Lady Tiger, boxeadora
Marian Trimiar, atraída por un cartel que invitaba a entrar a las chicas, cruzó el umbral del mítico gimnasio Gleason. Aquel paso la convertiría en una de las pioneras del boxeo femenino.
El paisaje que acompaña el camino del colegio a la escuela marca. Y mucho. Marian Trimiar quería ser enfermera. Pero en el trayecto del Bronx al instituto Julia Richman había muchos gimnasios. Se asomaba a la puerta y veía a chicos dándole al saco, divirtiéndose y formando parte de un grupo. Un día, atraída por un cartel que invitaba a entrar a las chicas, cruzó el umbral del mítico Gleason, en el que se formó, entre otros, Jake LaMotta. Aquel paso cambiaría su vida, hasta convertirla en una de las pioneras del boxeo femenino.
No fue fácil. Peregrinó de pabellón en pabellón mientras escuchaba una y otra vez lo mismo: con más o menos respeto, decían que no veían mucho interés en invertir en su futuro. Cuando finalmente dio con un lugar en que creían en ella, tuvo que comenzar a dar respuesta a preguntas que jamás le hubieran hecho si no fuera mujer. ¿Por qué peleas? —“Yo no peleo, boxeo”, contesta— o qué ropa vestirá en su debut. Su cabeza rapada llamaba la atención. Black Kojac, la llamaban. Pero ella quería escoger su apodo. Tampoco quería ser “La hija de...”. Elegirá Lady Tyger. Su bata será animal print marrón y negra. Y en las fotos, sus ojos se mostrarán con la fuerza de un contundente golpe.
En Lady Tyger (Libros del K.O.), la periodista Silvia Cruz Lapeña presenta un completo perfil construido a partir de testimonios, hemerotecas de diarios y libros. Una historia que va mucho más allá del boxeo —“a menos que las mujeres reciban más reconocimiento, lucharemos como una novedad para el resto de nuestras vidas”— y que ofrece imágenes potentísimas. Como la de Tyger practicando el Ali shuffle, movimiento que finge correr sin avanzar, como metáfora de su vida. O la de su protesta ante la oficina del promotor Don King, en la que en realidad no le estaba increpando a él, sino al mundo entero.
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