Una mancha sobre la leyenda Agnelli
El presidente de la Juventus, el más exitoso de la historia del club turinés, se metió en una empresa demasiado grande, incluso para su noble apellido
Andrea Agnelli (Turín, 45 años) ha metido la pata. Lo sabe él y cada uno de los tifosi de la Juventus. Lo repiten a diario el resto de presidentes de la Serie A o las portadas de sus propios periódicos. Y son conscientes de ello también los accionistas de la empresa que gestiona el club, que han visto cómo se desplomaban los títulos en Bolsa esta semana cuando se fue al garete la Superliga que había ideado a espaldas del resto de equipos a los que representaba como presidente de la Asociación de Clubes Europeos (ECA). La única duda en Italia ahora mismo es la paciencia que tendrá su primo, el todopoderoso John Elkann, para mantenerlo como presidente al frente de un equipo que reflotó con solo 34 años.
Andrea es sobrino de Gianni e hijo de Umberto, el hermano pequeño del deslumbrante avvocato, y de Alegra Caracciolo di Castagneto, hija de Anna Visconti (la hermana mayor del cineasta). Es el único de su generación que logró perpetuar el noble apellido, pero sus hazañas —tampoco su físico— no fueron nunca las más destacadas de la familia. La Superliga, en la que Florentino Pérez le embarcó, era la oportunidad de dejar su impronta con un proyecto que revolucionaría el deporte.
La carrera profesional de Andrea siempre orbitó alrededor del imperio de Exor —el conglomerado que conforman Ferrari, la Juventus, The Economist, La Repubblica, La Stampa, Partner Re…— que gestiona todas las actividades económicas de la familia, y de una breve experiencia en Philip Morris. Fue un personaje menor en la dinastía, creció en la Juve e hizo méritos. La familia se cansó de gestores externos a comienzos de siglo y apostó por el linaje de sangre para devolver al equipo a lo más alto. Hasta esta semana, tenía crédito. Cogió a la Juve cuando acababa de penar en la Serie B por los pecados de Luciano Moggi comprando árbitros. Hoy es el presidente más victorioso de la historia del club: 18 trofeos en 10 años. Nueve scudetti seguidos y dos finales de Champions. Más allá del trauma de no ganarlas, las cosas iban razonablemente bien. Pero quiso más. Y ahora la situación es extremadamente difícil.
La familia asegura que no piensa cargarse a Andrea. Y a él no se le pasa por la cabeza dimitir. Promete dedicación bianconera al 100%. Pero la oportunidad política de mantenerle es cada vez más discutible. Agnelli tiene mala relación con la UEFA, la FIFA, la ECA y el resto de presidentes de la Serie A, que han pedido que se le sancione. La Juventus sigue empeñada en hacer evolucionar el calcio, pero parece difícil que pueda hacerlo con alguien a quien la máxima autoridad futbolística europea, Aleksander Ceferin, califica de “serpiente”. Sí, el mismo Ceferin que es padrino de la hija pequeña de Agnelli y que hasta hace una semana se contaba entre sus mejores amigos.
Andrea Agnelli siempre quiso estar a la altura de la leyenda de su apellido. La Superliga era la gran oportunidad para dejar su impronta. También para la siguiente ampliación de capital del club. Cuentan quienes le conocen que la familia estaba informada de la operación y que la aprobaba. No debería haber cambios. Pero Agnelli se ha encerrado estos días en su despacho y continúa con las citas previstas, como explica el diario La Stampa, propiedad de la familia. “Acorralado”, rezaba el viernes el rotativo. Suenan posibles sustitutos, como Marcello Lippi o Giuseppe Marotta, que hoy está en el Inter y fue directivo del club.
La idea general en Italia es que Agnelli, que llevaba tiempo conspirando en secreto, se metió en una empresa demasiado grande incluso para su apellido. Mientras Florentino Pérez ni se ha despeinado, al presidente de la Juve le puede costar la carrera. En Italia los Agnelli siempre se consideraron lo más cercano a una monarquía después de los Saboya. Pero la jugada, rematada en una entrevista a la Repubblica donde señalaba que había un “pacto de sangre” entre todos los equipos de la Superliga cuando la mitad ya se había marchado, compromete la fiabilidad de la leyenda.
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