Los futbolistas también votan
La infantilización de los jugadores pasa por impedir que expresen sus ideas y contradicciones, que las tienen, como cualquier ser humano
“¿Se mete en una burbuja?”. Preguntaba en este periódico Cayetano Ros al futbolista Pablo Aimar, que respondía: “A veces nos metemos sin decidirlo. Vamos a un aeropuerto y ni pasamos el pasaporte porque lo pasa un delegado. Hacen todo por uno. Y después vas y te dices ‘cómo reservo una habitación”.
La mayoría de futbolistas vivían entonces en burbujas herméticas creadas por los propios clubes pero también, paradójicamente, por aficionados y medios de comunicación que a su vez les reclamaban mayor cercanía. Durante muchos años, por ejemplo, imperó la máxima absurda de que el fútbol y la política no debían mezclarse. Cuando un jugador se desviaba del mutismo habitual se le decía —todavía sucede— que se dedicase a lo suyo, a pegar balonazos. En este sentido, los jugadores apenas opinaban sobre cuestiones políticas o sobre derechos humanos. Cualquier expresión social se limitaba a causas libres de polémica, como la visita anual navideña a un hospital infantil o guardar un minuto de silencio en el centro del campo. Los clubes utilizaban a los jugadores para generar relaciones públicas positivas una vez al año, dos o tres si cabe, y poco más.
En realidad, los jugadores no hablaban porque tampoco tenían el poder para hacerlo al margen de los medios de comunicación tradicionales. Si decían en rueda de prensa que se saliese del “cuando la pelota no quiere entrar, no entra”, “así es el fútbol”, “hay que seguir trabajando”, “los partidos que nos quedan son finales”, “vamos a dejarlo todo en la cancha” (o inserte aquí la frase comodín y vacía que más le guste) se arriesgaban a una represalia del club que rápidamente emitía un comunicado esclareciendo que las opiniones del futbolista eran suyas y solo suyas.
Pero ese equilibrio de poder cambió cuando llegaron las redes sociales. Los jugadores comenzaron a expresar —a su manera— sus ilusiones, deseos o decepciones. Algunos, incluso, comenzaron a opinar sobre cuestiones políticas. Los clubes dejaron de tener ese poder sobre ellos; el poder del control absoluto. “Quería ver si alguien de nuestra industria hablaría sobre el proyecto de ley de aborto de Alabama pero supongo que la gente está demasiado asustada. Esto no es solo un problema de las mujeres, es uno de todos los seres humanos. Luchamos por la igualdad y esto es algo por lo que los hombres deberían luchar y no esconderse”. Esto escribió el futbolista del Fútbol Club Barcelona Héctor Bellerín en su perfil de Twitter hace tres años. Un futbolista opinó sobre el aborto y los cimientos del planeta siguieron en pie, para sorpresa de muchos.
I wanted to see if anyone from our industry would speak out about the abortion bill, but I guess people are too scared. This isn't just an issue for women, it's one for every human being. We fight for equality and this is something men should fight for and not hide away from.
— Héctor Bellerín (@HectorBellerin) May 17, 2019
El propio Bellerín ha criticado en más de una ocasión los engranajes obtusos de la industria del fútbol. “Es una industria en la que tenemos que estar realmente callados y jugar. Creo que el código que rodea este deporte es que los futbolistas no hagan nada más que patear una pelota. Así que cuando hay un futbolista que se sale de la caja, siempre se le ve como alguien que no está lo suficientemente enfocado en el fútbol”, aseguraba.
Estos días de elecciones de Brasil bastantes personas han subido a sus redes sociales fotografías de Sócrates alzando el puño. De Sócrates también fue la causa de que los jugadores dejasen de ser tratados como sacos privilegiados rellenos de indiferencia. En su Corinthians la plantilla decidía desde el menú de la cafetería hasta el reparto de la esponsorización. “Abolimos el proceso que existía en el fútbol, donde los dirigentes impedían que los jugadores se hicieran adultos”, diría el propio Sócrates.
La infantilización de los futbolistas pasa por impedir que expresen sus ideas y contradicciones, que las tienen, como cualquier ser humano. Pueden haber crecido en uno de los barrios más humildes de Brasil, en un lugar sin marcas ni banderas, y apoyar políticas intolerantes basadas en el éxito individual. Porque Neymar, como el vecino de enfrente, defiende fundamentalmente la ideología del yo. Y está bien que pueda expresarlo públicamente. Está bien que se evapore ese viejo adagio de que no hay que conocer a los ídolos para que no te decepcionen.
Quizá algún día sepamos también qué opinan algunos jugadores de que sus estadios lleven nombres de empresas, de que los equipos se vendan a oligarcas o de que el fútbol se expanda de forma implacable hacia mercados que proyectan sombras muy largas.
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