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Argentina no se cansa de perder

La Albiceleste cae en su tercera final seguida después de que el 10 fallara un penalti en la tanda decisiva ante Chile

Ramon Besa

No hay manera de que a Messi se le quite la cara de perdedor con la casaca albiceleste, ni siquiera ahora que disimula con una pelirroja barba, sometido nuevamente por Chile. La pesadilla de Maracaná se repitió en Santiago y también en Nueva Jersey, igual da que sea en el Mundial de 2014, la Copa América de 2015 o la Copa del Centenario 2016, las tres finales perdidas, todas sin marcar un gol, dos por penaltis y una por un tanto en la prórroga de Götze. Nadie tiene piedad con la Argentina de Messi. La crueldad aumenta con el paso de los partidos y del tiempo porque esta vez en la rueda de los penaltis falló el 10.

Messi mandó la pelota al limbo nada más empezar la tanda y se sintió derrotada Argentina. El rosarino erró en el detalle aparentemente más sencillo cuando se había sentido más argentino que nunca, durante la Copa del Centenario disputada en Estados Unidos. Asumió la presión, defendió a sus compañeros y al Tata Martino, desafió a la AFA, y se venció después de ofrecer las únicas acciones de mérito durante el partido de Nueva Jersey. A falta de fútbol, tampoco se dieron las jugadas de Messi, que acabó abatido, llorando en la cancha, desesperado por su desdicha con una Argentina que no gana un título desde 1993.

Las mejores victorias son aquellas que están validadas por los rivales más cualificados, pocos como Chile, campeón vigente de la Copa, vencedor hace un año de Argentina en Santiago. Pizzi ha dado continuidad a un equipo muy bien ideado por Bielsa y desarrollado de manera científica por Sampaoli. Tiene un plan de juego muy interesante, sobre todo por organizado y solidario, y cuenta con futbolistas importantes, sobre todo Vidal, Alexis y Vargas, y meritorios de categoría, pocos como Bravo, Medel o Marcelo Díaz. No había posiblemente peor enemigo para la Albicelese que La Roja dirigida por un técnico de Argentina.

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Al rescate de Tata Martino, limitado por las ausencias de Augusto y Lavezzi, acudió de salida Di María, aparentemente recuperado de la lesión que sufrió contra Panamá. El dinamismo del volante es capital para un equipo cuyos laterales no profundizan, como Mercado y Rojo. Únicamente generan juego Banega y naturalmente Messi porque los volantes guardan la posición, no achican arriba sino que miden la distancia desde atrás, pendientes Biglia y Mascherano de la línea defensiva y de Romero. Argentina prefiere jugar a favor de marcador, de manera que se cuidó mucho de no tomar un gol ante la fiera que es Chile.

Así que el partido se convirtió en un pulso intenso, de mucha presión, muy trabado, interrumpido por las faltas tácticas, igual de duras en Argentina (Mercado) que en Chile (Díaz). Había más presión que elaboración, de manera que la única ocasión en la primera parte se produjo por una pérdida de balón de Medel, que habilitó a Higuaín en un mano a mano con Bravo mal resuelto por el delantero del Nápoles. Muy certero en las eliminatorias, el Pipita volvió a fallar en la final, igual que sucedió en la Copa del Mundo contra Alemania. El partido solo se rompió momentáneamente a partir de las aceleraciones de Messi.

El 10 fue abatido en dos faltas por Marcelo Díaz, expulsado discutiblemente a la media hora por Lopes. El protagonismo del árbitro, más actor que juez, destempló a los futbolistas, incluso al propio Messi, al que le sacó una tarjeta por simular un penalti en una entrada de Fuenzalida. Aunque no mediara falta, la amonestación pareció tan gratuita como la cartulina roja que vio Rojo por voltear a Vidal en medio de la trifulca montada por unos y otros, pendientes ambos de las decisiones caprichosas de Heber Lopes. Había más patadas que oportunidades en una contienda agresiva, solo esponjada por las apariciones de Messi.

Alexis besa el trofeo de campeón.
Alexis besa el trofeo de campeón.Brad Penner (USA Today Sports)

Alcanzado el descanso, Heber López tuvo más peligro con las tarjetas que Messi con la pelota, a pesar de que el 10 fue el único delantero que había enfilado la portería de Bravo. Argentina pareció espantada por el criterio arbitral y se quedó quieta, parada en su cancha, más espectadora que protagonista, a expensas del despliegue de Chile, que ataca y defiende con 11 centrocampistas, todos a una, para lo bueno y para lo malo, igual da que enfrente esté México o Argentina. La Albiceleste seguía aguardando a Messi mientras el volumen de trabajo de Chile no paraba por el esfuerzo de futbolistas omnipresentes como Arturo Vidal.

Tata Martino decidió entonces cambiar a los acompañantes del 10 después del fiasco de Higuaín y Di María. Agüero entró en escena y se arrimó al campo contrario Banega al tiempo que cerraba el propio Kranevitter. Tampoco acertó el Kun, habilitado por Messi, después de un disparo de Vargas rechazado por Romero. Nadie arriesgaba, ni siquiera exponía, anudado el partido, malo de solemnidad, sin opciones de gol, falto de caudillos, anónimos todos a excepción de Messi, Vidal y Alexis, un esforzado que acostumbra a triunfar en las situaciones de mayor apuro, errático en cambio frente al Gato Romero.

No quedó más remedio que acudir a la prórroga porque nunca consiguieron conectar Banega y Messi y Chile tampoco movió la pelota como pedía Pizzi. Vencidos y hasta derrengados los jugadores por el esfuerzo, el tiempo añadido se convirtió en una exhibición de los porteros: Romero atajó un cabezazo de Vargas y al poco Bravo sacó una mano de santo a un testarazo de Agüero después de un golpe franco botado por Messi. La intervención del portero del Barça fue la parada de la Copa. La carga final de Argentina, presidida por una tiro libre de Messi, no evitó la tanda de penaltis, igual que ocurrió hace un año en Chile.

Y, aunque los protagonistas fueron distintos, la tanda discurrió con el mismo guion que en la Copa América de Santiago. Chile solo marró el tiro de Vidal, el primero de la tanda, mientras que Messi y Biglia fallaron para Argentina. La puntilla la puso el Gato Silva. Nunca se le dieron bien los penaltis a la Albiceleste, tampoco con Messi, conquistador en Europa, cinco veces ganador del Balón de Oro, negado en América. Maradona le instó a que no regrese a Argentina si no era con la Copa. Tomó el desafío Messi, más comprometido que nunca, y falló también como no lo había hecho hasta New Jersey.

Messi no tendrá el perdón de Dios en Argentina. Parecía Jesucristo clavado en la cruz de Chile.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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