Ding arranca otro empate tras jugar como un kamikaze en una lucha épica
Gukesh falla en el remate de la 7ª partida del Mundial y deja el marcador igualado (3,5-3,5) a falta de siete asaltos en Singapur
Liren Ding fue campeón del mundo el 30 de abril de 2023 de manera épica, jugando como un kamikaze el desempate rápido con el ruso Ian Niepómniashi. Este martes volvió a actuar como un suicida, en la 7ª partida del Mundial de Singapur, cuando disponía de una defensa muy sólida. Y quedó perdido, pero su rival, el indio Dommaraju Gukesh, de 18 años, no fue preciso, y la lucha acabó en tablas tras cinco horas y media electrizantes. Con el marcador igualado (3,5-3,5) a falta de siete partidas, Ding tendrá la iniciativa de las piezas blancas en cuatro de ellas.
Era un día crítico para Ding, con las piezas negras. Si cruzaba el ecuador del duelo logrando que Gukesh tampoco pudiera ganar esta vez con blancas, el horizonte se despejaría para el chino. La razón principal para ese optimismo sería que Ding se sabe mejor que Gukesh en las modalidades rápidas, y por tanto estaría cómodo si debe jugarse el título de nuevo en el desempate acelerado, como hizo frente a Niepómniashi hace año y medio.
Obviamente, el aspirante y su equipo eran muy conscientes de todo ello. De modo que Gukesh aplicó una nueva idea muy pronto, en su séptimo lance. Ding invirtió casi media hora en buscar una manera de sacar a su rival de sus venenosas preparaciones de laboratorio, manteniendo a la vez una posición aceptable.
Y lo consiguió, con maniobras muy precisas, pero a costa de que el reloj fuera un tercer jugador importante desde una fase muy temprana de la lucha. Objetivamente —según los ajedrecistas inhumanos que calculan millones de jugadas por segundo—, la posición estaba equilibrada tras 20 movimientos. Pero con un matiz importante: Ding disponía de sólo 20 minutos para llegar al cuadragésimo, por 50 de Gukesh.
Y por si eso fuera poca tensión, el chino tomó una decisión de alto riesgo: alejar la dama de la defensa de su rey para comerse un peón en el otro extremo del tablero. Esa maniobra no era forzada —disponía de estrategias defensivas mucho más conservadoras, y buenas—; por tanto, el campeón se zambullía en una piscina donde la genialidad y la insensatez nadaban juntas.
Y ocurrió lo previsible cuando un genio está en baja forma: Ding no encontró las jugadas muy exactas que hubieran justificado su actitud kamikaze, y quedó en una posición muy inferior, muy apropiada para la enorme capacidad de cálculo de su rival y con sólo 16 minutos para 15 movimientos.
Pero todo indicaba que se iba a salvar, básicamente porque Gukesh tiene 18 años: su abundancia de testosterona le impulsó a seguir buscando jugadas de ataque cuando su ventaja era suficiente para nadar y guardar la ropa. Ding demostró entonces que, a pesar de todo, es el campeón del mundo, y esta vez sí encontró las defensas más precisas y sensatas a la vez.
Y entonces llegó lo que pudo ser una tragedia. Sólo tenía que hacer la 40, con menos de un minuto y dos opciones: una muy sólida, la que dicta la intuición de cualquier ajedrecista en una tesitura tan extrema; y otra que requería un cálculo complejo, para el que carecía de tiempo. Sólo la extrema tensión de un duelo por el título mundial puede explicar que el campeón eligiera la segunda, que le dejaba en una posición perdedora.
Sin embargo, esa misma presión extrema también hizo mella en Gukesh, cuyo temple es supuestamente una de sus mayores virtudes. Y cuando disponía de maniobras profilácticas para evitar los últimos coletazos de su víctima, siguió empujando y se dio de bruces con los ocultos recursos de Ding, a quien nadie le ha regalado el título mundial.
Ding explicó que eligió la variante kamikaze porque la sólida le parecía mala; en realidad, no lo era. Y explicó su extraordinaria resiliencia: “Mi posición era desesperada, pero no es la primera vez que sufro mucho en la apertura y el medio juego de una partida y luego logro salvarla. De modo que me puse a ello, y encontré una maniobra salvadora”. Gukesh reconoció que se sintió ganando, y no dio importancia a que llegase a tener sólo dos segundos en el reloj en un par de ocasiones para la siguiente jugada. Aunque es evidente que acusa la tensión de un Mundial, también parece que tiene la sangre fría de un desactivador de bombas.
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