El fútbol, al servicio del fascismo
El profesor de historia Cristóbal Villalobos Salas indaga en ‘Fútbol y fascismo’ la estrecha relación que los regímenes totalitarios han tenido con el balompié
-“No sé cómo lo hará, pero Italia debe ganar este campeonato”.
-“Haremos todo lo posible”.
-“No me ha entendido bien, general: Italia debe ganar este Mundial. Es una orden”.
Para llegar a dictador hay que tener olfato. Cuentan que Benito Mussolini no había visto en su vida un partido de fútbol, pero supo intuir rápidamente el mundo de posibilidades -políticas y de propaganda- que el balompié ponía a su disposición. El nazismo, el franquismo y algunas dictaduras americanas siguieron los pasos del fascismo italiano. Luego, claro, la pelota tenía que entrar en la portería rival, pero siempre es más fácil que lo haga con Mussolini o Hitler en el palco del estadio. Y, si la realidad se ponía terca, quedaba la opción de adaptar el relato a las necesidades. ¿Quién se iba a percatar de que en el resumen televisivo del partido se omitían goles del equipo rival?
En la sociedad de entreguerras, el deporte se convirtió en un soporte masivo de propaganda. Encajaba perfectamente con el ideal fascista: el valor de la juventud, la fuerza, la acción, la forja del carácter o la disciplina. Virtudes todas ellas enfocadas a cumplir con un supuesto deber patriótico. En Fútbol y fascismo (Altamarea) el profesor de historia Cristóbal Villalobos Salas indaga en la estrecha relación que los regímenes totalitarios han tenido con el fútbol.
El libro explora esa permanente necesidad del ser humano de pertenecer a un colectivo que, de alguna manera, lo libere de su carga individual. Porque ese es el olor que detectó en su día la nariz de los déspotas. Interesantes anécdotas, historias y hazañas que flotan sobre aquella reflexión que, en su día, hizo Jorge Luis Borges: “el fútbol despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, el nacionalismo referido al deporte, porque la gente cree que va a ver un deporte, pero no es así. La idea de que haya uno que gane y que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.