Cesarini comparte protagonismo con Iniesta
El italiano dio nombre a ese tiempo final dramático de los partidos, tramo en el que tantos goles están llegando en esta Eurocopa
Parece que por el momento los dos nombres propios más citados en la Eurocopa son Iniesta y Renato Cesarini. Aquel, por su grandioso juego; éste, por los goles de última hora, a los que acabó por dar nombre. Pero, ¿quién era Cesarini?
Renato Cesarini fue el hijo de unos inmigrantes italianos de principio del siglo pasado que se fueron a América a buscarse la vida. Había nacido el 11 de abril de 1906 en Senigallia, en la costa de Italia que mira al Adriático. Hoy es una gran localidad turística, pero en la época sólo ofrecía miseria. Se fue de allí con pocos meses.
Los padres se instalaron en Buenos Aires, y allí creció el muchacho. Un chico guapo, espigado, ocurrente, con la ley del barrio bien aprendida, ojos vivos y firmes rizos negros. Salió futbolista. Se hizo en Chacarita Juniors. Con veinte años debutó con la selección argentina, en la que jugó dos partidos, ante Paraguay ambos. Interior ocurrente y goleador, un poco sobrado, provocador, favorito de su público, abroncado por los contrarios. Y de gran ascendente entre sus compañeros. Cuentan que tenía una voz fuerte y profunda, un poco al estilo de la de Menotti, y que era sentencioso y directo en sus conversaciones. Divertido a ratos, ácido otras veces. Siempre se le escuchaba.
Por esos años se acercaba ya el Mundial de Italia, de 1934, que Mussolini había decidido que tenían que ganar los suyos. Vio cómo tanto la final de los JJ OO de Ámsterdam (1928) como la del primer Mundial, el de Uruguay en 1930, la jugaron Argentina y Uruguay. Concluyó que el gran fútbol estaba en la desembocadura del Río de la Plata. Y comprobó la cantidad de apellidos italianos que había en la selección argentina. Se le encendió la bombilla e inventó los oriundos. Impulsó a los clubes italianos a fichar a esos italianos o hijos de italianos que tanto brillaban en el fútbol.
Y ahí regresa Renato Cesarini a Italia. Para entonces estaba en Ferrocarril Oeste. Le fichó, dentro de lo que fue un gran éxodo, la Juventus, junto a Orsi y Monti. Estos dos jugarían el Mundial del 34 y lo ganarían, como había previsto Mussolini. Monti, apodado Doble Ancho por su tremenda corpulencia, tiene un registro único: jugó la final de 1930 con Argentina y la de 1934 con Italia.
Cesarini se perdió el Mundial porque la temporada 33-34 arrastró una lesión molesta. Pero triunfó: ganó cinco campeonatos consecutivos con la Juventus, entre 1931 y 1935, en lo que fue la segunda edad de oro de aquel club. Y también en la selección italiana, en la que debutó al poco de llegar y jugó 11 partidos, entre 1931 y 1934. Entonces no había impedimento para que quien hubiera jugado en una selección lo hiciera después en otra. Eso llegó en 1962.
Y con la selección italiana nació lo de la Zona Cesarini. Fue con ocasión de un Italia-Hungría, disputado el 13 de diciembre de 1931 en Turín. En el 89’, el partido estaba 2-2 y Cesarini, impaciente. Su compañero de línea, Raffaele Costantino, tenía el balón como a cuatro metros del área, y en la zona del interior derecho y parecía no saber qué hacer con él. Cesarini se le echó encima, le apartó con un empellón que le derribó al suelo, hizo un amago y soltó un cañonazo que entró junto a la cepa del palo izquierdo del meta húngaro. Italia ganó 3-2 gracias a esa audacia de Cesarini.
Hace años encontré la narración de la jugada, y hasta un dibujo de la misma, en un precioso Manuale del Gol, de Vezio Melegari, editado en 1974. Fue la primera vez que tuve noticia de la expresión Zona Cesarini. Ahí mismo se cuenta que pocos meses antes Cesarini había marcado sobre la hora en Berna el gol que significó el 1-1 entre Suiza e Italia. Esa repetición llevó a un periodista llamado Eugenio Danese a hablar del caso Cesarini, expresión que luego el uso transformó en Zona Cesarini.
Zona no entendida como lugar, sino como espacio temporal. Zona Cesarini llegó así en Italia a significar ese tiempo final dramático de los partidos, tramo en el que tantos goles están llegando en esta Eurocopa.
En un libro raro de encontrar, Storia Illustrata della Nazionale di Calcio, de Luigi Bocali, el propio Cesarini explica que se sentía especialista en ello desde sus tiempos de Chacarita Juniors. Y cuenta la jugada: “Eché a Costantino a un lado, con una carga por la espalda como si fuera un contrario, y lo mandé lejos; luego amagué como que iba a centrar hacia la izquierda, al extremo Orsi, y con el portero húngaro moviéndose en esa otra dirección tiré hacia el palo que tenía más cerca…”.
Aquello de Zona Cesarini quizá no se hubiera repetido tanto de no ser por su gran carrera posterior en el fútbol, ya como técnico, y por su acusada personalidad. Eso refrescaba la jugada una y otra vez, al compás que engrandecía su prestigio.
Regresó a Argentina, donde volvió a jugar en Charita y se retiró en el River Plate. Se quedó de técnico en este club, donde contribuyó, a medias con Carlos Peucelle, a crear la célebre delantera conocida como La Máquina, que aún se recita de memoria allá: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. Detrás venía Di Stéfano, que también pasó por sus manos y siempre me habló de él con un respeto máximo.
—Él y Peucelle amaban el juego por bajo, exigían rasear la pelota. Si la tirabas por alto, se enfadaban. Te decían: “Escuchá, nene, ¿de qué está hecha la pelota”. Y tú: “De cuero, señor”. Y ellos, “¿Y de dónde viene el cuero?”. Y tú: “De la vaca, señor”. Y ellos: “¿Y qué come la vaca?”. Y tú: “Pasto, señor, come pasto…”. Y ellos te decían entonces: “¡Pues echá la pelota al pasto, boludo, no la levantés!”.
Con esas máximas se hicieron La Máquina y Di Stéfano. Y más adelante Omar Sívori, alias El Cabezón, un apunte de Maradona, aunque con menos velocidad. Cesarini, reclamado por la Juventus, regresó a Italia como director técnico del club y se lo llevó con él. Al principio fue un drama, porque Sívori se echó a la mala vida, no daba una a derechas y su inutilidad comprometía el prestigio del propio Cesarini. Hasta que éste le cogió un día por la pechera, en un entrenamiento:
—¿Qué te creés, Cabezón? ¿Un galán? ¡Si hubieran querido un galán hubieran contratado otro más lindo, no a vos! ¡Vos no naciste para galán, vos naciste para la gambeta!
Sívori se corrigió y triunfó. La Juventus ganó con él dos campeonatos seguidos, los 59-60 y 60-61. Él ganó el Balón de Oro de 1961. Trotamundos, entrenó también en México, volvió a Italia, al Nápoles, dirigió a Boca, dos años en la selección argentina... Murió prematuramente, aún con 62 años, en 1969, a causa de una embolia. Aún le quedaba mucho por explicar.
Quedan vivos bastantes jugadores que pasaron por sus manos, y es una delicia escucharles repetir una y otra vez sus anécdotas, con ese estilo rico y jocoso que tienen los argentinos para hablar de fútbol. En su homenaje crearon un club, el Renato Cesarini, en principio un divertimento para veteranos, más tarde una academia que ha dado buenos jugadores, entre ellos Mascherano.
Hoy se vuelve a hablar de Renato Cesarini, por esos goles tardíos que tanto llegan en la Eurocopa. Y yo me alegro. Merece que le recordemos.
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