Delanteros contra volantes
Boca se entrega al poder de sus puntas, mientras que River apuesta por la pausa
Barros Schelotto tiene 45 años; Gallardo, 42. Símbolos de Boca y de River en la década del 90, vestidos de futbolistas se enfrentaron en siete oportunidades. El saldo favorece al actual preparador xeneize, tres triunfos, dos empates, dos derrotas. En el siglo XXI, la rivalidad se extendió a los banquillos. Ahora, sin embargo, manda Gallardo. Cuatro victorias, tres tablas, tres duelos perdidos.
Ocurre, sin embargo, que en los tres encuentros que han disputado en 2018, el Mellizo sucumbió ante la pizarra del Muñeco. En marzo, el técnico millonario sorprendió al de Boca en la Supercopa Argentina cuando mandó al Pity Martínez a jugar de falso nueve: 2-0, gol del mediapunta. En la Superliga, también utilizó a Martínez para despistar su rival, en aquella oportunidad lo colocó de extremo: 1-3 en La Bombonera. En la ida de la final de la Libertadores, Gallardo planteó un nuevo cambio táctico, pasó a jugar con cinco volantes (3-5-2) para intentar robarle el cuero a Boca en el centro del campo. Lo logró, aunque se marchó con un empate del estadio xeineze (2-2). Se respetan y hasta se tienen aprecio. “Tengo una gran relación con Marcelo”, advierte el técnico, que quiere igualar una marca de su homologo: estampar su nombre en la Libertadores como jugador y técnico.
Toca la banda
La solidez defensiva del River de Gallardo siempre ha estado sostenida a partir de un portero contundente. Primero fue Marcelo Barovero y después, de una etapa de transición, Armani se ha consolidado bajo el larguero del Monumental. Las paradas del guardameta millonario han sido tan destacadas que hasta se ganó una plaza de último momento para Rusia 2018. Determinante, por momentos invencible, Armani llega al Bernabéu en modo terrenal. Al meta lo custodian dos centrales experimentados: Maidana (33 años) y Pinola (35). Es, justamente, Maidana uno de los símbolos de la hinchada, único superviviente del equipo que descendió al Nacional B. Gallardo puede optar por conservar el sistema que utilizó en La Bombonera y sumar a Lucas Quarta como tercer central para incorporar a los laterales, Montiel y Milton Casco al mediocampo.
Mutó el River de Gallardo. Cuando el técnico se hizo cargo del equipo en 2014, River era un equipo avasallador, capaz de ejercer una presión altísima, entonces una rara avis en el fútbol argentino. Hoy River juega a un ritmo más pausado. Administra con más criterio las transiciones a las órdenes del joven Ezequiel Palacios, rodeado de dos perros de caza, viejos referentes del club como Enzo Pérez y Ponzio. El exjugador del Zaragoza llegó al Monumental cuando River estaba en el Nacional B y desde entonces se ha ganado un lugar de privilegio en la afición millonaria. Cuenta Gallardo con la posibilidad de sumar a Nacho Fernández y a Quinteiro a la medular para volver a utilizar la línea de cuatro defensores en la zaga.
Al River de Gallardo, sin embargo, le falta gol. El cuadro de la banda toca en la medular, pero desvanece en ataque, aquejado por las lesiones de Scocco (se recuperó, pero no llega en forma al Bernabéu) y de Rodrigo Mora, sumado a la suspensión del colombiano Borré (vio la amarilla en la ida), autor de tres goles en esta edición de la Copa Libertadores. Sin su artillero, Gallardo apuesta por el habilidoso Pity Martínez, indescifrable en el uno contra uno, junto a Pratto. El problema es que Pratto, el fichaje más caro en la historia del club —9,2 millones de euros— no tiene en su carrera un promedio de goles por partido demasiado elevado (0,31) y ha mermado desde que llegó a Núñez (0,27).
Julián Álvarez es la nueva perla de la cantera y, probablemente, el mejor activo de Gallardo en el banquillo. La profundidad del plantel se inclina en favor de su rival. Un hándicap si el duelo termina la prórroga.
El poder del gol
A diferencia de Gallardo, el equipo de los Barros Schelotto cuenta con un banquillo de lujo. Los delanteros Tevez, Mauro Zárate y Benedetto prometen pegada. La pausa de Gago, el exjugador del Madrid, es la carta administrativa si el técnico necesita un volante que le gestione una hipotética ventaja durmiendo el partido o una desventaja lanzando el ataque si necesita remontar.
Desde que llegó a la Boca a Barros Schelotto se le atragantó la portería. En dos años y medio probó con cuatro guardametas (Orión, Werner, Sara y Rossi) hasta que esta temporada se ha consolidado Andrada. Dudas bajo los tres palos y también en la zaga. Sombras en los laterales, incertidumbre en los centrales hasta que se afianzaron Izquierdoz y Magallán, más firmes en el juego aéreo que virtuosos para sacar el balón, en la Bombonera se les vio sofocados ante la presencia sudorosa de Wanchope.
Es difícil que Boca postergue su 4-3-3. El trivote que forman Ñández, Barrios y Pablo Pérez es prácticamente intocable. Eso sí, más músculo que fútbol, nada que chirríe en la Bombonera. Solo el capitán Pablo Pérez se anima a romper líneas. Pero en el último clásico se mostró muy impreciso en el último pase.
La fuerza de Boca, sin embargo, está en el ataque. Barros Schelotto recupera para la final del Madrid a su chico franquicia, Pavón (se lesionó en la ida), mientras que no mueve del ataque al vertiginoso colombiano Villa y a Wanchope Ábila, un tanque para fijar a los centrales. “Si nosotros atacamos, sabemos que hacemos un gol”, subrayó Guillermo Barros Schelotto.
El técnico de Boca se reafirma en el poder de sus atacantes. En caso de dudas, manda buscarlos con centros o con balones frontales, saltándose todas las líneas que haga falta. Es su receta para contrarrestar la pausa que impone River en la medular.
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