Doctorado de Bellingham en casa de Maradona
El Real Madrid se impone al Nápoles, que se adelantó en el marcador, al ritmo de otra exhibición del inglés, que volvió a marcar además de asistir a Vini
Cuando a uno le cuentan los partidos del Real Madrid, la pregunta ya no es ¿otra vez Bellingham?, sino ¿cómo lo ha hecho esta vez Bellingham? Y así van pasando los días, con nueve victorias en diez encuentros, y una remontada más, aunque en Nápoles mucho menos al límite: este equipo en formación luce ya más armado, siempre alrededor del inglés, goleador, asistente, recuperador, en la noche europea con más miga de la fase de grupos.
El inglés ha alcanzado enseguida ese punto en el que aparecen de golpe las comparaciones con los genios. En Nápoles, en el templo de una de las deidades más salvajes de la historia del fútbol, corría con el dominio de quien se mueve por su jardín. Hasta que, con un vago homenaje, recordó al mundo que estaba haciendo todo eso en la parcela de Maradona. Recogió el balón casi en el centro del campo y, después de atravesar entre defensas perplejos, marcó. El trayecto fue más o menos maradoniano; la ejecución, más bien zidanesca: el tranco, tan largo, tan superior, frente al puntillismo de la zancada del argentino, sus pasos como pellizcos. Superó y esquivó a campo abierto, y dribló luego en un espacio minúsculo ya en el área, todavía con claridad para acertar con la red.
Si el lance, tan por encima del nivel del partido, había convocado a Maradona y Zidane, sus maniobras hasta entonces tuvieron quizá también algo de Benzema. Bellingham aparecía cerca de Kroos, ordenaba y se iba con Vini, o con Rodrygo.
El alemán dirigía la orquesta, escogía el tempo, distribuía la pelota. El Nápoles había cedido el timón, instalado cerca de su área, dispuesto al zarpazo a la carrera con Osimhen y Kvaratskhelia. O aguardando una oportunidad a balón parado. El Madrid controlaba todo, salvo los córners en contra.
Kepa se alejó unos pasos de su portería a perseguir uno, y se extravió. No acertó a despejar. Vio flotar la pelota a un palmo de su puño. Cabeceó Natan al larguero y Ostigard cazó también de cabeza el rechace y marcó. El resultado no se correspondía con el desarrollo del juego. El Madrid se veía otra vez por detrás, pero no por empezar al distraído como otras noches.
Ahí también apareció Bellingham. Robó un mal pase de Di Lorenzo, avanzó y le dejó la pelota a Vini, que empató. El brasileño no marcaba desde agosto, un día que también le asistió el inglés. El gol, después del mes lesionado, funcionó de despertador. Hasta ese momento, a Vini le sucedía algo insólito; todos sus intentos morían casi en el mismo punto en el que comenzaban. Perdía la pelota sin haber avanzado apenas. Nada que ver con el agitador que desistía solo ante el tercer defensa, veinte metros más adelante. El gol le reanimó.
También al Madrid, que llegaba y llegaba mientras el Nápoles miraba cada vez desde más atrás. A los italianos no les funcionaba nada de lo esperado. Osimhen se veía perseguido de cerca por Nacho, incluso cuando se aburría y se acercaba a buscar juego cerca del centro del campo. A Kvaratskhelia lo tenían controlado entre Valverde y Carvajal, que ya lo desactivó hace unas semanas con España en Tibilisi.
En el Real fluía todo engrasado por Bellingham, un enigma móvil indescifrable para la defensa del Nápoles. A ratos, era también un poco Modric, que comenzó otra noche en el banquillo. Ancelotti ha encontrado su cuadrilla, y el croata se va quedando un poco atrás, mientras Kroos conserva el mando y a Camavinga le hace sitio en el lateral izquierdo, pese a disponer de Mendy y Fran García. Pero el italiano quiere a Camavinga en el campo, y ahí no desentona.
El partido discurría cuesta abajo hacia un punto donde parecían esperarle más goles al Real, pero la trayectoria la quebró uno de esos penaltis de lupa. Nacho bloqueó un tiro y el rebote le alcanzó un brazo. El Nápoles revivió con el gol de Zielinski. Kvaratskhelia burló las vigilancias y en dos minutos se sacó un tirazo y se estiró con un eslalom. En ese breve tramo, Kepa necesitó también una estirada. Pero el Madrid, que va cogiendo cuerpo, cerró esa ventana del Nápoles y volvió a mandar.
Y a marcar. Valverde se encontró con el despeje unos metros por detrás de la frontal. Liberó un derechazo violentísimo, un misil que atravesó el área sin curvarse, sacudió el larguero, golpeó en la cabeza de Meret, y entró.
El Madrid solventó otra noche que empezó torcida y ya es primero de su grupo en solitario, al ritmo de Bellingham.
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