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ALINEACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Roja en chándal: el final soñado de Piqué

En su partido de retirada, el que figurará en los anales de la historia como el de su adiós oficial, buscó la expulsión en el tiempo de descanso y la encontró

Gerard Piqué durante el calentamiento del partido entre Osasuna y el Barcelona este martes.
Gerard Piqué durante el calentamiento del partido entre Osasuna y el Barcelona este martes.Jesús Diges (EFE)
Rafa Cabeleira

A ver cómo lo explico: si Piqué le hubiese pegado una patada a mi madre en un centro comercial, hace dos años, o tres, ya se lo habría perdonado. Quizá no en el momento —una madre es una madre—, pero sí ahora que dice adiós, que empieza a ser un recuerdo mitológico anclado a nuestra memoria. El cuerpo, el alma, incluso, nos piden quedarse solo con lo bueno y enterrar lo malo, que fue abundante en los últimos años. Veremos si alguna de esas zancadillas se las perdona también la justicia ordinaria, que ese es otro cantar y nada tendrán que ver en el proceso nuestros tiernos ojos de vaca.

Gerard Piqué, nieto de Amador Bernabéu, lleva incrustado en origen un apellido con el que Bilardo podría construir todo un universo esotérico, tan obsesionado con las cábalas que habría recomendado matar al abuelo o matar al nieto, una de dos: así ganó un Mundial con Argentina, convirtiendo lo absurdo en fundamental. Lo que vino después, su erasmus prematuro camino de Mánchester, su regreso cuando lo más rancio de la grada abogaba por hacerle pagar la supuesta traición con desprecio, forma parte de una historia de amor como pocas veces ha vivido el Barça, prendado de sus piernas y de sus ojos, de su inteligencia y atrevimiento, de sus excesos y virtudes. Como dice mi estimado Albert Martín Vidal: “no podríamos haber soñado un central mejor”. Y créanme que uno abraza los colores del Barça porque, desde muy pequeñito, aprende que solo sirve para soñar.

En su partido de retirada, el que figurará en los anales de la historia como el de su adiós oficial, buscó la expulsión en el tiempo de descanso y la encontró: nada que objetar, salvo la sensación de que antepuso el aplauso postrero a los intereses de un equipo que lo necesitó en el segundo tiempo y se encontró con la renuncia del ídolo firmada de puño y letra con saliva. “Un triste final para una ilustre carrera”, dijo Garrido en la SER. “El único posible para un dios hecho carne”, pensé yo, sentado en mi sofá. Lo hizo Zidane en su adiós y lo hizo Piqué en algo que más bien parece un hasta luego. “Volveré”, decía su propia voz en off. Terminator aspirando a la presidencia del club, vamos. Lo mejor de los noventa combinado con el habitual desparpajo del segundo milenio.

Un inciso necesario: el último verso en la leyenda de este Piqué proverbial, asegura que el central soñado vio la roja por decirle a Gil Manzano lo que casi todo el barcelonismo pensaba. Y es una teoría bastante plausible considerando que el gol de Osasuna llega tras una acción que solo encuentra parangón en aquel choque intencionado de Joan Laporta con Toni Freixa en las calles de Barcelona. “Perdona, hem xocat”, se disculpaba con guasa el por entonces expresidente. Eran años de reír por no llorar.

De la relación de Piqué con el propio Laporta se ha escrito mucho estos días y más que se escribirá a futuro. La suya es una relación compleja, llena de matices, pero conviene no perder de vista el modo en que algunas voces ilustres del barcelonismo han pasado de señalar a Messi y Piqué como los grandes culpables del colapso azulgrana, a crucificar al propio Laporta como responsable de su partida. Así de psicótico es este club que solo entienden al 100% personajes como Piqué, tan culé que alimentó su leyenda sobre contradicciones y liderará el futuro a caballo de los recuerdos. Que Xavi criticase su expulsión al final de su último partido, no hace más que agrandar su leyenda: muerto y a caballo seguirá dando que hablar, como el Cid, pero en chándal y guapo.

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