Un correcaminos anda suelto por el Camp Nou
Nicolás Pépé, fichado esta semana por 80 millones, podría estrenarse con el Arsenal en el Trofeo Joan Gamper
Hace dos cursos, el Lille viajaba a Toulouse para descifrar si seguiría siendo un equipo de la Ligue 1 o, por el contrario, daría con sus huesos Segunda. Había tensión y nervios, mucho en juego. “No para él”, matiza Marc Ingla, director general del Lille, en referencia a Nicolás Pépé (Mantes-la-Jolie, Francia; 24 años). Más que nada porque abrió el marcador y, a falta de ocho minutos, con empate en el luminoso, se inventó un taconazo para firmar el tanto del triunfo y media salvación. Unas semanas más tarde, el Lyon le hizo una oferta mareante —triplicaban su sueldo— de 30 millones que al Lille le costaba rechazar, por más que no quisiera perder a su Correcaminos, apodado ‘Bip, bip’ [nombre en versión francesa de los dibujos animados] junto a sus acompañantes de delantera por la velocidad de sus carreras, mote extraído de sus apellidos: Jonathan Bamba, Jonathan Ikone y Pépé. “Vine con la misión de desarrollarme y llevar al club a cotas más altas”, respondió el extremo. Compromiso y determinación que ha cumplido en esta temporada, con 22 dianas [segundo en la tabla de goleadores tras Mbappé, que hizo 33], para aupar al Lille a la segunda plaza, a la Champions.
Al Lille no le quedó otra que dejarle escoger su futuro en este mercado. Y ha roto la banca porque el Arsenal, en el traspaso más caro de esta Premier —hasta ahora eran los 70 millones del City al Atlético por Rodri—, pagó esta semana 80 millones de euros para hacerse con Pépé, que podría estrenarse de gunner en el Camp Nou, en la fiesta del Gamper. “Estar aquí es muy emotivo porque no ha sido fácil para mí”, dijo Pépé en su presentación en sociedad; “he recorrido un largo camino y luché mucho”.
Para Pépé el balón era el mejor de los juguetes porque no tenía más por casa, con una economía precaria como la que tenían sus padres por entonces, que abandonaron Costa de Marfil en 1990 en busca de una vida mejor. El padre, ahora su agente, hacía de guardia en la prisión de París y su madre era ama de llaves. Hasta que les salió una oportunidad de trabajo mejor en Poitiers, donde se asentaron y Pépé comenzó jugar en la escuela del equipo de la ciudad. “Cuando llegó aquí, con 14 años, nunca había pisado un campo de hierba”, recuerda Philippe Leclerc, su descubridor. Pero se adaptó con facilidad para convertirse en la mayor promesa del club que, sin embargo, no llamaba la atención de los grandes por la imagen que transmitía de rebelde, también pasota.
Prohibido llevar cresta
Algo que no toleró Abdel Bouhazama, director del centro de formación del Angers. “La primera vez que lo vi, estaba con mis padres y tenía una gran cresta en la cabeza. Me estrechó la mano durante 30 segundos, no me soltó y me dijo: ‘Piensa en cortarte el pelo porque de lo contrario no entrenarás’. Al principio pensé que era broma, pero pronto comprendí que era en serio”. Y le hizo caso porque se convirtió como en un segundo padre para él, hasta el punto que después de pillarle robando en un supermercado, le dieron una segunda oportunidad que nunca más desaprovechó.
Cedido primero al Orléans, acabó por asentarse en el Angers y en la Ligue 1, hasta que en 2017 lo fichó el Lille porque el director deportivo Luis Campos tuvo, como dice, “un amor a primera vista” que costó 10 millones. “En poco tiempo se hizo el líder del vestuario por su talento y sangre fría”, le reconoce Ingla; “y porque puede actuar en las tres posiciones de ataque porque es muy rápido y sabe jugar en profundidad o en corto, por fuera o por dentro”.
Ahora, este admirador de Drogba y Messi, llega al Arsenal para seguir marcando y corriendo, puesto que a su lado tendrá a otro correcaminos como Aubameyang. Quizá se vea en el Gamper.
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