El olor a final en primavera
Vinicius y Rodrygo no son una casualidad, son exactamente lo que se esperaba de ellos; esa clase de gente que juega las finales como muchas madres de familia llegan al súper a final de mes, cuando es imposible que lleguen a casa sin nada
No había empezado el partido y Vinicius Júnior había desatado una tormenta de las que hacen época en su banda. Ventanas batiendo y puertas desportilladas en un lateral de La Cartuja. Fue sólo el principio de unos minutos monumentales del brasileño, esa clase de minutos que un jugador descomunal elige para dejar sus pisadas de gigante; Vinicius fue la primera parte entera y, cuando nadie lo esperaba, la segunda. Es un jugador que decide finales, que decide títulos; es un jugador que se sobrepuso a la burla, por tanto es un jugador imparable, dinamita pura. Y ha aprendido a jugar para el Madrid, que es un club que busca entre las promesas a los chicos que saben jugar los minutos delicados, los chavales que tienen estrella, los tipos nacidos para hacer su mejor partido del año en una final.
Vinicius y Rodrygo no son una casualidad, son exactamente lo que se esperaba de ellos; esa clase de gente que juega las finales como muchas madres de familia llegan al súper a final de mes, cuando es imposible que lleguen a casa sin nada.
En el primer minuto, un Vini desencadenado destruyó una a una las líneas defensivas de Osasuna y al llegar al fondo tuvo cabeza y tiempo para hacer un sprint de dos metros lisos que derribó el último dique rojillo, ahogado por la falta de oxígeno, y le arrancó un gol a Rodrygo, el delantero que solo marca cuando merece la pena. No fue la primera vez. En la segunda parte, Vinicius volvió a encontrar metros donde no había y velocidad donde no quedaba para ahogar la euforia del golazo de Osasuna que había comprometido la final del Madrid. Dejó desparramada la defensa y soltó en el área una bola de pinball que remató Rodrygo. Al brasileño lo ovacionó la grada del Real (los de siempre y donde siempre) cuando fue sustituido. Lo que le espera a Rodrygo en el Madrid y en la vida no lo sabe ni él.
Osasuna fue el finalista que se esperaba; el finalista que se presentó en Sevilla para levantar el título sin andarse con chiquitas y sin tolerar condescendencias. Su afición ocupó Sevilla todo el fin de semana, sus jugadores tomaron el campo cuando el Madrid dio un paso atrás y sólo al final los blancos les doblaron el pulso.
La final de Copa es un acontecimiento social. Había que ver Sevilla el viernes. La fiesta impresionante que levantaron osasunistas y blancos en medio de la madrugada, cuando ya todo era víspera de un partido en primavera repleta de buganvillas. 30 grados, luna llena, calles mojadas con manguera y chicos descalzos creyendo en las últimas promesas de la vida, las que llegan en los penaltis.
La ciudad olía a todas las cosas que el mundo organiza a tu espalda para que la vida sea más comprensible, menos hostil. Y a veces no se necesita más que un partido de fútbol. Una final, si es posible. Da igual quién gane incluso, aunque siempre gane el mismo.
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