Giuliano y la trampa del nepotismo
Ningún padre sensato manda a su hijo al paredón de la exposición pública si no confía en su talento, y mucho menos Diego Pablo Simeone
![Giuliano Simeone Atlético de Madrid Copa del Rey](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/6BKFIBUTTJGOBZHJB6BBSVIWQA.jpg?auth=aac815f6057ae7a1f76e6ebc48f982b6cdd6fbc081ae39ce62edc164231783d8&width=414)
![Daniel Verdú](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fauthor-service-images-prod-us-east-1.publishing.aws.arc.pub%2Fprisa%2Fe754d022-18a1-44ce-a528-105a01f36f2f.jpg?auth=dcb863cacfc0bb32942db2b658618b2a27252ccfa1bd13aa2a00df339401e234&width=100&height=100&smart=true)
Ningún padre sensato manda a su hijo al paredón, a una exposición cruel a causa de una falta de talento natural. Y mucho menos a un vestuario para que se le vean esas costuras de nacimiento que ni siquiera al final de una vida ya nadie logra disimular. Ni el padre de Aureliano Buendía, ni ningún otro. Y muchos menos Diego Pablo Simeone. Pero las cosas no siempre salen tan bien.
El sábado, en el Bernabéu, volvió a jugar Giuliano. Un delantero determinante, sacrificado. Un deportista sin sospecha. ADN atlético y todas las fórmulas retóricas que uno quiera para decir que es de los nuestros. O de lo suyos. Pero eso da igual. Al comienzo no debió ser fácil saltar a una cancha y demostrar en cada jugada que tienes sitio en el equipo de tu padre, un ídolo del club. A cada balón, al principio, un murmullo, como decía Jordi Cruyff sobre sus primeros pasos en el Barça de Johan, padre también de toda una nueva generación de aficionados culés. Un dolor de muelas también para un progenitor cuyo prestigio se ha forjado en el fuego de los banquillos incómodos, las decisiones impopulares y los divorcios con sus estrellas fugaces. Pero de repente, ahí está tu hijo, del que nadie duda, pero que, cómo negarlo, tuvo su gran oportunidad porque es también tu hijo. Y ahora, al mismo tiempo, ya es titular a pleno derecho. Menuda papeleta.
El Cholo contiene estos días determinadas emociones. Apenas se refiere a él en ruedas de prensa, no hay fotos charlando a solas. Tuvo que contenerse también con el primer gol en Champions del chaval contra el Salzburgo, que liberaba por fin el peso de esas miradas, de los murmullos. Los dos llegan por separado a los entrenamientos y se marchan sin ningún tipo de expresión del tipo “te espero” o “nos vemos en casa” aunque tengan comida familiar, contaba Ladislao Moñino el otro día en un preciso retrato de esa relación. Su padre, cuando era solo su padre, cruzó toda España en coche el día que Giuliano se rompió la tibia y el peroné mientras jugaba cedido en el Alavés. Pero ahora no se juntan ni en las gradas del Cerro del Espino cuando van a ver los partidos del Rayo Majadahonda, club en el que juega Gianluca, el hijo mediano del Cholo. Se sientan por separado para no propiciar una estampa familiar en público.
El mito del nepotismo naufraga en algunos casos. Pero hay algo en su raíz de fascinación religiosa. La idea de la herencia creativa, de que las cualidades del padre pudieran llegar a transmitirse sin requerir más credenciales. Como si el talento pudiese viajar entre los glóbulos rojos y blancos de la sangre como un polizonte. Como si fuese posible que la naturaleza, por arte de magia, clonase el mapa genético de la genialidad. El otro día todos los periódicos hablaban de los 11 goles que había endosado Thiago Messi en Miami a no sé qué equipo. El día que llegó el vástago de Ronaldinho al Barça, todo el mundo se frotó las manos (especialmente en las discotecas de Castelldefels). Y cuando vimos trotar a al pobre Romeo Beckham en el Brentford, se nos hizo imposible pensar que ni siquiera tendría un 10% del talento de su padre en la pierna derecha se retiraría a los 22 años del fútbol.
La tentación del nepotismo es enorme. ¿Por qué puso Cruyff a su hijo y luego a su yerno Jesús Angoy, que terminó como kicker en los Barcelona Dragons, un equipo de fútbol americano? ¿Por qué puso Zidane a parte de la familia, que curiosamente solo tenía nivel para jugar en el Real Madrid? Quizá por lo mismo que indultó Joe Biden a su hijo cuando estaba saliendo de la Casa Blanca, como si se hubiera olvidado la cartera dentro y tuviera que volver a entrar un segundo. Incluso el que firma esta columna, murmurará el lector más cafetero, no es el primero en hacerlo aquí con este apellido. Pocos, sin embargo, como Giuliano.
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