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El viaje relámpago que revivió al fútbol femenino

El portazo de la Federación en 1980 fue, paradójicamente, el inicio de una nueva época de apogeo

Una alineación del Barcelona femenino, en 1973.
Una alineación del Barcelona femenino, en 1973.

“No, no estoy contra el fútbol femenino, pero tampoco me agrada. No lo veo muy femenino desde el punto de vista estético. La mujer en camiseta y pantalón no está muy favorecida, cualquier traje regional le sentaría mejor”. Eso decía en una entrevista a finales de 1970 José Luis Pérez-Payá, presidente de la Federación. No era un gorila. Hijo de una familia muy acomodada de Alcoy, estudió en Inglaterra e hizo Derecho antes de ser jugador, en los cincuenta. Representaba una mentalidad muy extendida en la época.

Nuestro fútbol femenino surgió a finales de los sesenta. O renació, podríamos decir, porque en el periodo de entreguerras hubo algunos conatos. Para los sesenta ya se practicaba en bastantes países y en 1970 lo reconoció la UEFA. Uno de sus impulsores, Rafel Muga, publicó un libro sobre aquellos años heroicos, en el que, entre otras cosas, narra el que se considera partido fundacional, entre su propio equipo, el Mercacredit de Villaverde (luego devenido en Olímpico Oroquieta), y el Sizan, de Madrid. Jaleado por José María García y por As, el partido llenó el campo del Boetticher. Allí despuntó una niña de 15 años que se ganó el apodo de Conchiamancio. Tuvo que hacer su carrera en Italia y en Inglaterra.

Paralelamente, hubo iniciativas en otras partes. En Barcelona, Agustín Montal adoptó a las pioneras que encabezaba Inmaculada Cabecerán. Se inscribieron como “Peña Femenina Barcelonista”, les dotó de equipación y hasta les puso de entrenador al gran Ramallets. Pronto aparecería en el equipo María Teresa Andréu, cuya energía y dotes de organización serían decisivas.

Pioneros y pioneras mantenían sus contactos, concertaban partidos amistosos o montaban competiciones paraoficiales, con desplazamientos incómodos dentro de una economía basada en la ayuda de algún comerciante de barrio o venta de lotería. Las chicas se compraban sus botas, viajaban en coches privados y jugaban en campos de tierra. Había un leve paraguas organizativo: la Obra Sindical de Educación y Descanso. La Sección Femenina de Falange ordenó a sus delegadas sabotear en lo posible aquello. No hacerlo le costó el cargo a alguna.

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La situación se desatascó en 1980 con un viaje providencial Barcelona-Madrid-Barcelona. María Teresa Andréu convenció a los delegados del Español, el Sabadell y el Atenas (también de Barcelona) para presentarse juntos en la Federación. Les acompañó Agustí Mallol, diputado socialista, hermano de una jugadora del Español. Escogieron el 11 de septiembre, La Diada, festivo en Cataluña, para no faltar a sus trabajos.

“Viajamos la noche del 10 al 11, los cinco en un coche. Llegamos a Madrid sobre las ocho. Fuimos a un bar a desayunar y a arreglarnos. Nos recibió Agustín Domínguez y le indignó que fuésemos con un político. Le llevamos para argumentar que la Constitución fijaba igualdad de derechos entre hombres y mujeres, y que estaban obligados a aceptar el fútbol femenino. Nos echaron con cajas destempladas”, recuerda Andréu.

Se metieron en un café a deliberar y alguien sugirió llamar a José María García, adalid de todas las causas difíciles: “Nos dijo que nos podría hacer una entrevista si estábamos a las nueve de la noche en Barcelona, cuando hacía una conexión con SER Barcelona. Salimos a toda prisa, malcomimos de camino y llegamos a tiempo a los estudios. Nos atendió bien. Fue mano de santo. Al mes, la Federación creó un subcomité para el fútbol femenino, dirigido por el vicepresidente de la RFEF Rafael Caravantes”, explica.

Aquello se movía tan poco que pronto la propia María Teresa Andréu acabó siendo la responsable. Pasó años viajando de una territorial a otra, animando a los presidentes a abrir la mano y siempre con la idea de que el fútbol femenino cuajaría de verdad cuando entraran los grandes clubes, con sus nombres y sus colores. Recibió muchos noes. Tiene clavado el del Madrid: “Me dijeron que tenían pocos campos y que no iban a quitar un equipo infantil o un cadete para tener uno de chicas, porque de un equipo de niños puede salir una figura, pero de uno de chicas, no. Me quedé planchada”, lamenta todavía.

Hoy mira atrás y, como tantas otras luchadoras pioneras, piensa en lo que costó, pero mereció la pena. En la 88-89, ya con Villar, comenzó una Liga Nacional, primero con solo 13 equipos. Por un tiempo se tuvo que dividir en cuatro zonas, con fase final, porque los viajes eran muy caros. Hubo sucesivos cambios de formato, pero el impulso siguió imparable. Hasta llegar a este presente de contrato televisivo, en el que el fútbol femenino es incluso lo que no querría: pieza fuerte en la guerra Rubiales-Tebas.

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