Aunque Dinamarca empata con Eslovenia, el cuento de Eriksen tiene un final feliz
El mediapunta, que sufrió un infarto en la pasada Eurocopa que casi le deja sin vida y sin fútbol, firma el tanto danés
Acababa de marcar gol y, después de un festejo tan liberador como energizante, piel de gallina y momento que a uno le reconcilia con la vida y sobre todo con el balón, Christian Eriksen recibió el abrazo de sus compañeros. Era algo más que un tanto. Pero para él ya había terminado la algarabía porque en la cabeza tiene una pelota, porque ve el fútbol con una clarividencia que el resto apenas imagina. Movía las manos, señalaba zonas del tapete y organizaba a los suyos para lo que estaba por venir porque siempre entendió que el pasado no define al futuro. Una máxima que aclaró Eslovenia porque se llevó el empate y, sobre todo, que el 10 danés hizo buena en Stuttgart, toda vez que su cuento en la Eurocopa tuvo un final feliz.
La última vez que Eriksen jugó en la competición -frente a Finlandia en 2021- su corazón se paró de golpe, un infarto que le llevó al suelo y casi al cielo, diagnostico preocupante porque difícilmente podría volver a ponerse las botas. No lo haría en Italia, en el Inter (donde militaba), porque allí no se puede jugar con un desfibrilador incorporado. Pero ocho meses más tarde sí lo hizo en Inglaterra, primero en el Brentford y después en el Manchester United. También, claro, con Dinamarca porque no hay nadie que tenga su talento, jugador con compás y cartabón para filtrar los pases, indetectable futbolista de entrelíneas, crupier que siempre lo apuesta todo al rojo, trampolín y hasta en ocasiones punto final. Cosa que sucedió ante Eslovenia, probablemente en una jugada de laboratorio. Más que nada porque la bola salió por la línea de banda y Dinamarca corrió para ponerla en juego. Entonces, Wind se movió hacia el balón y se la dejó a Eriksen, que lo hacía hacia el lado opuesto. Control, remate y gol, el fútbol y la batalla de Eriksen hecha gloria, el círculo de la Eurocopa cerrado.
Pero eso no pudo con Eslovenia, equipo que se reduce a las dos áreas: en la suya porque cuenta con un portero mastodóntico como Oblak, siempre de la mano de la línea defensiva y en ocasiones hasta del centro del campo porque su defensa es en un acusado bloque bajo; y en la contraria, donde aparece por sorpresa y a la carrera, Sesko porque el equipo se expresa al contragolpe por definición. Los adornos y las virguerías, siquiera la posesión del balón, no es algo que le interese a Eslovenia, pues sabe a lo que juega y con este plan han llegado a la Eurocopa, empecinada ahora en lograr una primera victoria en el torneo [hasta la fecha suma tres empates]. Con esta hoja de presentación, a Dinamarca no le quedó otra que ser la única protagonista con la redonda en los pies. Y, aunque le falta algo de pie y cierto ingenio para descascarillar las defensas abigarradas, lo aceptó de buen agrado. Nadie más que Eriksen.
Tac, tac, tac, tac, tac. Por momentos, el fútbol de Dinamarca se reducía al sonido del impacto de la bota con el balón, pases precisos y diligentes que explicaban que al fútbol se puede jugar de mil maneras pero que ninguna es tan bella ni magnética como cuando se hace de forma colectiva. Le resultaba, claro, más sencillo sacarla desde la raíz, donde no había presión que le incomodara, que en campo ajeno, donde se reducían las líneas de pase. Pero a la que mezclaban Hojbjerg y Hjulmand con Eriksen, Dinamarca cogía color. Así, tras el gol del 10 se sucedieron las ocasiones, como esa de Vestergaard de cabeza a la salida de un córner o ese chut a bocajarro de Hojlund, también un nuevo remate de Eriksen con la zurda que se marchó alto.
Todo ocurría cerca de Oblak. Pero eso tanto le dio a Sesko, que se inventó de la nada un remate que metió el miedo en el cuerpo de Schmeichel, una contra simplificada a un control, un recorte y un disparo desde fuera del área que susurró a la escuadra. Incluso volvió a sacar su magia en otro balón huérfano de dueño al pegarle desde fuera para sacarle astillas al poste. Sus apariciones encorajaron a los eslovenos en el segundo acto, que empezaron a llegar con más efectivos a las contras, que también se definieron con los saques de esquina y hasta de banda, pues cualquier excusa era buena para poner un balón en el área. Y así llegó un testarazo de Cerin y un picotazo de Sporar que no cogió portería de chiripa. Después, también en un córner, Janza la cazó a bote pronto y la fortuna hizo que el balón tocara en Hjulmand para que Schmeichel hiciera la estatua, para que la pelota reposara en la red. Toda una bofetada para Dinamarca. Pero aunque empató el partido, Eriksen o Golazo (mote que le puso Pochettino en el Tottenham por su capacidad para sorprender con el disparo y con los tantos), el futbolista moldeado por Bergkamp en las inferiores del Ajax, avalado por Cruyff y apuntalado por Conte en el Inter, se llevó la victoria porque demostró que tiene una pelota de fútbol por corazón.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.