A todo pulmón
Desconfía de un hincha que no cante un poco en la grada, aunque sea hacia adentro. El ‘Brasil decime qué se siente’ lo canta una voz supraindividual que es la de todo un país
Mi hermano se aprendió el himno del Celta con dos años. A esa edad balbuceaba palabras sueltas, pero sabía entonar con precisión el mustio “Hala Celta, a demostrar por tu historia y tradición” que con su dicción precoz sonaba absolutamente extraordinario. Este hecho, considerado como algo sobrenatural a los ojos de mi padre, convirtió a mi hermano en una especie de atracción de feria. Fuese donde fuese se le hacía cantar el himno del Celta, siempre con reacción entusiasta del público presente, loas, aplausos y fanfarria. “Este niño es superdotado”, se comentaba. Casi 30 años más tarde, Oliveira dos cen anos, el himno del centenario del Celta compuesto por C.Tangana, acaba de ser reconocido como la quinta canción del año 2023, según la revista Rolling Stone. Imposible imaginar lo que hubiese hecho mi hermano con este himno. Quizá le habrían integrado en el Circo del Sol, sino canonizado en el Vaticano.
Cuenta Juan Villoro en Balón dividido cómo la palabra hincha nació en Uruguay para describir a los chicos que inflaban pelotas al borde del campo. La hinchada, por tanto, hacía referencia a un conjunto de pulmones superdotados. Tiene todo el sentido del mundo porque lo pulmones son el único órgano imprescindible del hincha, hooligan o aficionado, incluso más que el corazón, y por supuesto más que la cabeza, siempre perdida en cuestiones de fútbol.
Desconfía de un hincha que no cante un poco en la grada, aunque sea hacia adentro. Desconfía del hincha sigiloso que escudriña los encuentros como un notario sin manifestar más presencia que la física. La magia del fútbol es hinchar el pecho para gritarlo a viva voz.
En España, salvo honrosas excepciones, se canta de forma mejorable en los estadios. Suenan cánticos descompasados, con escasas coreografías grupales, salvo el aplauso, y rimas que harían enloquecer a García Lorca. “Querer” siempre se acompaña por un “vez”. “Final” con “ganar”. O “Corazón” a veces se une a “razón”, el colmo de la comodidad poética. En esto algunas hinchadas internacionales nos llevan años de ventaja, especialmente la argentina. El hincha argentino no solo ve los partidos, los juega con sus cuerdas vocales. Allí los cánticos son el código de barras (bravas) del fútbol, una cuestión más identitaria que un pasaporte. El Brasil decime qué se siente, por ejemplo, lo canta una voz supraindividual que es, en realidad, la voz de todo un país.
Hace dos meses Éric Cantona sacó su primer disco. El mayor exponente del rock’n’roll sobre el campo tenía que terminar siendo cantante, era una cuestión de justicia poética. En una entrevista en The Guardian contaba cómo se sentía afortunado por haber tenido la oportunidad de expresarse de diferentes maneras a lo largo de su carrera. Primero, a través del fútbol, luego a través del cine, ahora con la música. “Si no tengo la oportunidad de expresarme, prefiero morir”, aseguraba. El disco se llama I’ll make my own heaven y Cantona recuerda al Leonard Cohen de los últimos años, con una voz ronca y susurrante. Suena sorprendentemente bien. El álbum contiene una canción que habla sobre la saudade (Éric Cantona vive ahora en Lisboa con su familia), ese sentimiento portugués imposible de traducir a otros idiomas que expresa el deseo de recuperar algo perdido por la distancia, casi más allá de la melancolía. Pienso en la saudade cuando recuerdo a mi hermano de tres años coreando el himno del Celta después de cualquier comida familiar, con nuestro padre, nuestro mentor futbolístico, más entusiasmado de lo que le quizá le he visto nunca en la vida. Pienso que, en realidad, la mayor distancia entre un aficionado y un equipo es el silencio.
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