El complejo de inferioridad de Argentina
La supuesta superioridad moral, o deportiva, que caracteriza al argentino, en la selección se transforma en lo contrario: nuestro fútbol está cerca de tocar fondo
Todo lo que hemos vivido en Argentina en tantos años de fútbol, toda nuestra historia, se ha ido lentamente a la basura. No solo por lo que pueda entregar un equipo de fútbol, que eso puede ser circunstancial. Tenemos buenos jugadores, siguen saliendo cracks, y todavía permanece esa pasión por el juego, ese vínculo tan profundo con el fútbol como un bien cultural. Pero el fútbol ha entrado en un terreno de divagación. Los responsables de dirigirlo son gente que no tiene ningún conocimiento sobre lo que significa el juego y cómo se juega. Hay un deterioro conceptual y una degradación que induce a tomar decisiones como la de los administradores de la AFA, de organizar el partido contra Perú en La Bombonera. Como si el cambio de escenario provocase una mejoría futbolística. La cancha, no el juego, está en el centro del debate. Los programas de televisión tocan los temas periféricos, hablan de superstición. Y cuando hablan de fútbol lo hacen para debatir sobre el sistema de juego, como si el sistema tuviera vida propia y fuese algo integrado por cualquier jugador. En lugar de analizar jugadores dentro de un orden se analizan sistemas porque sí. Hay un deterioro que lleva a una confusión enorme porque los que toman las decisiones estratégicas actúan desde un mundo ficticio en el que cualquier teoría parece válida, incluso teorías sin lógica.
No creo que la crisis del fútbol argentino sea casual. En el fútbol la pelota también entra por cuestiones que están ligadas a la gestión. El origen de este drama responde a muchos años de indiferencia, descuido, maltrato y desorientación que han llevado a los dirigentes a marcar el rumbo de la búsqueda del éxito. Pero el éxito también puede ser un enemigo, o una enfermedad. Persiguiendo el éxito se entra en una cadena de toma de decisiones que no tienen nada que ver con la naturaleza del juego. El fútbol es un proyecto, es un trabajo a largo plazo, es designar a la gente idónea para desempeñar las funciones dentro de una organización. Gran parte del germen del fracaso ha sido poner formadores que no están avalados por el conocimiento.
La persecución desesperada del éxito ha impregnado a las bases. Los jugadores se van porque antes de ilusionarse por jugar en Primera tienen la ilusión de triunfar en el exterior. Luchamos contra la falta de sentido de pertenencia, contra la falta de una identidad en los clubes. El vínculo entre el jugador y el hincha se ha roto. Se han perdido los símbolos que daban identidad a los clubes porque todo se hace en función de lo urgente. Todo acaba en el próximo partido. Ahora es el partido contra Perú. El equipo se prepara para ganar desesperadamente. No hay paciencia ni para alentar al equipo ni para sostener a un jugador un tiempo prudencial. En los medios hay un clima de insatisfacción permanente que ha penetrado a la selección.
El equipo está contaminado por la frustración del pasado. En esta obsesión por el éxito como único objetivo, no importa cómo ni cuándo ni dónde, se entró en una cadena alocada. Los jugadores han alcanzado la final de las últimas tres competiciones que han disputado, pero no las han ganado y sienten la frustración de no haber podido cumplir con esa promesa al pueblo argentino. Se sienten constantemente en deuda. El equipo no tiene refugio para combatir la adversidad. La adversidad es un enemigo invisible al que soportar un tiempo, pero a medida que pasan los minutos es un enemigo más potente. Y llega un momento en que te gana.
Argentina ha probado todos los esquemas. Los seleccionadores han intentado construir poniendo los ladrillos sobre la nada. No hay cimientos. El primer ladrillo es Messi y lo demás está por revisar.
Argentina ha probado todos los esquemas tácticos. Los seleccionadores han intentado construir poniendo los ladrillos sobre la nada. No hay cimientos. El primer ladrillo es Messi y lo demás está por revisar. Desde hace 10 años no tenemos un soporte que se asemeje a una estructura para empezar a construir. Hace tres meses vino Jorge Sampaoli y cambió todo: los dos mediocampistas, los del fondo y la idea futbolística.
Si hay algo que ha sostenido a los argentinos en general ha sido el orgullo. El amor propio los ha conducido a lugares impensados a pesar de todo. Esa convicción de que somos superiores nos ha empujado hacia adelante y ahora se nos está volviendo en contra.
La supuesta superioridad moral, o deportiva, que caracteriza al argentino, en la selección de fútbol se transforma en un complejo de inferioridad. Creemos que somos superiores. Que los demás no existen. Ese complejo de superioridad se invierte cuando chocamos con una realidad que no encaja en nuestra visión. Muchos dirigentes, muchos jugadores, y muchos hinchas, han fabricado su propia realidad. Cuando los hechos, y no solo los resultados, no coinciden con esta fantasía, se produce el trastorno.
El fútbol argentino está cerca de tocar fondo. Pero si ganamos a Perú, la proximidad del Mundial renovará la ilusión y volveremos a sufrir amnesia.
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