Nibali gana el Giro del milagro
Es el cuarto grande del siciliano, de 31 años, a quien acompañaron en el podio Chaves y el debutante Valverde
Clasificación general final
1. V. Nibali (ITA/AST) 82h 44m 31s
2. E. Chaves (COL/OGE) a 52s
3. A. VALVERDE (MOV) a 1m 17s
4. S. Kruijswijk (HOL/TLJ) a 1m 50s
5. R. Majka (POL/TNK) a 4m 37s
Llegando a Turín junto al profundo Po la aguja de la Mole Antonelliana es un alto mástil que se pierde en la bruma oscura y la lluvia que rebota fuerte contra el asfalto, y su punta, a casi 170 metros está oculta entre las nubes bajísimas, y no es entonces un símbolo de nada, ni de grandeza, el ánimo con el que fue construida, ni de esperanza, el espíritu con el que se quiere mirar ahora que no es más que el palo mayor de un barco perdido, varado en la bruma, lo que era también, quizás, Vincenzo Nibali, su alma herida, el martes pasado en Ándalo, después de su última derrota en la montaña. Cuando Nibali de rosa feliz sube a lo más alto del podio del 99º Giro, un escenario que parece una guardería, con un señor mayor a su izquierda, un tal Alejandro Valverde, padre de familia numerosa de 36 años y sus cuatro hijos y Emma, la hijita del siciliano y Esteban Chaves, que también parece un niño, tan sonriente y pequeñito en el segundo escalón levantando alto su brazo derecho, la señal de su fe, y solo le falta soltarse a bailar el himno de Mameli, en la plaza inmensa de la Grande Madre de Dios abarrotada brilla el sol y se refleja en la Mole ya nítida y la afición maravillada exulta.
Al pie del podio, un periodista italiano respetado dice en voz baja lo que no escribirá: “No ha ganado el Giro el ciclista más fuerte. Ha ganado Nibali porque los rivales han dimitido”. Recuerda a Mikel Landa, enfermo y retirado, y para hablar de Steven Kruijswijk, que era el más fuerte hasta que quedaban dos etapas de montaña, se acuerda de Gastone Nencini, el italiano que ganó el Tour de 1960 descendiendo como un loco suicida las montañas con seguridad de esquiador alpino y obligando a arriesgarse más allá de su habilidad a aquellos que no querían perder, como el pobre Roger Rivière, que allí se quedó. Nibali sintió que renacía de sus miserias subiendo el Agnello. Estaba entonces a 4m 43s del pelirrojo holandés ancho como las alas de un avión. Empezó a ganar su segundo Giro el siciliano descendiendo desde los más de 2.700 metros de la cima más alta entre paredes de hielo forzando al holandés a una bajada para la que no estaba preparado, y se cayó. Terminó la jornada aventajando en 21s al destrozado Kruijswijk. También dimitió Chaves, que heredó la maglia rosa (el séptimo ciclista que la vestía desde la salida de Holanda: Nibali, al día siguiente, fue el octavo) el día justamente en que su cuerpo empezaba a decir basta, derrotado por una carrera que Nibali bautizó como “extenuante”. Valverde, y su miedo a las alturas, ya había dejado de creer el día en que ganó su etapa.
Antes de ganar el Tour del 16, Nibali, de 31 años, uno de los talentos de su generación, ya había ganado una Vuelta, otro Giro y un Tour.
De la última grande que corrió, la Vuelta, Nibali salió el segundo día, expulsado por agarrarse al coche de su equipo que se lo llevó a gran velocidad. Nadie quiere recordar la vergüenza en Turín ilusionado.
El entusiasmo no tiene memoria. El entusiasmo cree en los milagros, en la historia que tienen delante de sus ojos, un ciclista hundido un día, que tiene fe, que cree, que resucita y triunfa. “Así ha sido mi victoria”, dice Nibali del Giro del milagro. El entusiasmo busca esperanza en cualquier signo, en cualquiera. En la rabia de Nibali, el ídolo, también. “Es un niño mi Vincenzo”, dice su madre. “Cuando se enfada es cuando mejor es”.
Los ciclistas tampoco tienen memoria. Dice Chaves que él pasa página y que el día que se vistió de rosa en Risoul no quiso ni pensar que a aquel puerto francés en el que Nairo Quintana ganó el Tour del Porvenir den 2010 él no pudo llegar entonces porque se había caído, y también lo dice Valverde, con tanto pasado ya, “yo paso página” cuando se le pregunta si no hay un poco de amargura por no ser segundo o primero. No se conforman con pasar página, sin embargo: arrancan las páginas de su vida como arrancan todos los días las hojas del libro de ruta, que acaba el 21º día convertido en algo tan triste como un hueso de jamón seco, sus tapas de pasta dura y nada.
La memoria la tienen los periodistas, que viven de recordar y machacan con sus datos a Giacomo Nizzolo, el sprinter que ha quedado nueve veces segundo en sus cuatro Giros y nunca ha ganado. Levantó los brazos en el caótico circuito final de Turín en lo que debería ser su primer triunfo en un Giro, y el primero de un velocista italiano en 2016, pero minutos después fue descalificado por cerrar a Sacha Modolo y el triunfo se lo llevó Niklas Arndt, alemán como los ganadores de los cinco sprints masivos anteriores.
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