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Sergio García: El Niño sigue en el ojo del huracán

El fichaje del castellonense por la millonaria liga saudí es el último capítulo de una carrera tan llena de talento como de ruido

Sergio Garcia
Sergio García, durante el torneo de Londres de la liga saudí.AFP7 vía Europa Press (Europa Press)
Juan Morenilla

Sergio García nunca ha dejado de ser El Niño. El apodo le acompaña desde que se hizo profesional en 1999, el año en el que el golf descubrió a un joven jugador rebosante de talento y de carácter. Su aparición fue tan fulgurante como el fenómeno climático que le prestó el nombre. Ocurrió esa temporada en el Campeonato de la PGA, uno de los cuatro grandes. El castellonense peleó por el título chocando frente con frente con Tiger Woods. Venció el Tigre por un golpe (-11 por -10), pero el chico de 19 años no solo dejó el golpe del torneo llevando a green la bola desde detrás de un árbol en el hoyo 16, sin apenas visibilidad, siguiendo luego su vuelo a la carrera, saltando con una energía desbordante. De repente había nacido una estrella. Y quería comerse el mundo.

Así, sin casi aprendizaje en la élite, sin el rodaje que moldea la personalidad, Sergio García Fernández dio paso a El Niño. Su carrera aceleró de 0 a 100. Ese torneo fue la traca que encendió una trayectoria que en 23 años ha coleccionado un buen puñado de éxitos y unas cuantas polémicas, la última su plante al circuito americano (PGA Tour) y su fichaje por la millonaria liga saudí. Casi un cuarto de siglo ha dado para muchas historias en un golfista tan pasional como García, un talento indiscutible, un metrónomo entre los mejores, y a la vez una personalidad volcánica, hombre de sangre caliente.

Cuando este jueves pinche su bola en la salida del US Open, Sergio García se convertirá a los 42 años en el español con más grandes disputados: 94, uno más que José María Olazabal. Será otro hito para quien suma 36 títulos profesionales, de ellos 11 en el circuito americano del que ahora reniega (tras amasar 54 millones de dólares), y entre los que brillan como cumbres el Players de 2008 y, sobre todo, el Masters de 2017, su primer y único grande. Por el camino, 23 clasificaciones entre los 10 mejores en un major, número dos del mundo en 2008 y 2009, solo un final de curso fuera de los 50 mejores (2010) y seis títulos de la Copa Ryder, torneo del que es el máximo anotador histórico (28) y golfista con más partidos ganados (25). Un palmarés de oro. Aunque queda la sensación de que en esas manos mágicas había algún grande más.

Fueron varios los tiros al palo. Open Británico de 2007, por ejemplo. Carnoustie. Líder después de cada una de las tres primeras jornadas, y tres golpes de ventaja ante la última ronda. La gloria en sus dedos y esos putts que se le escapan, como el desempate ante Padraig Harrington. Un duro golpe. La relación de amor y odio con los grandes se fue escribiendo a lo largo de muchos años. En el Masters de 2012, El Niño hizo una declaración sorprendente: “Después de 13 años, hoy ha sido el día en que me he dado cuenta. No soy capaz de ganar un grande. Esa es la realidad. No soy lo suficientemente bueno y ahora lo sé. Llevo 13 años intentándolo y no me noto capaz de ganar. No sé lo que me ocurre. Puede ser algo psicológico… se me acaban las opciones. No soy bueno para los grandes. Intentaré ser segundo o tercero y no pasa nada, se puede vivir sin un major”.

Presionado por su propio deseo de ser un gran campeón, por las expectativas que se habían desbordado ese 1999, el hombre explotó. Apenas había recurrido a la ayuda mental durante su carrera, él mismo admitió que le costó tocar la madurez, e incluso lamentó sentirse “más reconocido fuera de España, en Inglaterra y Estados Unidos”. La prensa nacional no escapó a un dardo: “He hecho alguna cosa mal y han aprovechado para hacerse grandes”.

La redención llegó donde seguramente menos lo esperaba. Augusta, tierra de sus pesadillas, se convirtió en el paraíso. En 2017 se vistió con la chaqueta verde y se quitó el cartel de mejor jugador del mundo sin un grande. Fue tal la reconciliación que bautizó a su hija como Azalea, el nombre del hoyo 13 del campo, la flor reina del Masters. Sergio tocó el cielo y sin saberlo emprendió la bajada. Al año siguiente no pasó el corte después de firmar 13 golpes en el hoyo 15, el peor hoyo en la historia del Masters. Mandó cinco veces seguidas la bola al agua pero afirmó: “No he fallado un golpe. La bola no se quería quedar”. Desde su triunfo en Augusta, el español ha fallado 12 cortes en 19 grandes disputados. Su mejor clasificación ha sido un puesto 19.

Sergio García recibe la chaqueta verde del Masters de Augusta en 2017.
Sergio García recibe la chaqueta verde del Masters de Augusta en 2017.BRIAN SNYDER (REUTERS)

Paralelamente al golfista, más o menos acertado pero siempre en la pomada, ha crecido una persona a menudo en el centro de la diana. El ruido ha sido constante. La otra cara de sus éxitos la dibujan episodios como lanzar una zapatilla tras fallar un golpe, escupir en un hoyo (dijo que dejó caer la saliva), emprenderla a golpes con la arena, la hierba o un micrófono de ambiente, romper un putter a golpes, lanzar los palos al aire o encararse con un aficionado: “¿Te quieres callar de una puta vez?”, soltó en 2018. Un año después fue expulsado del Saudi International por dañar intencionadamente los greens, arrastrando los pies, el día siguiente de perder los estribos en un búnker: “¡La madre que los parió a todos ya, hombre! ¡Puta mierda! ¡Joder, los caddies de mierda que no saben arreglar los búnkers! ¡A tomar por culo!”. Su hermano Víctor le ha llevado la bolsa de palos en algunas etapas.

Con Tiger también tuvo más de un encontronazo. Woods nunca soportó que García se moviera por el circuito con aires de grandeza cuando, a su juicio, no había hecho méritos suficientes. Después de varios desaires entre uno y otro, en 2013 el castellonense, preguntado sobre si invitaría a cenar a su rival, dijo que le daría de comer “pollo frito”, un comentario que en Estados Unidos es considerado racista. El Niño pidió perdón.

Hoy el conflicto llega en forma de dinero saudí. García es la gran figura española alistada en la nueva competición (junto a Pablo Larrazábal, Adrian Otaegui y David Puig), por ahora el contrapunto a lo que simboliza Jon Rahm en el circuito americano. “No me han suspendido porque no soy miembro de ese circuito. Lo que diga el PGA no me importa. Hubiera sido mejor que los dos circuitos coexistieran, pero algunos no han querido. No sé si hubiera podido mantener la licencia de todos modos, porque hubiera tenido que jugar muchos torneos. Esto me permite jugar menos y ver más a mi familia”, explicó el español sobre su participación en el torneo de Londres, primer capítulo de las series LIV Golf (acabó 22º, con +6) y después de la expulsión de los rebeldes del PGA Tour. Él ya había renunciado.

Ahora sus planes pasan por jugar los otros siete torneos de la liga saudí, hasta octubre, y los grandes. En el pasado Masters le seguían Pau Gasol, Luis Figo y José Andrés. Esta semana compite en el US Open. Y en julio llega el Open Británico de Saint Andrews, el torneo con el que todo español sueña. También aquel Niño que hace 23 años comenzó a no dejar indiferente a nadie.

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

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