Muguruza en la encrucijada
Después de un año complicado, la hispanovenezolana quiere repuntar en Melbourne tras estancarse en su juego y caer al número 18 de la clasificación mundial: “Nadie se pone más expectativas que yo misma”
Para Garbiñe Muguruza, el nuevo año es, o así debería serlo, un folio en blanco para reescribir una historia que comenzó de forma muy sugerente –con 20 años, derrotó a la todopoderosa Serena Williams en la arena de París–, que progresó mejor –a los 21 disputó la final de Wimbledon, se filtró por primera vez en el Masters y abrió el melón del Grand Slam en Roland Garros– y que adquirió un tono inmejorable cuando hace dos cursos, con 23, se coronó en La Catedral de Londres y tres meses después se convirtió en una número uno con un porvenir esplendoroso. Ascendía como un cohete, asomaba un gran filón y España se frotaba las manos porque después del vacío dejado por Arantxa y Conchita volvía a disfrutar otra vez de una heroína con raqueta. Todo eran brillos, flashes, frescura. Pero todo se torció.
Fue adentrarse en 2018, con todo ese maravilloso arsenal de méritos, y su trayectoria comenzó a virar peligrosamente hasta la situación actual, borrosa después de una temporada en la que desaparecieron los éxitos y decayó el juego. Llegaron las derrotas, demasiadas veces tempranas y en muchas ocasiones difíciles de entender, y volvieron a hacerse noticia los malos modos entre ella y su entrenador, el francés Sam Sumyk. Cerró el ejercicio con un único trofeo, menor, el de Monterrey, y a excepción de la notable actuación en Roland Garros, el resto de torneos se entrelazaron de una decepción a otra. Después de tres participaciones consecutivas, no logró el billete para la Copa de Maestras y el crecimiento se esfumó.
Ahora, pues, Muguruza se encuentra ante un año crucial. A los 25 años, ya consolidada en el circuito y con las más jóvenes empujando muy fuerte, deberá resetearse y dar un volantazo para escapar de la espiral. Proceden cambios, pero para ella hay una serie de aspectos innegociables. Con mucha personalidad, advierte de que no renunciará a su forma de ser y lo que ello conlleva: la exposición en las redes y las revistas, la moda o las cenas de gala. Ella decide y, por eso, continúa en el banquillo su entrenador, señalado desde hace tiempo porque no se percibe avance alguno en la jugadora, sino más bien un estancamiento que en el entorno se asocia a un vínculo tóxico.
Sigue Sumyk y la base de su equipo deportivo –Alicia Cebrián como recuperadora y Laurent Lafitte como preparador físico–, y así, desde el inmovilismo estratégico, Muguruza desea recuperar la gloria. “Soy consciente de que empecé muy joven y gané títulos importantes muy rápido, y eso, quieras o no, te genera una presión constante”, expresaba a la revista Women’s Health hace tres meses. “Nadie se pone más expectativas que yo misma. Quiero tener un año mejor. Cuando has estado a un nivel top, lo que quieres es volver a él. Australia es un torneo que me gusta y quiero encadenar varios partidos seguidos”, se pronunciaba hace unos días ante la cámara de Eurosport.
El aprendizaje con David Ferrer
Ante la página en blanco, Muguruza arranca el año como la número 18 de la WTA, habiendo caído significativamente en el ranking y perdido cartel deportivo. Al igual que los dos cursos previos, en diciembre se desplazó a Los Ángeles para hacer la pretemporada y se dejó caer por el Staples Center para ver a los Lakers; luego participó en la Copa Hopman, donde jugó junto a David Ferrer –“lleva 20 años demostrando un enorme espíritu luchador, siempre arriba. He aprendido mucho…”, le elogió– y sufrió algunos problemas en los cuádriceps; y después, en Sídney, disputó un solo partido porque una gastroenteritis le impidió saltar a la pista de nuevo.
“Con el nivel que hay, esto es más impredecible”, asegura Muguruza, a la que en Melbourne le esperan curvas desde el principio, puesto que debuta la próxima madrugada (hacia las 3.00, Eurosport) contra Saisai Zheng, la 38 del mundo, sin olvidar que en 2018 cedió en la segunda ronda ante Su-Wei Hsieh, también china. “Siempre me veo como una posible ganadora, aunque ahora el número uno está muy lejos, porque vengo de un año menos exitoso”, reflexiona. “Ahora lo que quiero es encadenar partidos y sentirme bien en la pista, y el ranking y todas las cosas buenas volverán por sí solas”, cierra la hispano-venezolana, ante un 2019 clave en el que no debería dejar escapar otra vez el tren. No siempre vuelven.
HALEP, AL FRENTE DE UN CIRCUITO IMPREVISIBLE
La rumana Simona Halep, de 27 años, comanda la lista de la WTA desde el pasado 26 de febrero. La tenista de Constanza, ejemplo de perseverancia, ganó el curso pasado su primer Grand Slam en Roland Garros, después de haber perdido tres grandes finales. Con ella al frente, el circuito femenino continúa siendo muy imprevisible.
Pese a que la rumana domina desde que Serena Williams (37 años) fuese madre y luego regresase a las pistas, el 2018 volvió a subrayar muchos vaivenes semanales y un reparto de los cuatro majors. Halep venció en la arcilla de París, antes lo hizo Caroline Wozniacki en Melbourne y posteriormente fueron Angelique Kerber y la joven Naomi Osaka (21 años) las que elevaron los premios de Wimbledon y Nueva York.
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