Pogacar impone su ley y ya es líder del Tour de Francia

El ciclista esloveno suelta a todos sus rivales en el esprint final y arrebata el maillot amarillo a un Wout Van Aert que se dejó llevar tras una larga fuga

Tadej Pogacar cruza la línea de meta en primera posición en la sexta etapa del Tour de Francia 2022.YOAN VALAT (EFE)

Los periodistas anticipan. Jueves por la mañana. Plaza mayor de Binche, en Bélgica, el pueblo más ciclístico del mundo. Hasta un gran mural de Wout Van Aert, que no es de allí, en sus paredes, compitiendo en adoración con los Gilles, las figuras de sus carnavales famosos en medio mundo. Y el otro rey de todos los belgas, Eddy Merckx, en carne y hueso, recibiendo aclamaciones. Toca pieza de La Planche, que se sube el viernes. Vamos a preguntar....

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Los periodistas anticipan. Jueves por la mañana. Plaza mayor de Binche, en Bélgica, el pueblo más ciclístico del mundo. Hasta un gran mural de Wout Van Aert, que no es de allí, en sus paredes, compitiendo en adoración con los Gilles, las figuras de sus carnavales famosos en medio mundo. Y el otro rey de todos los belgas, Eddy Merckx, en carne y hueso, recibiendo aclamaciones. Toca pieza de La Planche, que se sube el viernes. Vamos a preguntar. Toc, toc. Todas las puertas se abren, desde el umbral todos responden igual, pero cómo mañana, ¿y la etapa de hoy?

Lo dice Enric Mas, que se muestra pujante y feliz y algo se huele; lo dice Mauro Gianetti, el patrón de Tadej Pogacar, de 23 años, que algo sabe. “Esta etapa va a ser muy interesante”, dice el exciclista suizo. “Y no precisamente porque el Jumbo busque venganza después de lo que sufrieron en el pavés”.

El conocimiento no es una iluminación que le visite a Gianetti desde el Charleville Mezières, Ardenas francesas y fronterizas, colinas y campos de repollos y coliflores, un poco más adelante en la etapa, donde está enterrado Arthur Rimbaud tras su paso por el infierno, antes de Sedan, donde los coches burgueses; no es una profecía, como la que emite Merckx, que se abraza a Van Aert y se hace fotos a su lado, y quizás le inspire, le empuje hacia su acción más cuerda de todo el Tour, aparentemente la más loca, la más desesperada, como desesperadas parecen todas las expiaciones, todos los sacrificios. “Veo a Pogacar menos fuerte que el año pasado”, habla el oráculo caníbal. “Va a ser un Tour emocionante”.

Gianetti no lo sabe por sabio, sino porque es el jefe. Porque conoce, o dirige, los planes del equipo. El deseo de dar un golpe el día que todos piensan que su esloveno simplemente va a dejar pasar el tiempo pensando en su regreso a la Planche de sus maravillas.

Hace menos de un año Merckx proclamó a Pogacar el canibalito, se veía él en el niño de Eslovenia, en sus mofletillos aún, en su frescura de espíritu, en su talento, en su carácter asesino, y, justo, en el momento en el que el mundo asume y procesa su declaración, y la goza viendo al esloveno danzar sobre los pedruscos, flotar sobre los charcos de Copenhague, entrar pinchado de las dos ruedas y sonriente en el puente interminable, el gran belga decide llevar la contraria a todos. Como todos los grandes Merckx ama su propia voz, quiere ser único en todo, desmesurado como quiere ser, y alcanzarle algún siglo, su pequeño heredero belga, Van Aert, que en la primera hora de etapa, corrida a más de 53 de media, arranca 15 veces a más de 60, si no más, intentando organizar una fuga de una docena, o así. Su Jumbo le ha dicho que la etapa es muy larga, 220 kilómetros, la más larga del Tour, y que el equipo no se va a machacar por defender un maillot que seguramente al día siguiente estaría en otros hombros. Le dicen a Van Aert, que si quiere defenderlo, que se busque la vida. Solo se le ocurre la salida de la fuga masiva. Trabajarán otros equipo. Él irá en carroza. “Desgraciadamente, pese a mis esfuerzos, solo salió una fuga de tres, un movimiento condenado”, explica Van Aert, quien, con un giro del pensamiento alimentado de un cierto sentido de grandeza, de un considerarse el centro del universo que le hace saber que todo lo que él hace es importante, tiene consecuencias sobre la historia y el futuro, y demostrando que es el dueño de su destino, decide no solo no dejar de hacer el bobo en la fuga de tres, con Fuglsang y Simmons de secundarios, sino llevarla hasta sus últimas consecuencias. “Decidí entonces despedirme del amarillo con un desfile triunfal para que todo el mundo me viera y me aplaudiera”. Un sacrifico puramente exhibicionista de 125 kilómetros, los últimos 20 ya solo, hasta 10 de la meta, cuando sucumbe en la última cuesta, cuando ya Majka y McNulty inician la fisión nuclear que en la cuesta de las Religiosas de Longwy, el último repecho y meta, lanza imparable a Pogacar, al niño del traje blanco que saca de rueda a todo el pelotón, a todos los especialistas, y gana la etapa (la séptima victoria en tres Tours), y se viste de amarillo (14 días en los dos Tours que ha corrido y ganado y en el tercero que está corriendo, y ganando), y de amarillo, como ya sabía Gianetti, llega a la Planche, a su pequeño amor en los Vosgos. Ocho minutos después llega Van Aert, solo vestido de verde ya, y feliz, dice.

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