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FESTIVAL DE CANNES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los ‘Goonies’ 2.0 contra el pin parental

‘Riddle of Fire’, del estadounidense Weston Razooli, abre un nuevo horizonte para el cine ‘indie’ pop, el año en que coinciden en Cannes Wes Anderson y Michel Gondry

Riddle of Fire
Un fotograma de 'Riddle of Fire' de Weston Razooli.
Elsa Fernández-Santos

A los niños protagonistas de Riddle of Fire los llaman los Goonies del festival de Cannes en alusión al clásico de aventuras de 1985. Pero Riddle of Fire, película indie estadounidense rodada en 16 milímetros por el debutante Weston Razooli, tiene carácter propio y muy poca nostalgia. Todo empieza cuando tres amigos, Hazel, Alice y Jodie, se topan con su peor enemigo, el pin parental, después de robar un videojuego. A partir de ahí se desencadena una aventura en la que entrarán en juego una tarta de arándanos, una docena de huevos moteados, una secta de delincuentes y la hija de una de ellos, Petal, una niña-duende con poderes y mucha labia.

Riddle of Fire ha sido un pequeño fenómeno en Cannes justo el mismo año que han coincidido, en la sección oficial a concurso, Wes Anderson y, también en la Quincena de Cineastas, Michel Gondry, dos popes del indie, cuyo universo juvenil ya empieza a peinar canas. El sello estético de Wes Anderson en la entretenida Asteroid City sigue soportando el paso del tiempo gracias a un imaginario que idealiza los años cincuenta norteamericanos, ese momento de ingenua prosperidad suburbial en la que las leyes del consumo empezaron a desplegar todos sus tentáculos. En la nueva fantasía visual de Anderson predomina una paleta de azules turquesa, beige y coral que se come todo el protagonismo. Da igual el elenco de estrellas o la absurda trama, todo queda engullido por su estética.

En Le Livre des solutions, Gondry, que llevaba ocho años de sequía, se alinea en esa creciente tendencia de autoficciones de cineastas (como Víctor Erice en Cerrar los ojos o Nanni Moretti en El sol del futuro) para contar la historia de un director bipolar y paranoico que debe enfrentarse a una dura realidad: los que pagan su película le van a quitar el control porque no se entiende nada. Acompañado por su montador, el director huye al campo, a casa de su tía, para enfrentarse al material de su película.

Riddle of fire no es otra carta de amor al cine, sino a la vida. Pese a que sus niños protagonistas se lanzan a la aventura en bicicleta, tampoco hablamos de un calculado refrito nostálgico ochentero a lo Stranger Things. Y aunque suene una canción de los setenta (Baby Come Back, del grupo Player) sus emociones son frescas y nuevas. Fantasías remozadas que desembocan en un realismo mágico pop en el que brujas, hadas y pistolas de goma evocan una infancia en la que Hansel y Gretel conviven con la Playstation. Esta película y la española Robot Dreams, una delicia de dibujos animados firmada por Pablo Berger y programada dentro de una de las sesiones especiales de la sección oficial, son la demostración de que puede existir un cine familiar alternativo capaz de abrir nuevos horizontes.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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