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Klopp, un genio de la retórica

El técnico construye el relato del Dortmund desde el vitalismo Compara a los suyos con la Alemania que tumbó a Hungría (1954)

Klopp, durante el entrenamiento del Dortmund en Wembley
Klopp, durante el entrenamiento del Dortmund en Wembley PATRIK STOLLARZ (AFP)

“Hace ocho años, esta sala no estaba llena de periodistas, sino de acreedores”. Cuando vio la sala repleta, Jürgen Klopp (Stuttgart, 1967) soltó la broma en alusión a la ruina económica del Borussia en 2005. A este rubio de casi dos metros le gusta divertir a la audiencia con un lenguaje creativo. Y sorprender a través de la ironía y de metáforas. “Hay gente que ha escalado el Everest y se ha tenido que dar la vuelta a 10 metros de la cima, pero al menos lo ha intentado. Nosotros lo vamos a intentar”, dijo ayer para quitarles presión a sus jugadores.

Durante el Mundial de Alemania 2006, como comentarista de televisión, Klopp narró con palabras llanas las tácticas más complejas. Se hizo muy popular. Huye de los tópicos y recurre al lenguaje de la calle, en contraste con su rival de hoy, Jupp Heynckes, siempre tímido y previsible.

Cuando llegó a Dortmund, en 2008, el Borussia aspiraba a la permanencia. Fue construyendo nuevas realidades mediante mensajes positivos e ingeniosos. “Cuando el club había sido rescatado, buscaron un entrenador vitalista, que apuesta por un fútbol vivo, se divierte y se ríe a pesar del descenso del Mainz 05 [club al que entrenó desde 2001 a 2008]”, explicó. Lo llamó “fútbol a todo gas”, un gancho para atraer a 80.000 aficionados cada jornada (el aforo más grande de Europa), algunos desde 800 kilómetros de distancia. “Preferíamos dar cinco veces en el larguero que quedarnos cuatro veces sin tirar a la portería. Mejor perder. Ese fue el comienzo”.

“Ellos son amigos míos, pero yo no soy amigo suyo”, dice de sus futbolistas

La risa, explosiva, la utiliza como un mecanismo de liberación de otros excesos. En el último clásico liguero frente al Bayern, tras encararse con Matthias Sammer, el director deportivo bávaro, frente contra frente, lanzó un bufido y una risotada. Era su manera de pedir perdón. El técnico del Borussia establece una complicidad emocional con sus jugadores. “Ellos son amigos míos, pero yo no soy amigo suyo”, dijo. A los tres polacos del plantel, por ejemplo, los ha convertido en estrellas. Piszczek era un lateral irrelevante en el Hertha, descendido a Segunda. Hoy es uno de los zagueros más cotizados. El interior Blaszczykowski promediaba un gol por temporada y en la pasada convirtió 14. Y en cuanto a Lewandowski, superó la timidez del primer curso (Chancenloss, falla ocasiones, le llamaban) para ser el último Pichichi de la Bundesliga.

A sus futbolistas les enseñó fotos de las celebraciones del Barça. “No enseño vídeos porque no copiamos estilo, pero sí su gol 5.868 como si no hubieran marcado nunca antes. Eso lo sientes hasta el día en que te mueres”. En 2004, cuando dirigía al Mainz, concentró al equipo una semana junto a un lago en Suecia sin electricidad ni comida. “Éramos como Brave Heart. Podías clavarme un cuchillo y no lo sentía. Volvimos a la Bundesliga y la gente no podía creer lo fuertes que estábamos”, confesó en The Guardian. Él mismo fue un ejemplo de superación: un delantero reconvertido en lateral derecho, luchador, sin destreza con el balón. Procede de un pequeño pueblo de 1.500 habitantes de la Selva Negra y su mujer, Ulla, es escritora: publicó una especie de Harry Potter futbolístico.

“El Bayern es como James Bond… pero el villano”.

“Cuando era jugador, había 800 aficionados en las tardes lluviosas de los sábados; y si uno de nosotros moría, nadie iría ni al funeral. Pero amábamos el club; y siento lo mismo por el Dortmund, un club de trabajadores”, resumió. Al dejar el Mainz, después de 18 años entre futbolista y entrenador, se pasó una semana llorando. Prometió no implicarse tanto sentimentalmente en su nuevo destino. Pero se equivocó. La reciente marcha de Götze al Bayern fue “como un ataque al corazón”. En el momento de máxima hostilidad de su hinchada contra el media punta, él le transmitió todo el cariño. “El Bayern es como James Bond… pero el villano”.

Ahora, en la final de la Champions, quiere explotar su condición de humilde aspirante. Como siempre, recurrió a una comparación original. “Si hay un partido que me ha marcado es la final del Mundial de 1954 [Alemania ganó en Suiza a la gran Hungría de Puskas contra todo pronóstico], pese a que no la vi. No tenemos nada que perder. En el fútbol todo es posible”. A pesar de que el éxito amenaza cambiar su vida y la de sus muchachos, él sigue proclamando su felicidad y fidelidad al Borussia: "Este es el proyecto más interesante del mundo".

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