El Barça de recambio no pasa de una mala copia
Los suplentes azulgrana no dan la talla y Lenglet marca sobre la bocina para superar a una Cultural mucho más ambiciosa
Cillessen atrapó el balón con las manos, lo retuvo unos pocos segundos por si se decantaba por el pelotazo y acabó por plantarlo en el suelo ante la avidez de los rivales por recuperar el esférico y la indiferencia de sus compañeros en pedirlo. Acabó por jugarlo en corto e, instantes después, el Barça perdió la posesión. Ocurrió en el minuto 22, pero fue un claro ejemplo de la puesta en escena azulgrana, tan torpe y caótica en la creación como nula en la agitación y el remate. Resulta que el cóctel de Valverde quedó agrio: la defensa no salió jugando; los medios no se subrayaron en el pase; y los puntas fueron a la suya.
Mérito también de la Cultural Leonesa, que era el pez chico (Segunda B) pero pareció lo contrario; defendió y atacó mejor que su pareja de baile, pero careció de la puntería que se requiere para derrocar a un grande, al campeón de la Copa de los últimos cuatro años. Para su desdicha, apareció Lenglet en el descuento y remató una falta frontal de Dembélé que definió el resultado, que no el fútbol de ambos equipos.
Condicionado por las normas —debe haber siete jugadores del primer equipo en el tapete—, Valverde optó por renovar la zaga con los jóvenes Cuenca y Chumi de centrales [solo Piqué y Lenglet siguen en pie]; y con Miranda por la izquierda tras no tener oportunidad alguna durante el curso, por más que desde el área deportiva se descartara fichar a otro para la retaguardia. También jugó Samper en el eje, primer duelo oficial desde agosto de 2016 (cedido en el Granada y Las Palmas y lastrado por las lesiones), entonces en la Supercopa frente al Sevilla. Para su infortunio, duró media hora, lesionado en la pierna derecha, pero anónimo mientras estuvo porque no supo deshacerse del marcaje al hombre de Aridane. Un visto y no visto.
Demasiado individualismo
El tono de Samper, sin embargo, fue idéntico al de los demás a excepción de Arturo Vidal, único en dejarse la piel y en transmitir voracidad. Pero se quedó solo porque sus compinches se mostraron tan apáticos como desafortunados en la mezcla, al punto de que por primera vez en mucho tiempo el fútbol del equipo no fue reconocible. Así, el Barça no fue un equipo sino un conjunto de estrellas deslucidas, quizá el peor de los adjetivos porque a la que el balón llegaba al campo contrario, todos quisieron evidenciar en una jugada lo que no logran en los entrenamientos. Munir, Dembélé y Malcom trataron de hacer la jugada homérica, esa de portada, y se dieron de bruces con la realidad porque completaron el partido sin disparo alguno.
Presumió de lo contrario la Cultural, mucho más intensa y feroz. Con una presión avanzada y con marcajes al hombre por todo el campo, le bastó con el robo y la contra para asustar al Barça con Zelu como catapulta. Lo probó desde la derecha y se le marchó fuera; y lo intentó desde la izquierda, tras una pérdida incomprensible de Semedo, con un disparo con rosca que solo el gadgetobrazo de Cillessen pudo despejar.
Aleñá trató de dar criterio y fútbol al Barça, algo posible también porque Munir empezó a despegarse de los centrales para recibir de espaldas, para guardar el balón y entregarlo a las carreras de los extremos, que sacaban centros sin éxito. Por lo que se repetía la tónica, con el Barça desnortado y con la Cultural en combustión, capaz de valerse de nuevo a la contra para sobresaltar a Cillessen, como ese chut de Ortiz, ese eslalon de Liberto o el disparo de Saúl que el meta desvió a tiempo.
Lo intentó con ganas pero sin la chispa necesaria la Cultural y se quedó de brazos cruzados el Barça, insípido e inocuo, una mala copia de sí mismo hasta que Lenglet y su cabezazo dijeron lo contrario.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.