El Madrid gana al Barcelona en el templo de Cruyff
Benzema y Cristiano remontan el gol de Piqué y rompen la racha de 39 partidos sin perder de los azulgrana
El Madrid cantó victoria en el templo de Cruyff. Aunque difícilmente llegará a tiempo de ganar la Liga, nadie discutirá ahora su condición de aspirante a conquistar la Champions. Hasta ayer no había mejor tarjeta de presentación que la de ganar al Barça. Las tornas han cambiado y ahora no se sabe muy bien qué le pasó al equipo de Luis Enrique. Las derrotas no se eligen a la carta y la de anoche no solo acaba con la condición de invictos de los azulgrana, después de 39 encuentros, sino que revitaliza al Madrid. No hay hoy mejor piedra para edificar una iglesia como la que pretende Zidane que la ganada en el coliseo de Cruyff. No sonó el abracadabra con el que Luis Enrique estimula al tridente y Cristiano Ronaldo firmó el triunfo para agravar la pena de Messi cuando precisamente había sido expulsado Sergio Ramos.
Arriesgó el Madrid en el momento justo, al final del partido, cuando se quemaba el rancho del Barça, confundido y temerario por el cambio de Rakitic por Arda, víctimas los delanteros del virus FIFA. Muy desfigurados y reventados los azulgrana perdieron equilibrio, no tuvieron gobierno ni control de la contienda, tampoco autoridad, presos de la angustia, abrumados por la responsabilidad: los culers más radicales les pedían goles y saña contra el Madrid y acabaron vencidos a pesar del gol inicial de Piqué. Nunca supieron gestionar el marcador y habilitaron el remonte del Madrid, que se conformaba con un ejercicio de dignidad y acabó más contento que unas pascuas ante la sorpresa del Camp Nou, más cruyffista que en los 68 años de vida del Flaco.
Las alineaciones estaban tan cantadas que la hinchada reparó más en la ubicación de los ocho presidentes del Barça en el palco que en la colocación de los jugadores en la cancha del Camp Nou. El protocolo dispuso que Laporta y Rosell se situaran en los extremos, como si fueran Messi y Ronaldo, los dos iconos de un clásico impregnado de Cruyff. El impacto visual del mosaico, la candencia y sonoridad de la ovación y la carga emocional del himno cantado a capela resultaron tan sobrecogedoras, la gallina de piel y el lagrimal fue tan sentido y rotundo, que había quien estaba convencido de que el partido no empezaría hasta el minuto 14, momento sagrado para recordar al Flaco con un gesto universal, igual de comprensible en la tribuna de autoridades para el emir de Qatar que para Jordi Cruyff.
La afición rompió entonces a aplaudir y a corear por un instante el nombre de Johan. No hubo más tregua en la grada porque el Barça encimaba al Madrid desde que pitó el inicio del encuentro el novel Hernández Hernández. No salían los blancos de su cancha, pendientes de su portería, encomendados a Keylor Navas. No tenía más salida que los desmarques de Bale a la espalada de Alba. El partido era un monólogo del Barcelona. Alves estiraba al equipo desde la banda derecha, Messi encaraba a Ramos y reculaba descaradamente el agarrotado Madrid. A los azulgrana les faltó paciencia, finura y precisión para rematar el despliegue liderado por Rakitic. Luis Suárez falló un gol cantado, Keylor le sacó un tiro de gol a Rakitic y el colegiado no quiso ver una falta clamorosa de Ramos sobre Messi.
Aunque la afición y el equipo reclamaron a coro penalti y expulsión, porque el central ya había sido amonestado previamente, el árbitro respondió “¡sigan, sigan!” ante la bronca del Camp Nou. El ruido destempló al Barça. Los azulgrana perdieron la energía contagiosa de Luis Enrique y se impuso progresivamente la calma que inspira Zidane. No arriesgaban los madridistas, más interesados en robar que en jugar la pelota para atacar los espacios, selectivos en sus salidas, igual que el mejor de los equipos pequeños, y los azulgrana no encontraban la manera de desequilibrar el encuentro, faltos de grandeza, como si fueran un conjunto local cualquiera, poco que ver con el elogiado Barça. El partido decayó a los 20 minutos, se impuso la especulación, el tanteo y el respeto mutuo, y hasta calló el Camp Nou.
El Madrid aceptó la propuesta azulgrana de ir a por el partido y le dio la vuelta a partir de la superioridad de sus laterales
Hubo muy poco fútbol hasta el descanso y balas de fogueo en las dos áreas, desafinados los puntas en las contadas oportunidades que hubo, provocadas por errores individuales más que por jugadas colectivas, faltos los dos contendientes de determinación y jerarquía, contagiado el Barça de la parsimonia del Madrid. El equipo de Zidane simplificaba en exceso el fútbol y no conseguía remachar el Barça. No entraba en juego Neymar, no estaba Messi y tampoco había noticias de Cristiano. El mejor continuaba siendo Keylor, excelso a mano cambiada en una picadita del 10 del Barça y abatido después a la salida del córner botado por Rakitic.
A balón parado, se impuso la cabeza de Piqué, el azulgrana que seguramente más vive el clásico y la rivalidad con el Madrid, en el Periscope y en casa, en el Bernabéu y en el Camp Nou. El gol, sin embargo, agitó al Madrid. Aceptó la propuesta azulgrana de ir a por el partido y le dio la vuelta a partir sobre todo de la superioridad de sus laterales: Marcelo y Carvajal estuvieron tan bien como mal funcionaron Alves y sobre todo Alba. Marcelo dibujó el 1-1 con una apertura a Kroos rematada por Benzema y Carvajal inició la jugada del 1-2 que culminó Cristiano. Y, en medio, quedó un gol mal anulado a Bale por carga a Alba. El Barça se desorganizó desde la sustitución de Rakitic. Quiso ganar el partido con Arda y se volvió inseguro y perdido, hasta firmar la derrota a pesar de jugar con uno más por la expulsión de Ramos.
El resultado dejó grogui al barcelonismo por una derrota inesperada en un partido futbolísticamente discreto: no necesitó gran cosa el Madrid, ni siquiera jugar con 11, para acabar con la leyenda de invencibilidad del Barça. La liga se complica para los azulgrana y en la Champions llega el Atlético. Los rojiblancos fueron curiosamente los que firmaron el finiquito de Cruyff como entrenador del Barça.
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