¡A dónde carallo iba Buyo!
No debe quedar un solo ser vivo en el planeta que no sienta cierto hastío por el culebrón de Mbappé y el Real Madrid, una trama que no aporta novedad alguna sobre la del año anterior
No sé a ustedes, pero a mí dejó de interesarme el culebrón de Kylian Mbappé y el Real Madrid la misma noche en que Paco Buyo nos regaló aquella exclusiva imposible: “la madre de Mbappé negocia bien como buena argentina que es”, dijo el mítico portero en El Chiringuito para pasmo del personal. Matías Palacios, narrador bonaerense que aquella noche se encontraba en el plató, no se lo podía creer. “¿Cómo argentina? ¡No sabía que era argentina!”, se sorprendía en riguroso dir...
No sé a ustedes, pero a mí dejó de interesarme el culebrón de Kylian Mbappé y el Real Madrid la misma noche en que Paco Buyo nos regaló aquella exclusiva imposible: “la madre de Mbappé negocia bien como buena argentina que es”, dijo el mítico portero en El Chiringuito para pasmo del personal. Matías Palacios, narrador bonaerense que aquella noche se encontraba en el plató, no se lo podía creer. “¿Cómo argentina? ¡No sabía que era argentina!”, se sorprendía en riguroso directo al tiempo que daba un pequeño respingo. Entonces llegó la sentencia definitiva de Buyo, que miraba a Palacios con esos ojos enjuiciadores del que sabe que el mero hecho de ser argentino no te capacita para conocer a todos los argentinos del planeta. Ni siquiera a todos los argentinos de Buenos Aires, París o Madrid. “Pues ahora ya lo sabes”, remachó con jactancia Don Paco.
Exclusivas y rock & roll aparte, no debe quedar un solo ser vivo en el planeta que no sienta cierto hastío por una trama que no aporta novedad alguna sobre la del año anterior. O la del anterior. O la del anterior al anterior, un poco como en Los Serrano, donde todo se reducía al morbo de saber si los hermanastros adolescentes terminaban enrollados o, por el contrario, acababan provocando el divorcio fulminante de sus padres por incompatibilidad de los cargos. Todos sabemos que el madridismo aspira (casi en silencio, pero no mucho) a vestir de blanco al sucesor natural de Cristiano Ronaldo. Y también sospechamos una mayoría que Kylian Mbappé suspira por ponerse la camiseta de su otrora ídolo y hacer suyo el nuevo palacete con forma de fotocopiadora multifunción que el Madrid está terminando de construir para mayor gloria de su presidente.
Florentino Pérez se muestra tranquilo cuando algún madridista lo asalta con la pregunta de marras por la calle. Le suelta una colleja al alcalde Almeida de vez en cuando, cierto, pero se le ve tranquilo, relajado, perfectamente consciente de que ciertas cuestiones solo tienen un camino. Y de abrir vías de comunicación —o de circulación— sabe un rato Florentino, que fue el primero en salir a perdonar al francés cuando, hace apenas unos meses, se atrevió a dejar al madridismo con el meme plantado. “Ha tenido que soportar una gran presión, lo ha llamado hasta Emmanuel Macron”, sacaban hierro a su renovación por el PSG desde las oficinas del Bernabéu, conscientes de que la partida no había terminado. “Gran parte del trabajo policial consiste en esperar. Y en saber escuchar”, le decía Lester Freamon al joven Pryzbylewski en The Wire. Y en esas parece que estamos: esperando a que suene un teléfono al otro lado del mundo que desate el terremoto definitivo en el cada vez más previsible mundo del fútbol.
Cualquier desenlace que no termine con Mbappé besándose el escudo en el centro del campo y mirando la nueva cubierta retráctil con miedo a que caiga sobre su cabeza, como buen galo que es, sería una sorpresa tan mayúscula como la exclusiva de Buyo en el Chiringuito… ¡Qué gran noche fue aquella! Al final resultó que la madre de Mbappé era argelina, no argentina y, casi de inmediato, me acordé de aquel amigo mío, madridista y buena gente que, años después del gol encajado por el meta gallego en Tenerife, todavía seguía despertándose por las noches entre sudores fríos y gritando: “¡A dónde carallo iba Buyo!”.
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