Yasushi Yamanoi, el alpinista desconocido y sublime que sobrevivió al ataque de un oso
El japonés repasa su vida de pasión, sus miedos y su relación con la muerte en un documental que lo presenta como el último samurai de las montañas
El primer día de escalada en la vida de Yasushi Yamanoi (Tokio, 58 años) resultó tan solitario como violento. Poco antes de tomar el tren que debía acercarle a la pared escogida, robó una cuerda en una obra. Después de tocar la roca y de escoger una vía de unos 30 metros de alto, tuvo que reconocer que el hurto había sido un éxito a medias: no sabía cómo usarla. Yamanoi tenía apenas 15 años pero había decidido, tras ver la película Muerte de un guía (Jacques Ertaud, 1975; basada en el libro de Richard Flanagan), que sería alpinista. Y punto.
Así que empezó a escalar con sus zapatillas de senderista, a pelo. Apenas llevaba ocho metros ascendidos cuando el ácido láctico empezó a quejarse en sus brazos nada musculados. Desesperado, vio a su derecha un agarre generoso, se lanzó, movimiento dinámico que no se quedó en eso: el joven siguió volando después de que el agarre se partiese y aterrizó con estruendo. Pudo haberse matado, pero no fue una caída grave.
Regresó a casa como si se hubiese peleado con una jauría de perros y tuvo que reconocer ante sus genitores que había empezado a escalar. Su padre se lo prohibió apenas concluyó la confesión, a la que el hijo respondió que se quitaría la vida clavándose un cuchillo en el estómago. Su padre lo miró desconcertado pero le retó a que cogiese un cuchillo: Yasushi lo cogió, intentó clavárselo a fondo pero apenas penetró la hoja en la carne, el dolor le hizo desistir. Profundamente impresionado, el padre resolvió que si estaba dispuesto a llegar tan lejos, podía seguir escalando. Nunca ha dejado de hacerlo desde entonces, ni siquiera después de recibir en 2021 un Piolet de Oro honorífico al conjunto de su carrera. Escalar montañas sigue siendo lo único que realmente necesita en su vida.
Lidiar con los miedos
Dijo el inmenso Walter Bonatti que para ser alpinista lo primero que había que hacer era aprender a lidiar con el miedo que todos llevamos dentro. ¿Puede un alpinista ser miedoso? Yamanoi, como tantos otros, lo es: “Siempre, pensando en una montaña que deseaba escalar, sentía un miedo tan profundo que se me ocurría que mis órganos internos se pudrirían en mi interior. Era algo insufrible… hasta que empezaba a escalar… y toda la aprensión desaparecía”, explica en una serie de entrevistas que forman el precioso documental Mushin, being Yasushi Yamanoi, creado por Grivel, uno de sus patrocinadores.
“Conocer las montañas, descubrirlas, me convirtió en un loco. Sigo siéndolo. Quiero escalarlas todas”, reconoce. Si no las ha escalado todas, ha escalado tantas que la lista, pulcramente recogida en un cuaderno del que no se separa, es abrumadora. Yamanoi empezó a destacar como un especialista de la escalada en fisuras y del artificial pero enseguida se convirtió en un tremendo alpinista, un adicto del estilo alpino. El 30 % de sus ascensiones las ha realizado en solitario. A veces, busca su cuaderno fetiche, en el que línea tras línea ha apuntado todas las ascensiones de su vida y las repasa, recordando los momentos que conforman su vida: nueva vía al Monte Thor, en la isla de Baffin (1988), primer ascenso del Fitz Roy en invierno y en solitario (fue en 1990 y pasó meses sin compañía en una cabaña esperando las mejores condiciones), apertura en la cara oeste del Ama Dablam en invierno (1992), nueva vía al Cho Oyu en estilo alpino por la vertiente suroeste (1994), K2 en solitario en 48 horas (2000)… En 2002, con su mujer Taeko Nagao como compañera de cordada, repitió la vía eslovena al Gyachung Kang, pero una avalancha arrastró a Nagao durante el descenso.
El accidente les retuvo días en la pared, si bien escaparon de milagro: él perdería todos los dedos del pie derecho así como el meñique y el anular de ambas manos. Pese a ello, reaprendió a escalar en fisuras adaptándose a sus amputaciones y ahora, a sus 58 años de edad, aspira a escalar una de las fisuras más famosas y severas del planeta: Green Spit, en el valle del Orco italiano: “Si lo consigo, puedo morir en paz. Necesito añadir esa línea a mi lista”, dice (y ríe) en el documental Mushin.
Yamanoi sabe lo que supone dialogar varias veces con la muerte. Sabe lo que significa pelear con todo para escapar de una montaña. En 1998 una avalancha en el Manaslu le arrastró junto a su mujer: ella le desenterró, la boca llena de nieve, incapaz de mover un músculo, aterrorizado. Después, se preguntaría si los amigos que un día fallecieron sepultados por una avalancha sintieron ese miedo, si fue tan doloroso. Y más aún.
Mordeduras en la cara
En 2008, salió a correr cerca de su casa y al pasar por los alrededores del lago Okutama, mientras corría concentrado por un sendero estrecho y pedregoso, levantó la mirada y vio un oso lanzado a su encuentro. “No sé cómo explicarlo, pero que me atacase un oso fue realmente una bonita experiencia, es un bello recuerdo. Cuando vi a la hembra de oso corriendo hacía mí pensé que estaba perdido. Primero me mordió en el brazo, por encima del codo, sacudió la cabeza y con su fuerza enorme salí disparado. Después me mordió en la cara, durante un minuto más o menos, pero recuerdo su gruñido, sus ojos repletos de odio, su saliva, todo mezclado. Mientras, yo le daba puñetazos con ambos puños, con todas mis fuerzas hasta que perdí la voluntad de seguir luchando… fue entonces cuando la osa perdió interés en mí, se marchó. Yo sangraba tanto por la nariz que me mareé. Con una mano me tapé la herida del brazo y con la otra las de la cara, y así llegué a casa… pero no había nadie y los vecinos pidieron una ambulancia. No puedo olvidar el tacto de su pelo rugoso, porque normalmente nadie puede llegar a tocar un oso en su vida si este está libre”, rememora. El ataque le supuso 20 puntos de sutura en el brazo e hicieron falta 70 para recomponer su cara, parcialmente arrancada.
Mientras dura su visita a Italia para filmar el documental, Yamanoi intenta varios días escalar en libre la fisura Green Spit. Pero teme que sus mejores días hayan quedado atrás: “Ser consciente de tu capacidad física real es crucial para un alpinista si desea sobrevivir en la montaña”, concede en la cinta. De hecho, considera que un alpinista ha de asumir su destino cuando sale a escalar: “Voy a la montaña para estar solo con la montaña, por eso no llevo radio ni teléfono para pedir auxilio, ni pido partes meteorológicos. Acepto lo que me toca. Quiero escalar casi desnudo. Quizá estoy desfasado”, se pregunta. Los que le conocen lo consideran un “señor, un hombre de principios. Un samurai”. También es una persona que aspira a alcanzar un estado mental llamado Mushin que le permita un día actuar en la montaña o en la vida diaria sin que medie el enfado, el miedo o el ego.
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