¡Viva!
Zidane es un entrenador sin pitada, algo inédito en el Bernabéu después de tantos meses
Cuando Zidane llegó al banquillo del Madrid muchos vimos en el gesto una forma arriesgada de vida. Florentino ponía en el lugar más expuesto del fútbol mundial, laboratorio de nuevas formas de ofensa, a una figura tan sagrada que muchos sentimos que el Madrid estaba jugueteando con nuestra madre. ¿Qué se hace cuando al Madrid lo entrena mamá? ¿Qué le dices a mamá cuando sustituye a Benzema? El experimento sociológico es interesante en la medida en que Zidane no representa una especie de madre para un madridista, sino para el madridismo entero. Por tanto el miedo animal a que el estadio se revuelva contra él quedaba mitigado por un pacto colectivo: su integridad nos afecta a todos. Así transcurrieron los primeros tiempos de Zidane con un equipo en bancarrota moral; una continua prueba de fuego entre el amor hacia él y el odio al banquillo.
Es sabido que el Madrid es el actual campeón de Europa y el líder de la Liga española. Es sabido, porque no es noticia, que el equipo anda envuelto en otra de sus crisis –todas se superponen-, ésta no sé si por el juego, la fluidez, la pegada, los jugadores titulares o es que se marcan demasiados goles y esto no es un campeonato serio. El caso es que se levantan voces contra Zidane, o sea contra madre. Nada serias porque vienen del madridismo; el antimadridismo se pierde bastante menos el respeto. El francés debe de saber que está en esa época del año en que muchas de las críticas están dirigidas a que en mayo, si la cosa no funciona, se diga “lo veníamos avisando”. Es un entrenador sin pitada, algo inédito en el Bernabéu después de tantos meses, y a eso ha contribuido la paz mística que el Zidane jugador ha llevado al vestuario. Voz baja, pocas órdenes, mucho ejemplo y ningún cabezazo.
Vistas así las cosas yo entendería el antizidanismo, de existir. Pero sería un movimiento ingrato. Porque su figura trasciende el fútbol. Tiene que ver con otras cosas, algunas de ellas tan livianas que no se comprenden racionalmente. Mamá tiene clase: es difícil odiarla sin hacer el ridículo. Me recuerda a una historia que está más cerca del mito que de la realidad, como el actor que me la contó, Manuel Manquiña. Se dice que Dalí y unos compañeros, advertidos de la presencia de Alfonso XIII en la universidad, le prepararon un escrache. Se juntaron varios al fondo del aula para reventarle la conferencia; Alfonso XIII, que entró fumando, cogió la pava y la tiró impulsándola con el pulgar y el índice: la metió dentro de la papelera, a casi dos metros. Dalí y sus amigos, atónitos, se levantaron de sus pupitres: “¡Viva el Rey!”.
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