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MEMORIAS EN BLANCO Y NEGRO
Columna
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Aquel empate a cinco con el Honved

Aquel equipo errante que huía de la bota soviética despertó las mayores simpatías en la España franquista, como era de esperar

Kopa, Puskas y Di Stefano.
Kopa, Puskas y Di Stefano.

En los cincuenta y los sesenta existía el llamado Partido de la Prensa, casi siempre invernal. Las relaciones entre prensa y futbolistas eran tan buenas que estos lo jugaban para el montepío de periodistas. Pasaba en muchas ciudades. En Madrid consistía en que un combinado del Madrid y el Atlético (una verdadera selección de los mejores) jugaba contra algún equipo de prestigio.

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El más recordado fue el que trajo a Madrid, en el invierno del 56, al Honved de Budapest. Hace poco un testigo me hablaba admirado de aquel empate a cinco.

Hungría estaba revuelta. El 23 de octubre hubo un levantamiento nacional contra el gobierno satélite de la URSS. Fueron días duros, con tiros en las calles. Una agencia informó erróneamente de que Puskas había muerto en las algaradas, y lo recogieron periódicos de toda Europa. Pero afortunadamente no era así. El 26 salió de Hungría con sus compañeros del Honved para una gira que incluía su eliminatoria de Copa de Europa contra el Athletic de Bilbao. Era un equipo cotizadísimo. Tres años antes, Hungría, con seis del Honved, ganó 3-6 en Wembley a Inglaterra. Nunca antes habían perdido los inventores en casa ante ningún equipo el Continente. Aquello fue como la toma de la Bastilla. The Times tituló ‘The Match of de Century’.

Camino de Bilbao, el Honved jugó partidos en Essen, Amberes, París, Rouen y Saarbrucken. En Bilbao jugó (y perdió 3-2) el 22 de noviembre. Para entonces, Kruschoff había inundado de tanques Budapest y la situación era terrible. En los hoteles, los jugadores estaban todo el tiempo tratado de telefonear a Viena, donde hacían primera escala todos los fugados de Hungría (llegaron a ser doscientos mil) en espera de noticias de sus familiares. Mientras, las autoridades, una vez restablecido el mando de la URSS, les exigían volver, considerándoles prófugos.

La Asociación de la Prensa de Madrid les contrató para jugar el jueves 29 de noviembre en el Bernabéu. La expectación fue colosal. Aquel equipo errante que huía de la bota soviética despertó las mayores simpatías en la España franquista, como era de esperar.

Llegaron a Madrid el 25 y cada paso fue contado fielmente por la prensa. De los ganadores de Wembley faltaba el meta Grosics, en arresto domiciliario desde un año antes por una oscura acusación de espionaje, de la que acabaría absuelto. Pero estaban Boszik, Budai, Kocsis, Puskas y Czibor. Todos ellos habían jugado en Bilbao. A última hora, Kocsis faltó al partido de Madrid. Viajó a Viena, comisionado por todos, a fin de explorar garantías para el caso de regresar. La estrella era, Puskas, capitán y goleador, con 84 partidos y 83 goles en su selección. La víspera del partido recibe una gran noticia: su mujer y su hija Anna han conseguido salir, están en Viena, habla con ellas. Arriba, el diario del Movimiento, consigue la exclusiva de Puskas hablando desde el teléfono del hotel con su mujer. La foto es portada del periódico.

Hungría estaba revuelta. El 23 de octubre hubo un levantamiento nacional contra la URSS

El equipo madrileño lo confeccionó Ramón Melcón, periodista, que había sido seleccionador nacional y antes árbitro. Serán: Pazos; Atienza, Marquitos, Lesmes; Santisteban, Zárraga; Miguel, Kopa, Di Stéfano, Peiró y Gento. Pazos, Miguel y Peiró eran del Atlético; el resto, madridistas, como Juanito González, que avanzado el partido saldría por Pazos, dañado.

En el Honved, la meta la ocupa Farago. Boszik mueve los hilos en el medio campo. La delantera la componen Budai, Machos (que entra por Kocsis), Tichy, Puskas y Czibor.

Ellos cuidaban su prestigio. Su delegado, Ukrinski, insistió en que el árbitro fuera internacional. Aceptó a regañadientes a Asensi, el gran árbitro español de la época, mundialista en Suiza-54.

Cuando empieza el partido, a las cuatro menos cuarto de la tarde (aún no hay iluminación artificial) en el Bernabéu no cabe un alfiler. Los que acudieron no lo olvidarán nunca. Los húngaros hacen un fútbol suave, de seda, pausado, técnico. “Mejor que el San Lorenzo de Almagro”, comentan los que vieron las exhibiciones de los argentinos nueve años atrás.

Lo más llamativo, lo que levanta murmullos, es que el meta, Farago, saca con la mano hacia los laterales. Aquí el portero sacaba de voleón al otro campo, y allá se las compusieran los demás. Los defensas no eran fiables para darles el balón al pie, eran casi sin excepción abruptos pateadores de cuero, marcadores de rompe y rasga, gente contundente que alejaba el balón, con más o menos puntería. En el Honved, Farago sacaba con la mano a uno de sus laterales y resultaba que éstos lo jugaban como interiores, con manejo y criterio. Ahí empezaba el juego, de toque pausado, preciso, hasta llegar al área, donde se seguía tejiendo la jugada. Las entradas de los ‘madrileños’ llegaban un instante tarde, ante la precisión de los pases húngaros.

Un contraste con el estilo enérgico y expeditivo del equipo madrileño, liderado por Di Stéfano, embellecido por Kopa, agitado en las alas por los velocísimos Miguel y Gento. Llamaradas de rebeldía frente a un fútbol técnicamente insuperable.

El hombre del marcador no paraba: 1-0, 1-1, 1-2, 2-2, 3-2, descanso, 4-2, 4-3, 5-3, 5-4 y 5-5. Di Stéfano ha hecho tres, Miguel y Peiró, uno cada uno. Por el Honved marcan cinco diferentes. La gente se va maravillada. Se ha visto algo único.

Lo más llamativo, lo que levanta murmullos, es que el meta, Farago, saca con la mano hacia los laterales

El martes 4 de diciembre ganan 3-4 al Barça. A la mañana siguiente vuelan a Sevilla, sin descanso, y caen ante el combinado Sevilla-Betis por 6-2, por puro agotamiento. Después, partidos en Milán, Roma y Palermo y el 20 de diciembre, a Bruselas, al partido de vuelta contra el Athletic. Acaba 3-3, en buena parte porque Farago se lesiona y durante diez minutos ocupa la meta Czibor, que encaja dos goles.

Aún hay una gira por Brasil, hasta que la Federación Húngara consigue que la FIFA prohíba contratarles. Regresaron a Viena, repartieron los ingresos, los más volvieron a casa. Fuera quedaron Puskas, Kocsis y Czibor. Cumplida la correspondiente sanción, en la 58-59 firmaron el primero por el Madrid y los otros dos por el Barça.

Aquel fabuloso equipo despareció para siempre. Pero su recuerdo aún pervive.

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