Hallada una insólita tablilla de bocetos de un artesano tartésico del siglo V antes de Cristo en el Turuñuelo de Guareña
El yacimiento extremeño arroja luz sobre las actividades productivas de la civilización prerromana al encontrar varias habitaciones de trabajo alrededor de un edificio de dos plantas único en el Mediterráneo occidental
La imagen que encabeza esta noticia pertenece a una pequeña tablilla de pizarra de 2.500 años de antigüedad. Dibujada con algún instrumento punzante, la escena representa a dos guerreros que están luchando, mientras a sus pies yace un tercero, completamente desnudo, salvo por el casco, y con el pene erecto, representación habitual en el mundo antiguo del vigor a pesar de la muerte. Por el otro lado de la tablilla (se puede ver en la imagen de más abajo), aparecen perfiladas varias caras distintas, mezcladas con otras figuras humanas y geométricas. Hallada en el yacimiento del Turuñuelo de Guareña, en Badajoz, no parece haber ninguna duda de que se trata de los bocetos de trabajo de un artesano o un artista; la tablilla tiene hasta líneas guía, es decir, el espacio está cuadriculado para dibujar.
Es el primer objeto de esas características de la primera Edad del Hierro encontrado en el suroeste peninsular, es decir, perteneciente a la cultura tartésica. “La del artesano era hasta ahora una figura completamente desdibujada. Habían aparecido antes este tipo de hallazgos, pero ya de época romana: pizarras con plantas de edificios, con planos… Pero de esta cronología, nada”, explica Esther Rodríguez, investigadora del Instituto de Arqueología de Mérida (centro mixto del CSIC y la Junta de Extremadura) y codirectora del proyecto junto a Sebastián Celestino.
Si el año pasado salieron a la luz las primeras esculturas tartésicas halladas hasta la fecha —cinco bustos de piedra que empezaron a reescribir la historia del arte en Mediterráneo antiguo—, esta pequeña tabilla de 20x20 centímetros ha sido sin duda uno de los grandes descubrimientos, presentado este jueves, de la sexta campaña de excavación del Turuñuelo de Guareña. Un yacimiento que lleva ya casi una década ofreciendo, a medida que va desenterrando un imponente edificio de dos plantas, único en el Mediterráneo occidental, nuevas claves para entender Tarteso, la mítica civilización que floreció en el suroeste peninsular en la primera mitad del primer milenio antes de Cristo y que desapareció súbitamente en torno al siglo V antes de Cristo.
La tablilla es, en todo caso, el broche de los avances logrados este año, que han permitido seguir conociendo la estructura del edificio —han encontrado por fin la puerta este que llevaban años buscando— y acercarse más que nunca a la organización productiva tartésica a través del trabajo de sus artesanos. “Ha cambiado completamente la concepción del edificio, porque frente a la puerta este se abre un patio y, frente a él, un pasillo ancho que separa la planta principal de una serie de habitaciones perimetrales, todas vinculadas con el trabajo de algún tipo de artesanía”, continúa Rodríguez.
En total son cinco estancias, a las que hay sumar una cocina y un horno —posiblemente para cocer pan—que están justo frente a ellas, al lado de la puerta. De las habitaciones perimetrales, los arqueólogos han identificado de momento los trabajos que se desarrollaban en dos ellas. Una era el taller de un alfarero, pues allí han encontrado, entre otras cosas, un sello como los que solían utilizar estos trabajadores en la antigüedad y unos 60 platos, gran parte de los cuales, enteros. También han aparecido allí 42 pesas de telar, unas terminadas y otras en proceso de fabricación: tenían ya la forma, pero aún no estaban rematadas, por ejemplo, porque le faltaban los agujeros para colocar los hilos. “Se puede ver perfectamente la cadena operativa de trabajo de esas piezas. Vamos a poder remontar casi la cadena entera de lo que aquella persona hacía en esa habitación, porque lo dejó todo ahí, en el suelo”, explica Rodríguez. Y añade: “Nunca se habían encontrado habitáculos dedicados única y exclusivamente a un trabajo artesano, ni mucho menos una tabla que te está mostrando lo que el artesano está representando. Es como tener el mapa del tesoro”.
Esa tablilla de pizarra ha parecido en otra de las estancias, escondida detrás de un ánfora, lo que apunta a la gran importancia que su dueño concedía a su herramienta de trabajo. Es fácil imaginar al artista haciendo pruebas de lo que más tarde plasmaría, por lo que sugiere el tamaño de los dibujos, seguramente en piezas de orfebrería o en algún marfil. Tal vez copiando lo que tenía a su alrededor; en una de las caras de la pequeña pizarra aparece dibujado un individuo de igual fisonomía a la de los marfiles de origen etrusco que han aparecido en otros puntos del yacimiento. En ellos, igual que en los hallados en Etruria y en las pinturas etruscas de la misma época, sus manos se representan como si fueran unas manoplas.
Este personaje está plasmado con gran detalle. Como también lo están los guerreros del otro lado de la tablilla, perfectamente ataviados con su ropa y sus armas. El que lucha con una lanza, lleva una espada en la cintura y se puede apreciar el cordaje de cuero o el trenzado del cinturón. Luce además una trenza, similar a la de una de las esculturas halladas el año pasado, que son un símbolo de transición hacia la edad adulta muy común en la protohistoria de la península Ibérica. Los investigadores interpretan que este guerrero, por tener más profundidad de detalles, sería el ganador de la batalla que se está representando. La narración podría reflejar las luchas que se producían entre grandes generales por honor tras la muerte de su líder, su rey, su príncipe; una escena que está documentada en épocas posteriores a la de la tablilla.
Esta, como el resto de los objetos hallados en las habitaciones perimetrales, quedaron sepultados tras el incendio que siguió al proceso ritual de destrucción de este monumental edificio; fue destrozado a conciencia, quemado y abandonado. Este proceso está documentado en otras construcciones más pequeñas en torno a la misma época, pero en el caso del Turuñuelo, lo hicieron tras un gran banquete y el sacrificio de más de medio centenar de animales, entre caballos, vacas, cerdos y un perro, que, aparecidos en un patio alrededor de una escalera monumental, forman la primera hecatombe de tamaño comparable a los holocaustos religiosos descritos en el Antiguo Testamento y la Ilíada.
La razón que llevó a sus moradores a hacer todo esto es un misterio que las pruebas físicas todavía no han podido desvelar, pero el hecho cierto es que, al quemarlo y sepultarlo todo, crearon una especie de urna protectora, gracias a la arcilla que utilizaron, que ha protegido los objetos del paso del tiempo de una forma excepcional. En el caso de las habitaciones productivas exteriores, como la del alfarero, parece que no formaron parte del ritual en que se destrozaron todos los objetos antes de enterrarlos, sino que únicamente fueron víctimas del incendio y el derrumbe consiguiente del techo. Así, por ejemplo, la cerámica que estaba más arriba, en contacto con el techo, ha aparecido más quemada, pero, en general, pese a la fragmentación de muchos de ellos, todo está en bastante buen estado. “Estamos consiguiendo reconstruir las piezas completas, Creo que este año podremos sacar un ajuar de casi 200 piezas, entre platos, ánforas, urnas…”, augura Rodríguez.
Babelia
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