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Historia noctámbula: vuelve la NBA, la liga que nunca duerme

La temporada se antoja fascinante por lo abrumador del talento que integra y lo imprevisible de su resolución

Stephen Curry, de los Golden State Warriors, trata de encestar frente a Nikola Jokic, de los Denver Nuggets, la semana pasada en un partido de pretemporada.
Stephen Curry, de los Golden State Warriors, trata de encestar frente a Nikola Jokic, de los Denver Nuggets, la semana pasada en un partido de pretemporada.John Hefti (USA TODAY Sports)

La NBA regresa a la acción. Los dos primeros de los 1.230 partidos de baloncesto que –de modo frenético– tendrán lugar durante los seis próximos meses se disputarán en la madrugada del martes al miércoles (Celtics-Sixers, 1:30 en #Vamos; y Warriors-Lakers, 04.00 en #Vamos), sirviendo como punto de arranque a una temporada fascinante por lo abrumador del talento que integra y lo imprevisible de su resolución.

Y todo ello, por supuesto, como antesala a los dos siguientes meses, que resolverán –mediante los playoffs– si hay o no heredero para los Golden State Warriors del revolucionario Stephen Curry, vigentes campeones. La NBA no permite no ya un sueño, sino a menudo ni siquiera un pestañeo.

La liga estadounidense ha logrado, de hecho, mantener vivo su interés incluso en su período sin competición, prueba de su creciente omnipresencia. Su poder de atracción es hipnótico y su cantidad de generar contenidos poco menos que inabarcable.

En un solo verano, Nets –con la fallida petición de traspaso de Kevin Durant–, Celtics –con la repentina destitución de su técnico, Ime Udoka, por incumplir el código interno– o Warriors –con la agresión de Draymond Green a su compañero Jordan Poole durante un entrenamiento–, tres monstruos mediáticos, han producido seísmos y acaparado titulares en el mundo del deporte.

La NBA produce un sinfín de focos de atención, marcados no solo por el drama o la agitación interna de las franquicias, sino por la constante creación de escenarios a seguir sobre la cancha. Sin ir más lejos, la ambición de los Timberwolves (que se han hecho con el francés Rudy Gobert, mediante traspaso) o los Cavs (que hicieron lo propio con su excompañero en Utah Donovan Mitchell) demandará seguimiento, como también lo hará el siguiente paso de los emergentes Grizzlies, revelación del pasado curso, o la considerable cantidad de regresos de figuras como Kawhi Leonard (Clippers), Jamal Murray (Nuggets), Zion Williamson (Pelicans) o Ben Simmons (Nets), que bien podrían alterar la lucha de fuerzas sobre el tablero.

Uno de los rasgos que más y mejor define la salud actual de la NBA es lo abierto de su desenlace. Y es que, en condiciones normales, casi un tercio de los competidores arranca la fase regular con esperanzas fundadas de poder conquistar el anillo allá por el mes de junio. No cabría enorme sorpresa si entonces Warriors, Clippers, Suns, Nuggets, Celtics, Bucks, Sixers, Heat o Nets acaban levantando el trofeo Larry O’Brien, reservado para el campeón. No hay, por tanto, guion predecible.

La NBA ha visto cuatro campeones distintos en los últimos cuatro años, consagrando una época de enorme variabilidad construida en torno a factores económicos (el disparado volumen de los contratos ha posibilitado ser más competitivas a franquicias de mercados menores), sociales (el poder de acción de los jugadores se ha multiplicado) y -por supuesto- deportivos (la globalización del talento permite que haya más y mejor donde elegir para todos).

Ese último punto, el talento global, sirve de paso como impulso a cualquier nivel: deportivo, mediático y económico. Los últimos cuatro años han coronado a un MVP europeo y formado fuera de Estados Unidos: el griego Giannis Antetokounmpo (2019 y 2020) y el serbio Nikola Jokic (2021 y 2022). Pero es que dos de los grandes candidatos a sucederles, el camerunés Joel Embiid y el esloveno Luka Doncic, también nacieron fuera de suelo americano. El infinito talento desarrollado a escala global desemboca de forma masiva en una competición que, al contrario que décadas atrás, lo acoge, entiende y proyecta.

En el curso en el que otro gran talento internacional, el español Pau Gasol, verá (el próximo 7 de marzo) su número 16 colgado del techo del Staples Center, como reconocimiento de los Lakers a su etapa defendiendo la elástica púrpura y oro, otro jugador angelino asaltará con toda probabilidad una marca que parecía encontrarse en territorio ingrávido.

La vigésima temporada de LeBron

LeBron James, que cumple su vigésima temporada como profesional, se encuentra ya muy cerca de alcanzar el récord de puntos anotados durante toda una carrera, en poder del legendario Kareem Abdul-Jabbar (38.387). Habiendo superado ya los 37.000, le bastaría un curso ajeno a problemas físicos para superar esa marca. James, mentalizado no solo para intentar conquistar su quinto anillo, persiguiendo aún la sombra de Michael Jordan (que ganó seis), sino también para aguantar en la élite hasta coincidir con su hijo Bronny, hito sin precedentes que sucedería en 2024, es ya el único jugador en haber rebasado los 30.000 puntos, 10.000 asistencias y 10.000 rebotes durante su trayectoria NBA.

LeBron James, durante un partido de pretemporada contra Sacramento Kings el pasado día 14.
LeBron James, durante un partido de pretemporada contra Sacramento Kings el pasado día 14. Randall Benton (AP)

Así, a la espera de que nuevos proyectos aterricen en 2023 para propulsar aún más la imagen de la liga, con el francés Victor Wembanyama (2,22 metros de altura, pero la coordinación y gama técnica de un jugador perimetral) como el más fascinante de todos ellos, la NBA luce radiante camino de fortalecer su negocio mientras explora nuevos límites.

De hecho, 2025 aparece ya marcado en rojo en la agenda del Comisionado, Adam Silver. Será entonces cuando expire el actual contrato televisivo, firmado en 2016, que sirvió como punto de inflexión para su volumen de negocio. Entonces se acordaron ingresos por valor de 24.000 millones de dólares en nueve años, una cifra que se aspira a triplicar en 2025, sobre todo viendo las cifras alcanzadas el pasado año por la NFL, cuyo contrato rebasará los 110.000 millones por once campañas.

Y es que si bien el peso estructural del fútbol americano es, en suelo estadounidense, claramente superior al de la NBA, el rumbo tomado a nivel global por la liga de baloncesto, con seguidores –y por tanto consumidores– mucho más jóvenes y un impacto global superior y ligado a una permanente fase de ebullición, alimenta las esperanzas de llevar a la mejor competición de baloncesto del planeta a subir otro escalón que perpetúe su dominio.

Hasta entonces el espectáculo, motor de su apuesta, no se detiene. Al contrario, vive agarrado al vértigo en base a su principal credo: el talento, bien vendido, multiplica su valor.

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