Primoz Roglic, primer líder de la Itzulia tras ganar la contrarreloj de Irun

El ciclista esloveno distancia en 11 segundos a Evenepoel y en 15 a Vingegaard, en su primer cara a cara con equipos diferentes

Primoz Roglic durante la primera etapa de Itzulia.Ion Alcoba Beitia (Getty Images)

Primero un puño. Luego, la mano abierta, los dedos extendidos. Desaparece el pulgar, un segundo más tarde el meñique y el anular, mientras reaparece el pulgar. Pasa otro segundo y otra vez se encoge el dedo gordo. Solo el corazón permanece enhiesto en toda la maniobra sincronizada. Por fin, en el quinto segundo de la cuenta atrás, se abre de nuevo la mano, que con un gesto imperativo ordena salir al ciclista. Tal vez el único momento de una contrarreloj en la que aparece el factor humano. Al margen de los corredores, claro está. El resto es un reloj, tic, tac. Son las 14.30 horas en punto. Han...

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Primero un puño. Luego, la mano abierta, los dedos extendidos. Desaparece el pulgar, un segundo más tarde el meñique y el anular, mientras reaparece el pulgar. Pasa otro segundo y otra vez se encoge el dedo gordo. Solo el corazón permanece enhiesto en toda la maniobra sincronizada. Por fin, en el quinto segundo de la cuenta atrás, se abre de nuevo la mano, que con un gesto imperativo ordena salir al ciclista. Tal vez el único momento de una contrarreloj en la que aparece el factor humano. Al margen de los corredores, claro está. El resto es un reloj, tic, tac. Son las 14.30 horas en punto. Han pasado veinte minutos desde que partió el primero de la Itzulia, Damien Howson, y a esa hora, que suele ser la de comer en Irun, o de aperitivo en un lunes festivo, toma la salida Primoz Roglic. 12 minutos y 34 segundos después, la carrera ya tiene ganador. En su primer duelo de la temporada con Vingegaard, en su segunda carrera con el Bora, salió triunfante. “Esto es un proceso largo, de mucho trabajo, hay que adaptarse al equipo y va a ir mejorando”.

Todo es tecnología, cascos de la guerra de las galaxias, bicicletas de última generación y partes meteorológicos tan completos como los que maneja una línea aérea o un velero de la Copa América. Los de la Itzulia determinaban que aparecería el buen tiempo a primera hora, y que tal vez llegaría la lluvia en los minutos finales, así que los favoritos, como empieza a ser tendencia, desafían las reglas no escritas del ciclismo, que les solía agrupar en los últimos puestos, e incluso les concedía el privilegio de ampliarles el margen de tiempos entre ellos para mejorar el espectáculo. Pasó en la Itzulia. Los veinte últimos en el orden de salida partieron cada dos minutos. Para esa hora, pasadas las cinco de la tarde, los favoritos, salvo Roglic, dormían la siesta en sus alojamientos.

Porque el ganador prematuro, tiene en el pecado la penitencia. Cosas también del ciclismo moderno. Para que no se repitan asuntos como tener que ir a buscar a su hotel al ganador de una crono que nunca pensó ganar, los cerebros del ciclismo idearon esa silla caliente, que es como la de ir a Sevilla, y se puede perder, y en la que se sienta el líder provisional, en este caso Roglic, que no perdió, así que estuvo allí casi tres horas y media, sin que nadie se acordara de llevarle la bata de seda, las zapatillas de felpa y algo para leer. “Solo en Bilbao tuve que esperar tanto una vez”.

Se tuvo que contentar con cambiarse de ropa y ver la televisión, que daba ciclismo, y repetía una y otra vez lo que no se vio en directo, porque cuando salió era tan pronto que todavía no había imágenes. Se reía de sí mismo cuando observaba su despiste en la meta, con el que perdió al menos ocho segundos, por meterse por donde no debía en la última curva y enfilar el desvío de coches en vez de la meta. “Había hecho el recorrido varias veces y siempre mal”, confesaba.

Pero le dio para ganar; para distanciar a Vine en siete segundos, a Skjelmose en diez, a Evenepoel, que se deslizó en la segunda curva y se fue al suelo, en once, y a Vingegaard, en su primer duelo cara a cara, en 15. Con Tom Pidcock ni siquiera hubo desafío. Se cayó en el reconocimiento y tuvo que pasar por el hospital. “Si se puede, iré a arañar más tiempo en cualquier oportunidad que se presente”, decía luego, “porque en esta carrera, con estos rivales, cualquier segundo cuenta”.

Cambiaba de postura Roglic, en su silla, más incómodo que en el sillín, se quitaba y se ponía el chándal. Dudaban algunos incluso de que la perilla que lucía al final, la tuviera al principio, y aguardaba el desenlace, que tres horas antes ya se conocía. Se puso la gorrilla de ciclista antiguo, después de desprenderse, al acabar su trabajo sobre la bicicleta, del casco con pasamontañas que será ilegal desde el martes, y se fue a por el ramo de flores con sus prestaciones de ciclista moderno, y sabiendo que los meteorólogos habían acertado. Camino del podio, el suelo estaba mojado. A la hora en que le hubiera tocado salir en teoría, granizaba en Irun.

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