Una retirada de oro

A sus 38 años, Alexander Vinokúrov (Petropavlovsk, Kazajistán, 1973), Vino en su círculo más cerrado, anunció, con la medalla de oro aguardándole en el podio, que se bajaba definitivamente de la bicicleta. Con los ojos llorosos por lo que acababa de conseguir alrededor de ese color rojizo que adorna sus mejillas, la meta conquistada parecía algo más que un repecho allanado. Era la línea que marca el final de un camino con muchos kilómetros en las piernas. Eran lágrimas dulces, sin esa acidez que muchas otras veces le han acompañado y que ponen el broche final a una carrera de 14 años, desde que en 1998 debutase con el equipo francés Casino. Comenzaba el despegar de un joven de 24 años que tras la salida del alemán Jan Ullrich por dopaje se convertiría en 2003 en el líder del T-Mobile, con el que consiguió la París-Niza y el Tour de Suiza ese mismo año, además de subirse al tercer escalón del Tour de Francia. Vivía el rubio su época dorada, una temporada que, sin embargo, caería hasta el abismo cuatro años más tarde.

En 2003 se convirtió en el líder del T-Mobile, con el que consiguió la París-Niza, el Tour de Suiza y quedó tercero en el Tour de Francia

Cuando el 21 de julio de 2007 Vinokúrov aguardaba sentado en el suelo su turno para realizar un control de sangre, tenía en su bolsillo la victoria que acababa de conseguir en la 15ª etapa del Tour de Francia tras una demostración de poderío en la contrarreloj que culminaba en la pequeña localidad francesa de Albi. Aun así, su cara poco tenía que ver con la de un ciclista eufórico que acababa de apabullar a sus rivales, como hiciera también un año antes en la Vuelta a España. Aquel gesto escondía una expresión arrugada, de esas que esconden los ojos y nublan el entrecejo.

Esa piel sonrojada que palpitaba en su rostro a la espera de un resultado que terminaría por iluminar ese color facial. La muestra detectó indicios de una transfusión de sangre en el organismo del ciclista kazajo, lo que le supuso una sanción por dos años. No le salvó ni el contranálisis, que concluyó con los mismos resultados. Tan solo se liberó de pagar una multa impuesta por la Unión de Ciclismo Internacional de 1,2 millones de euros, ya que el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) desestimó la sanción debido a que la instancia en la que se amparaba no era más que un compromiso firmado por parte de varios ciclistas (El compromiso de los corredores por un nuevo ciclismo) que quedó sin validez. En medio de todo aquel torbellino Vinokúrov llegó a anunciar que se retiraba, algo que finalmente no llegó a producirse. Aun le quedaban cuentas pendientes y mucha memoria por compartir.

Su triquiñuela en Londres cuando agonizaba ya la prueba fue un gesto de madurez, picardía y potencia. Vinokúrov se propulsó hacia la meta mientras Rigoberto Urán giraba la cabeza para comprobar por encima del hombro izquierdo si el grupo perseguidor asomaba la cabeza tras la última curva. Era la rúbrica del que se convertiría en el campeón olímpico de la prueba más veterano de la historia. No había champán en lo alto del podio pero, tampoco le importó a Vino, el sorbo ya lo había dado antes. El último, el más dulce.