Ni incendios, ni caídas, ni atropellos: el verdadero miedo de los especialistas españoles es la desprotección laboral
La falta de un convenio colectivo, de un mayor reconocimiento profesional y de una categoría ad hoc en premios como los Oscar o los Goya lastra la carrera de los dobles de acción, a los que celebra la reciente película de David Leitch
De pequeño, Cuco Usín jugaba a “las pistolas”. Como millones de niños de los setenta. Escondites, persecuciones, ¡bang, bang! Aunque el chiquillo tenía una aspiración muy suya: “Todo el mundo decía: ‘¡No me has dado!’. A mí siempre me daban, yo lo que quería era morir”. En sentido figurado, se entiende. Y en ello sigue. Hoy, con 50 años, cree que ahí se asomó por primera vez su vocación. La que le propina a diario caídas, moratones o unos cuantos atropellos de coches. Y, pese o gracias a ello, le hace feliz. Es la misma pasión que sacó a Alejandro Bertero de la carrera de ingeniería, para subirle a una moto lanzada a toda mecha hacia un inevitable impacto. O que hace arder la sangre, pero también la ropa, de Estefanía Martínez cada vez que se quema a lo bonzo.
Suelen protagonizar las secuencias más inolvidables de una película de acción. Sin embargo, el público nunca les aplaudirá. Es la maldición de los especialistas. Aunque una cosa es que los espectadores no vayan a identificarlos en la pantalla. O atribuyan a otros sus proezas. De eso se trata, al fin y al cabo. Pero otra muy distinta es que el sector tampoco los reconozca. Contra ello pelea el reciente estreno de El especialista, de David Leitch, que se ha puesto detrás de la cámara para enfocar, por una vez, a su propia profesión.
Imposible que ganen un Oscar o un Goya, ya que no hay categoría donde nominarlos. Precisamente uno de los cambios, por otro lado, que abandera la película de Leitch. En España, la Academia del cine de momento solo les acepta como miembros asociados: Usín cuenta que fue el primero en entrar. Y ni siquiera los ampara un convenio colectivo o un sindicato. Los entrevistados aseguran que la seguridad ha reducido los mayores peligros de su oficio. Hoy a menudo les tutelan cuerdas, cables, colchonetas, gomas. Lo que les falla son los papeles. Así que su miedo se anida en la desprotección laboral. Y la precariedad.
“Ahora mismo no existimos”, destaca Bertero. “Cuando digo que soy especialista, me preguntan: ‘¿De qué? ¿De cocina, de biología?”, resume Martínez. La respuesta real sería muy larga. Porque cursos y entrenamientos los preparan para un sinfín de disciplinas: caballo, buceo, escalada, coches, motos, parkour, apnea, armas… Tantas como secuencias espectaculares puede haber en un filme. “Cuantas más sepas, mejor”, apunta Ángel Plana, uno de los pioneros, y fundador de la primera escuela de formación, a la que luego siguieron unas cuantas más. Un especialista tiene que valer hasta para correr en una secuencia donde la estrella lleve tacones o hacer un movimiento de golf, apunta.
Aunque, como en cualquier otro sector, cada cual tiene sus preferencias. Y el boom de las producciones de acción, fomentado por las plataformas digitales, empuja a especializarse más, según Usín. Él se hizo “un hueco” a fuerza de ser golpeado por vehículos, aunque hoy también los conduce y derrapa, o cae con arte y (a ser posible) sin rasguños. A Bertero se le da bien estrellarse sobre dos ruedas. Martínez, en una ocasión, tuvo que tirarse 25 veces por una escalera. Todo necesita hoy de especialistas, incluso la serie Las abogadas, sobre Manuela Carmena y Cristina Almeida, donde la doble de Aitana o Ingrid García-Jonsson lideró un equipo de 40 personas.
“Es muy sacrificado y hay que entrenar mucho. Tienes siempre moratones, heridas… tampoco puedes pintarte las uñas”, agrega una de las primeras y únicas mujeres en abrirse paso en el sector en España. Luego está el riesgo. Cada vez menor, al parecer. A fuerza de pruebas, medidas, equipos de seguridad y trabajos como el coordinador de especialistas que han ido sumando. Nunca, sin embargo, nulo. “Trabajas con un umbral del dolor más alto. No me importa llevarme una patada fuerte en el pecho, lo que evitas es la lesión”, señala Bertero. Aunque también aclara: “No creo que el albañil que trabaja 12 horas vaya a casa menos dolorido”.
Contusiones y golpes están a la orden del día. Por lo visto, se perciben como parte del oficio, su precio silencioso. Los titulares, en cambio, se los llevan los accidentes graves, como las dos muertes en los rodajes de Deadpool 2 y The Walking Dead en 2017, o el ingreso hospitalario de ocho miembros del equipo que rodaba The Pickup en Atlanta el pasado 20 de abril. Y, con ellos, la sensación de que el especialista se juega la vida constantemente. Los entrevistados aseguran que los incidentes cada vez más suponen excepciones. Aunque suceden. “Muchas veces es igualmente difícil la recuperación psicológica que la física. El año pasado me rompí el hombro en un atropello. Cuando alguien se hace daño con algo intenta no volver al mismo sitio. A ti te toca justo lo contrario”, recuerda Bertero.
Parte del riesgo se reduce con habilidad y ensayo. Otra, con las medidas del propio plató. “Si no me dan una seguridad en el rodaje, no hago la escena. No vale la improvisación”, tercia Martínez. “Tienes que tener cierto control, saber lo que quieres hacer y cómo. Cada vez que me preguntan por lo más peligroso de mi carrera, contesto que dos secuencias que no estaba preparado para hacer”, argumenta Usín. El presupuesto ayuda y se nota. Supeproducciones como las sagas de Terminator, 007 o Indiana Jones, donde trabajaron los entrevistados, cuentan con supervisores y coordinadores y se preocupan por su bienestar. En filmes más pequeños, sin embargo, se sienten más expuestos ante adversidades. “Me gustaría que todo contra lo que choco esté preparado, pero a veces no es así”, explica Bertero. De ahí que cuidar de uno mismo resulte fundamental.
“El que busca los límites acaba haciéndose daño. En un rodaje normalmente tienes un margen del 20-30%. La preparación y tu habilidad pueden ensancharlo, de ahí la seguridad de que al día siguiente puedas rodar en otro lado”, continúa Bertero. Aunque el buen especialista no solo debe entrenar el cuerpo. Todos reconocen haber coincidido con algún “zumbado” dispuesto a lanzarse más allá de lo sensato. Pero Usín subraya una y otra vez la importancia del trabajo mental. Él, en concreto, aplica técnicas de meditación y relajación creativa. Para concentrarse, acallar el miedo. Porque todos pueden arrastrar al trabajo otros problemas o tener un mal día, aunque en pocas profesiones coincide con una jornada de explosiones, volteretas o incendios.
“El día que di a luz estaba entrenando”
A la vez, ahí está a menudo la satisfacción. “Me gusta salir de la zona de confort”, señala Usín. Otra clave, en el fondo, de su oficio. Bertero cita uno de sus hitos: salir volando tras chocar con una moto contra un toro mecánico a 70 km/h. Y filmarlo todo en una toma, en lugar de dividir impacto y caída. Martínez, que se define como “adicta a la adrenalina”, apunta: “El día que di a luz estaba entrenando. Al quemarme siento felicidad plena”. Con todo, de alguna manera, reivindican su profesión. Y su experiencia, frente a esos directores que ponen a cualquiera a hacer secuencias de riesgo, como denuncia Plana.
“Ahora las producciones no se conciben sin especialistas. Si nos uniéramos e hiciéramos fuertes, pasarían por el aro. Con un convenio trabajarían los mejores, porque habría precios regulados. Si no, las productoras se frotan las manos e intentan racanear incluso 50 euros, no son fieles”, agrega el veterano. Todos los entrevistados aseguran que el compañerismo domina su oficio. ¿Cómo no conectar con alguien de quién, al menos durante un instante, ha dependido tu vida? Y, sin embargo, a la vez, tanta hermandad no se ha traducido en lucha sindical conjunta. Lo que ha provocado la ausencia de un convenio ad hoc, como sí obtuvieron los figurantes, con la pérdida de derechos que supone. Eso deja los salarios en niveles de hace 15 años, según Bertero.
La desprotección laboral, además, va de la mano con la personal. Hace 30 años que en Hollywood se debate un posible Oscar al mejor coordinador de especialistas. A saber cuántos esguinces, caídas, lesiones, heridas, vuelos, saltos, derrapes, tiroteos, combates, autocombustiones habrá habido desde entonces. La idea de momento no ha pasado de las palabras. En España, ni siquiera se ha llegado a ese punto. “Tienes una cúpula de la Academia que decide las cosas donde no estamos”, lamenta Usín. “Nunca va a haber un Goya para nosotros, porque Mario Casas no va a decir: ‘Gracias al especialista por el que hice tan bien esa escena de acción por la que me han dado el premio”, ironiza Martínez, que también es actriz.
Y eso que los actores sí suelen reconocer los esfuerzos de quien se la juega por ellos, según los entrevistados. Al menos, en su mayoría. Divos rodeados de séquitos, divisiones entre actores y dobles, peticiones delirantes de una estrella u otra que pegaba espadazos sin cautela pertenecen al anecdotario de los especialistas. Pero también, y sobre todo, están las cervezas con Tom Hanks, el cariño con el que Usín recuerda la secuencia en la que Brad Pitt le mataba en Guerra Mundial Z, o las horas de entrenamiento codo con codo con los intérpretes. Y el respeto y la confianza que surgen. En el reciente festival de Cannes, Anya Taylor-Joy afirmó que los especialistas son “las mejores personas del plató, siempre”. A un intérprete, que prefiere no nombrar, Bertero llegó a llamarle, en broma, su “doble de texto”.
Hay actores, además, que querrían afrontar los riesgos en primera persona. Pero, salvo el atrevido y todopoderoso Tom Cruise, que produce sus películas y hace lo que desea, muchas veces la principal negativa es económica. El tobillo doblado del protagonista significa parar todo el proceso varias semanas, como descubrieron ya en los años veinte los productores de los largos de Buster Keaton o Charles Chaplin. El especialista conoce mejor ese trabajo. Y, en fríos términos monetarios, su lesión importa menos.
Ellos lo tienen asumido. Tras la coraza que alguno ha llevado en algún filme de la Edad Media, su piel también se ha endurecido. Curtida en demasiados golpes, ya sean en la espalda, la cartera o la autoestima. Bartero recuerda a unos cuantos que dejaron la profesión porque no podían más. Pero muchos ahí siguen. Y lo que les queda. “Conozco especialistas de 70 años tirándose de caballos. Aunque cuando te levantas al día siguiente lo notas”, dice Usín, que observa con envidia y admiración los primeros pasos de su sobrino en el sector.
“Hay gente joven que hace ciertas acrobacias mejor que yo. Pero puedo derivarme hacia otras áreas. Se puede trabajar fácilmente hasta los 50 o 60 años”, explica Bertero. Con el paso del tiempo, puede uno reconducirse hacia la coordinación, o labores más técnicas. Aunque también está la opción de Martínez: “Espero llegar a viejecita pegándome”. Para entonces, tal vez haya optado al fin a un Goya. Aunque, visto lo visto, mejor evitar previsiones. Hay demasiado riesgo de equivocarse.
Babelia
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