Rusos y rusas al borde del fracaso
La mayor potencia mundial se aleja de las medallas a falta de 5 rondas a pesar del gran apoyo de Putin
Hace tiempo que Rusia dejó de ser hegemónica en ajedrez, pero sigue siendo el país puntero, con diferencia. Sin embargo, el fracaso constante en las Olimpiadas desde 2002 no tiene una explicación evidente. En la absoluta, los rusos partieron como 2º cabeza de serie, tras EEUU, y ocupan el puesto 17 tras seis rondas de las once previstas. En la femenina, las rusas era favoritas indiscutibles, pero están en el 24º. El presidente Putin despidió a la delegación personalmente y fletó un avión privado para su traslado a Batumi (Georgia).
El capitán del equipo femenino, Serguéi Rublevski, no pudo disimular su angustia cuando vio que la derrota ante Armenia (1-3) empezaba a perfilarse. Sus empujones a los periodistas próximos a la mesa para alejarlos carecían de justificación alguna porque ninguno de ellos estaba tan cerca como para molestar a sus dos jugadoras aún en lucha, Gunina y Kosteniuk. Eran puros nervios, probablemente conectados con la perspectiva de perder su puesto de trabajo. En el Kremlin se interpretará como un fracaso cualquier puesto de las rusas que no sea el primero.
El nivel de exigencia a la selección masculina (la competición se llama absoluta porque algunos equipos incluyen mujeres) no es tan alta porque EEUU tiene una escuadra fortísima -de hecho, logró un oro histórico en la edición de 2016- desde que nacionalizó al filipino Wesley So y al ítalo-estadounidense (hasta entonces con bandera italiana) Fabiano Caruana, quien además ganó el Torneo de Candidatos en marzo y será el próximo retador del campeón del mundo, el noruego Magnus Carlsen, este noviembre en Londres.
Pero, dado que Rusia es el 2º cabeza de serie (Kariakin, Nepómniachi, Krámnik, Vitiugov y Jakovenko), el límite de la tolerancia será la medalla de plata; ni siquiera el bronce sería un éxito. No en vano, Putin ha declarado repetidamente que el ajedrez es prioritario, ha destinado todos los recursos necesarios para los entrenamientos y concentraciones de sus estrellas, y ha asignado al ex primer ministro adjunto, Arkadi Dvórkovich, la difícil misión de ganar este miércoles las elecciones a la presidencia de la Federación Internacional (FIDE), infectada desde 1982 por un considerable número de directivos corruptos e ineficaces, pero grandes maestros en el control de la maquinaria electoral.
Los rusos no han ganado el oro desde 2002, y lo tienen muy difícil en Batumi tras empatar en la sexta ronda con India (2-2) y perder en la cuarta ante Polonia (2,5-1,5). ¿Por qué falla tanto, a pesar de que seis de los veinte mejores del mundo son rusos? La lógica y los numerosos testimonios de personas cercanas a esa selección indican que las relaciones entre ellos -sólo en la escuadra masculina; las rusas sí forman una pila- son malas; cada uno va a lo suyo, no colaboran en la preparación de las partidas o en mantener el tono anímico alto, y eso se traduce en los resultados.
Los líderes, Azerbaiyán y Polonia, con un punto más que EEUU, son precisamente un ejemplo de lo contrario, de buena armonía colectiva. Y España también: partió como 24ª por la ausencia de cuatro jugadores importantes por diversas causas (Vallejo, Shírov, Salgado e Illescas) pero ocupa de momento el puesto 16 tras superar a Suiza (2,5-1,5; victoria de Antón; tablas de Candelario, Vázquez e Ibarra); en cambio, las españolas tienen un equipo esperanzador (15º cabeza de serie sobre 151) para luchar por los diez primeros puestos, pero está en el 41 tras perder ante Filipinas (1-3; tablas de Vega y Matnadze, derrotas de Marta García y Calzetta).
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