo, hacia los demás, hacia ti. Lo vi en mi padre hace unos años. Por eso escribí el libro.

Con él, se me mueren los libros que he leído, los que he escrito, los que escribiré. No estoy hoy especialmente optimista”

Él tuiteó una foto con su gato por la mañana y cayó fulminado. Usted no pudo despedirse en vivo de él. ¿Le pesa?

Firmo esa muerte. Te evitas la enfermedad, el dolor, la angustia de que te vas. Murió como vivió: poniéndose el mundo por montera, dejando a todos estupefactos una vez más. Ahí os quedáis, ancha es Castilla. En ese aspecto, chapó por él.

¿Y cómo se quedó usted?

Pues eso, estupefacta. Primero, por el estupor de haber hablado minutos antes con él. Luego, con el vértigo en las tripas de pensar: Y ahora, qué. De ver a cien fotógrafos en la puerta para acribillar nuestra intimidad en el entierro en un circo infame, cuando yo no podía ni caminar. Pensé entonces en uno de los mantras de mi padre: “aprovecha el impulso del enemigo”. Y tiré adelante.

¿Quién es el enemigo?

Este dolor que me impide hablar, relacionarme, celebrar un libro que me ha costado sangre, sudor y lágrimas escribir. Esos días pensé que no iba a ser capaz. Pensé en retrasar la salida del libro, la promoción, todo. Pero, además de en otras cuestiones de pura responsabilidad, pensé en qué hubiera hecho él y en otro de sus mantras: “nada importa nada”. Antes, me enervaba ese desapego suyo. ¿Cómo que nada importa? Claro que importa. Pero mira, llevo dos días presentando el libro y estoy hablando más de mi padre que de cualquier otra cosa. Es una manera de recordarle. Siento que él me acompaña.

Barilli, en la cafetería del Hotel de las Letras de Madrid.
Barilli, en la cafetería del Hotel de las Letras de Madrid.Bernardo Pérez Tovar

¿Nunca quiso matar al padre para poder crecer libre de su sombra?

¿Más libre? Cuando eres hija de un padre como el mío, la gente está llena de prejuicios respecto a ti. No he sentido a mi padre como una sombra, sino como un chorro de luz. Nadie me ha divertido tanto como él. Incluso en esta última etapa en la que ha pasado por todo tipo de salidas del tiesto, de ideologías y de intereses que yo no compartía para nada. Sé que suena poco serio y se puede malinterpretar, pero mi padre me ha hecho gracia hasta el último día. Porque yo sabía que era un arlequín. Que todo formaba parte de su material literario. Ya se lo decía mi abuela, una señora finísima, de familia bien, rubia, divina con sus perlitas: “Ay, Nano, contigo llegó el escándalo”.

¿Y a usted, le escandalizó el pasaje del libro de su padre donde narra su encuentro sexual con dos niñas?

En absoluto, eso tiene que ver con su literatura, con sus hipérboles, con sus exageraciones. Le afectó más a él. Vivió la transición entre una época en que podías escribir lo que te diera la gana y la de ahora, donde la corrección política, necesaria para reconducir determinadas cuestiones, lo arrolló de pleno. Quien lo pagó fue él, no yo.

¿Le han afectado los comentarios en los medios y las redes tras su muerte?

No he leído nada, pero me lo cuentan. En algunos medios, particularmente en la televisión, habita el enemigo. Y de las redes sociales ni hablamos. Son enemigas de la cortesía, la discreción, los buenos modales. Intento vivir en otro mundo, el que construyo a mi medida. Allá ellos.

Mi padre me ha hecho gracia hasta el último día. Porque yo sabía que era un arlequín. Que todo formaba parte de su material literario”

De adolescente, era usted quien le pedía a su padre que le pusiera una hora de llegada a casa, y no al revés. ¿Eso marca carácter?

Es que, imagínate, todos mis amigos tenían hora de llegada, menos yo. Yo le decía que me pusiera límite y él, socarrón, tumbado en el sofá, me decía que ya sabría yo a qué hora volver según lo que tuviera que hacer al día siguiente. Era alguien libérrimo. Yo he visto de todo. Yo he vivido con mi padre y dos mujeres. Y lo de la hora, que a algunos les puede parecer insensato y peligroso, a mí me dio un sentido de la responsabilidad enorme, que me acompaña hasta hoy. Para empezar no he mentido nunca porque no me ha hecho falta, no juzgo jamás a nadie y me hice responsable de mí misma desde muy pequeña.

¿Ha seguido usted la misma política con sus hijos, hoy ya adultos?

No, digamos que yo no he tenido sus agallas. Para eso hace falta ser muy valiente y mi padre lo era, para bien y para mal.

Publicó su primer libro, Un mar violeta oscuro, que quedó finalista del Premio Planeta, al filo de los 50 años. ¿Por qué tardó tanto, o tan poco, en lanzarse?

No tenía ningún plan. Dejé de ir al colegio a los 13 años. No me gustaba y mi padre me dejó libertad para ir experimentando. He tenido un sabio al lado. Siempre me ha llenado contar historias. Y lo he hecho con el ballet, con la radio, con el periodismo, con la interpretación, con la radio. Estaba buscando cuál era mi verdadera vocación y lo tenía delante: escribir, lo que pasa es que no quería asumirla, porque tenía el padre que tuve, y ya había un escritor en casa. Hasta que empecé y fue como cuando te pruebas un vestido y ves que te queda clavado.

Como el que lleva hoy, blanco y negro, a juego con sus canas al aire. ¿Está en la transición al pelo blanco?

Sí. Hubo un momento en que me harté. No puedo más con perder el tiempo en la peluquería, con el tener que estar guapa de una determinada forma. Me da igual. Basta. Además, tengo mucha curiosidad, a diferencia de otras personas a quienes eso les angustia, por saber cómo voy a ser de vieja. No es que quiera serlo, todo se andará. Pero quiero verme como soy, sin truco, en todas las etapas de mi vida.

Tengo mucha curiosidad, a diferencia de otras personas a quienes eso les angustia, por saber cómo voy a ser de vieja”

¿Qué cree que les pasa a quiénes sí les angustia ese asunto?

Supongo que tiene que ver con el miedo. Intento que no me gobierne ese tipo de miedos. Morirte te vas a morir, no me apetece nada, pero es impepinable. Y respecto al físico, yo, que siempre he sido muy insegura, que siempre he sentido que no me sabía vestir, que no tenía ningún estilo, veo ahora fotos mías antiguas y pienso, Ayanta, qué imbécil eras, estabas estupenda. Estoy en ese proceso de aceptación. Esta soy yo, con estas canas y estas arrugas. Y, dentro de cinco años, quiero verme como soy.

¿Está en su peor momento emocional y en el mejor vital?

Extrañamente, sí. Tengo dominio de mí misma, no de lo que ocurre alrededor, pero por lo menos me conozco más, me sé gestionar, y eso es un tesoro.

Ha perdido a su padre a los 54. Su hermano pequeño, Akela, el último hijo de su padre, a los 10. ¿Cómo se lleva eso?

Ese es uno de los “Y ahora, qué”, que me planteo estos días. Hay patrones familiares que se repiten de forma inexplicable. No intento explicarlo, lo acepto. Sé exactamente cómo se siente mi hermano Akela, porque yo quedé huérfana de madre exactamente a esa edad. Los duelos de los niños son diferentes, duros, durísimos, y dejan una señal duradera, pero también pueden usarse a favor de uno y convertirte en una persona más atenta, más sensible, más perceptiva. Espero que con Akela sea así. Y yo le voy a ayudar.

ASUNTOS DE FAMILIA

En Si no amaneciera, el último libro de Ayanta Barilli (Roma, 54 años), Anita, una hija de mediana edad, dialoga con su padre, Manuel, nonagenario, durante toda una noche en la que pasan revista a 100 años de la historia de su familia. La trama, urdida hace cuatro años, recuerda inevitablemente a la historia de la propia Barilli y la de su padre, el escritor Fernando Sánchez Dragó, fallecido de forma inesperada y repentina el pasado 10 de abril. Barilli no niega la inspiración que su singular biografía ha ejercido en esta y en el resto de su obra desde que se lanzó a escribir y que empezó a despuntar con la publicación de Un mar violeta oscuro, novela finalista del Premio Planeta 2018, en la que son protagonistas las mujeres de su familia, empezando por su madre, Caterina, a la que Sánchez-Dragó conoció durante su exilio en Roma, y que falleció cuando ella tenía solo 10 años. Tras rendir tributo a su madre y a su padre en sus libros, Barilli, "estupefacta y devastada" por la muerte de su progenitor, solo tiene clara una cosa: seguir escribiendo. 



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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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