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Damas y cabeleiras
Columna
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Paulinho y la turismofobia

Late la sospecha de que la actual dirección deportiva va dando palos de ciego y retomando las premisas que defienden que al fútbol se juega mejor con peores futbolistas y sin balón

Rafa Cabeleira
Paulinho, durante un partido con el Guangzhou Evergrande.
Paulinho, durante un partido con el Guangzhou Evergrande.VCG (VCG via Getty Images)

Las cartas sobre la mesa: no daba crédito a las oleadas de adhesión y barbarie provocadas por este fenómeno estival bautizado como turismofobia hasta que los principales mentideros del mundo anunciaron el fichaje de Paulinho por el Barcelona. De repente he sentido unas ganas irrefrenables de lanzarme a la calle embozado en mi vieja palestina, improvisar pintadas con groseras faltas de ortografía y hostigar con cánticos agresivos a la futura casera del brasileño para tratar de evitar lo que parece inevitable: que este baqueteado zapador, doloroso recuerdo de lo que fue la cuna del jogo bonito, excave su próxima trinchera sobre el pasto sagrado del Camp Nou.

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Semejante actitud se me antojaba ridícula y peligrosa cuando la molestia parecía lejana, resguardado en una Galicia que apenas sufre las incomodidades de la masificación turística en su capital, Santiago de Compostela. El constante trasiego de peregrinos y sus indeseables consecuencias no pasaban de preocupación residual para los demás habitantes del reino de Iago Aspas. Aquí acostumbramos a zanjar tan peliagudo debate con la sencillez propia de esta tierra, una actitud distante y desenfadada que se podría resumir en las sabias palabras del cronista oficial de la Pontevedra moderna, el periodista Rodrigo Cota: “No haber construido semejante catedral, nadie les mandó”. Con la llegada de Paulinho, además de recalibrar ciertas opiniones sobre el infortunio ajeno y el excursionismo desaforado, también cabe preguntarse hasta qué punto es necesario el fichaje de un futbolista de tal corte para sostener una delantera todavía monumental pese a la fuga de Neymar.

De él apuntan sus más firmes defensores que posee un físico prodigioso, un espíritu de lucha encomiable y un rigor táctico que mezclará perfectamente con los componentes más livianos y talentosos de la plantilla, cualidades muy apreciables todas ellas, qué duda cabe, pero que se podrían utilizar para definir, casi del mismo modo, a un enjundioso encaste taurino. Su contratación nos obliga a retroceder en el tiempo y retomar aquellas sabias palabras de Luis Aragonés sobre la conveniencia de sentirse toro o torero, penúltima demostración de que el cruyffismo ha sido enterrado junto a su creador. En el fondo del asunto late la sospecha de que la actual dirección deportiva va dando palos de ciego y retomando premisas que ya parecían olvidadas, esas que defienden que al fútbol se juega mejor con peores futbolistas y sin balón.

Por buscar el lado positivo, se podría alabar este empeño pertinaz por devolver al militante culé a cierto estado de pureza, a ese acto de fe constante que nos emparenta con aquellos primeros cristianos y las estrechas catacumbas, a nuestras verdaderas esencias. Son fichajes como el de Paulinho acicates que ayudan a reforzar esa sensación de alarma social tan necesaria para abrir grandes debates y plantear mayores reformas: las necesita Barcelona, cuna de la turismofobia, y también el club que, en palabras de Josep Lluís Núñez, “da nombre a nuestra querida ciudad”.

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