La fiscalía de Manhattan sienta un precedente en la restitución de obras de arte robadas por los nazis
La actuación judicial obliga a cinco importantes instituciones culturales de EE UU a entregar siete dibujos de Schiele que fueron robados a una víctima del Holocausto
Hay una línea recta discontinua entre los Monuments Men, el grupo de expertos de los Aliados que durante la Segunda Guerra Mundial luchó contra el expolio artístico de los nazis, y la Unidad de Tráfico de Antigüedades de la fiscalía de distrito de Manhattan, cuyos investigadores acaban de apuntarse un buen tanto: la devolución a los herederos de su legítimo propietario, un judío vienés víctima del Holocausto, de siete obras del pintor austriaco Egon Schiele robadas en su día por aquellos. Pese a la épica teñida de suspense de su tarea, los Monuments Men, título con que George Clooney llevó sus hazañas a la pantalla en 2014, fueron incapaces de localizarlas, y han debido pasar décadas para cerrar el capítulo. Con final feliz, que a juicio de la experta Leila Amineddoleh resulta especialmente gratificante “porque el resultado del litigio es a la vez legal y moralmente justo”.
La devolución ha sacado los colores a las instituciones que atesoraban los dibujos: el Museo de Arte Moderno (MoMA), la Colección Ronald Lauder, la Biblioteca Morgan, el Museo de Arte de Santa Bárbara y el Vally Sabarsky Trust de Manhattan (el MoMA y el Trust tenían dos obras cada uno). Las cinco, que no son las primeras ni probablemente las últimas en este trance, entregaron voluntariamente las obras tras ver las pruebas de la fiscalía que demostraban que habían sido arrancadas por los nazis a su dueño, el artista de cabaret vienés Fritz Grünbaum, un judío ferozmente crítico con los nazis en sus shows y fuera del escenario. En el periodo de entreguerras el cabaret fue casi un género cultural en Centroeuropa, como fermento de una apabullante actividad artística vinculada también a creadores judíos.
La suma de los todos los sinónimos del concepto expolio resulta escasa para definir la dimensión de la rapiña de los nazis, que arramblaron con colecciones privadas y fondos de museos enteros, parte de los cuales fueron puestos a la venta para financiar al Gobierno de Hitler. De ello se ocupó Karl Haberstock, un comerciante con pocos escrúpulos reconvertido en el marchante del Tercer Reich y que decidió el destino de unas 16.000 piezas de “arte degenerado”, como catalogaron el de Schiele, retiradas de los museos alemanes entre 1933 y 1938 y confiscadas en las anexionadas Austria y Polonia, además de patrimonio perteneciente a instituciones académicas, religiosas o empresas que fueron arianizadas.
La importancia de esta devolución viene a recordar dos cosas: que ninguna institución está libre de albergar fondos de procedencia dudosa, y que el candente debate sobre propiedad cultural —el escrutinio de piezas de orígenes inciertos, adquiridas irregularmente, así como su incipiente restitución a sus países de procedencia— resulta más punzante si cabe en el caso del expolio nazi porque aún quedan herederos con nombres y apellidos. Como los de Grünbaum, cuya insistencia en recuperar las obras de su antepasado se ha prolongado durante casi ocho décadas.
“Que la familia haya tardado décadas en recuperar lo que es suyo por derecho es, francamente, inconcebible. La decisión de los museos y los coleccionistas de devolver las obras, después de dar largas durante años, restablece la historia y abre la puerta a otros actos de restitución. Desgraciadamente, ha sido necesaria la amenaza de cargos penales por parte de la fiscalía para que actúen”, considera Sarah Lichtman, presidenta del programa de Historia del Arte y el Diseño del Instituto Pratt, que ha investigado en profundidad este periodo. Por eso, subraya Lichtman, “nunca se insistirá lo suficiente en la importancia de la devolución de las obras de Schiele. Los nazis robaron la colección de Fritz Grünbaum y lo enviaron a Dachau, donde fue asesinado”.
Para la abogada especializada en derecho del arte y patrimonio cultural Leila Amineddoleh, que ha seguido muy de cerca el proceso, “la restitución es muy significativa porque indica la voluntad de los tribunales estadounidenses de examinar transacciones de hace décadas y, en cierta medida, reparar los errores de una atrocidad histórica”. Según Amineddoleh, se trata de un recordatorio “para que los coleccionistas, marchantes y museos examinen debidamente las obras de sus colecciones y se planteen preguntas difíciles sobre el arte que cambió de manos durante la Segunda Guerra Mundial”.
De la sombra de la sospecha no se libra ninguna institución, de ahí que la docena de entidades culturales consultadas para este reportaje haya declinado responder: la hipotética presencia de una pieza procedente del botín nazi es aún un potencial sobresalto. “No comentamos las actividades de otros museos ni las actuaciones del fiscal de distrito de Nueva York”, es la respuesta de Smithsonian Provenance, un departamento de la Smithsonian Institution que se dedica a rastrear el expolio artístico de esa época. El resto de las instituciones abordadas han respondido con el silencio: el arte robado por los nazis sigue siendo terreno minado.
“La incautación y devolución de las obras es el resultado de un litigio entre los herederos de Grünbaum y el marchante de arte Richard Nagy”, recuerda Amineddoleh. Nagy ya se vio obligado en 2018 a devolver dos de los dibujos en litigio a los descendientes de Grünbaum, recuerda la abogada. El caso, pues, “pone de manifiesto la voluntad de las fuerzas del orden de indagar en la procedencia de una obra ―en su historial de propiedad― y hacer valer derechos de propiedad de hace más de ocho décadas”. “Siempre es gratificante cuando el resultado de un litigio es a la vez legal y moralmente justo”, recalca Amineddoleh. Además, la actuación de la fiscalía de Manhattan “proporciona un precedente jurídico adicional y apoyo a otros herederos para reclamar obras que fueron robadas a familiares o vendidas bajo coacción”.
Según las pruebas reunidas por la fiscalía, Grünbaum poseía una importante colección de arte, incluidos más de 80 dibujos de Schiele. Detenido por los nazis en 1938 tras la anexión de Austria, en Dachau Grünbaum fue obligado a firmar un poder notarial a favor de su esposa, quien más tarde debió entregar los fondos a los oficiales nazis. La colección fue inventariada y confiscada en un almacén controlado por el Reich, en septiembre de 1938. Su paradero fue una incógnita hasta que algunas obras reaparecieron en una casa de subastas suiza, en la década de 1950.
En paralelo al resto de aliados, que tras la Segunda Guerra Mundial se emplearon a fondo para devolver los objetos a sus países de origen y a sus verdaderos propietarios, en 1947 el Departamento de Estado norteamericano dio la voz de alarma por la afluencia de arte saqueado por los nazis y pidió a galerías y museos de EE UU que estuvieran especialmente atentos a cualquier obra procedente de Austria, entre otros países europeos. Pese a la advertencia, miles de piezas de origen espurio, el botín de un sistema organizado de confiscación y traslado masivo, entraron en el país y acabaron colgadas en los mejores museos de buena fe, sin conocimiento de su propiedad legal la mayor parte de las veces.
Directrices conjuntas para los museos de EE UU
No fue hasta 1998 cuando la Asociación de Directores de Museos de Arte (AAMD, en sus siglas inglesas) y la Alianza Americana de Museos (AAM, ídem; anteriormente Asociación Americana de Museos) sistematizaron esfuerzos, con la publicación de directrices para la gestión de objetos que pudieran haber sido robados por los nazis. La AAMD y la AAM, en un acuerdo alcanzado con la Comisión Presidencial para los Bienes del Holocausto en octubre de 2000, recomendaron además que los museos pusieran en línea toda la información disponible sobre determinados objetos para que el público pudiera contribuir. En virtud de estas directrices, los museos deben identificar los objetos de sus colecciones creadas antes de 1946 y adquiridos por el museo después de 1932, que sufrieran un cambio de propiedad durante la época nazi (1933-1945) y que estuvieran o se puede pensar razonablemente que estuvieran en Europa continental entre esas fechas (los denominados “objetos cubiertos o encubiertos”).
Así lo hizo, por ejemplo, el Museo Meadows de Dallas con dos pinturas de Murillo. Amanda Dotseth, directora del museo, explicaba recientemente a este diario el escrutinio a que fueron sometidos los cuadros. “Algur H. Meadows compró dos cuadros de Murillo, Santa Justa y Santa Rufina, en los sesenta, pero descubrimos que habían sido incautados por los nazis a la familia Rothschild en Francia. Investigamos hasta llegar a la evidencia de que esas dos obras se habían devuelto a sus dueños antes de que las adquiriéramos y se incorporaran al Meadows”. El museo sigue profundizando en el escrutinio mediante la llamada diligencia debida, “la investigación de procedencia de las adquisiciones”, recordaba Dotseth. “Siempre hay que seguir investigando la historia de los orígenes de una obra, tanto como su historia moderna”.
Bajo la dirección de Matthew Bogdanos, responsable de la Unidad de Tráfico de Antigüedades (ATU, en sus siglas inglesas), se han recuperado bajo el mandato del actual fiscal, Alvin Bragg ―el mismo que endosó a Donald Trump en abril la primera de su ya larga lista de imputaciones― casi 850 antigüedades robadas en 27 países y valoradas en más de 165 millones de dólares, según datos de finales de julio. Bragg tomó posesión en enero de 2022, hace poco más de año y medio, lo cual subraya el intenso ritmo de las investigaciones. En total, la ATU ha recuperado más de 4.500 antigüedades robadas en 30 países y valoradas en casi 390 millones de dólares, según datos de la fiscalía.
Babelia
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