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El sereno ‘show’ de Ana Peleteiro en la calificación olímpica

La campeona de Europa de triple salto supera en el primer salto (13,46m) la peliaguda criba y llega como una de las favoritas a la final del sábado

La española Ana Peleteiro durante la prueba de triple salto de los Juegos Olímpicos de París.
La española Ana Peleteiro durante la prueba de triple salto de los Juegos Olímpicos de París.JULIO MUÑOZ (EFE)
Carlos Arribas

La pista del Stade de France son 13.000 metros cuadrados de polímero de caucho de distintos tipos, natural y sintético teñidos de violeta lavanda porque les parecía muy chachi a los organizadores de París, que querían un color que nunca se hubiera usado en ninguna pista, y a los esteticistas de la realización televisiva, que dijeron, queda genial, los atletas van a salir reforzados y las imágenes, guay. No había, al menos confesada, ninguna intención de proclama femenina el año en el que los Juegos alcanzan la igualdad de género, pese a que mujeres como Ana Peleteiro, utilizara el velocísimo pasillo de salto hacia el foso de arena, violeta entre dos bandas más oscuras, más morado que lavanda, para proclamar su fuerza imparable, su poder de mujer libre y madre, la niña con la abuela, que para año y medio después de ser medallista de bronce en Tokio, y regresa más fuerte, más consciente. “Con tanto público, con tanto ruido”, dice, “esto es un show. Me gusta el ruido. Me pone. La pista me encanta”.

Una carrera controlada, un mínimo viento en contra, ajuste en tabla (a 13 centímetros de la línea), hop (5,35m), step (4,07), jump (4,94m), un brazo adelante, un brazo atrás, vuelo y 14,36m, un centímetro más del mínimo exigido, no se trata de exhibirse, y un good luck alegre y genuino a las demás mujeres que aún deberán sudar para calificarse para la final del sábado (20.20). El deseo de los campeones: que todas lo hagan lo mejor que puedan, que yo saltaré un centímetro más. “Ha sido muy importante clasificarme a la primera a nivel mental, claro, y físico también, porque es, creo, la primera vez en la historia que ponen la final de triple al día siguiente de la calificación”, explica, serena, tranquila, la gallega, que habla de un salto correcto, educativo, y solo le pone la pega de haberse dejado 13 centímetros en la tabla. “No serán esos valores biomecánicos los que tendré en la final, seguro, pero necesito apurar al máximo las horas de descanso, dosificar energía”.

“Vengo para ser campeona olímpica”, anuncia la campeona de Europa y bronce mundial en pista cubierta. Ausente de la pista, no de París, pues en el Stade, en los palcos selectos, pasó la tarde Yulimar Rojas, su Aquiles cicatrizando a buena velocidad, filmando con el móvil y cierta melancolía los lugares en los que es única, como Peleteiro, con su misma ambición, y capacidad, y su poder, y marcas similares este año, entre 14,70m y 15m, media docena de saltadoras más. Están las dos cubanas, la veterana Liadagmis Povea (14,39m a la primera, en la calificación) y la joven Leyanis Pérez (14,68m, pero a la tercera); está la jamaicana Shanieka Ricketts (14,47m a la primera), con la que ya se batió en cobre en Tokio (y la dejó detrás), la ucraniana Maryna Bekh Romanchuk (14,30m, pasó con la octava mejor marca), que llegó a 15,02m para ganar el Europeo de Múnich, sin Peleteiro, de baja materna, está la norteamericana Jasmine Moore (14,43m), que saltó 15,12m en la altitud de Albuquerque pero no compite duro, y está la magnífica Thea Lafond (14,35m), la atleta de Dominica, la única saltadora que salta como los hombres, con los dos brazos moviéndose al unísono, no alternos, que le ganó el Mundial de Glasgow a Peleteiro y Leyanis con un salto de 15,01m.

Hay un buen pelotón igualado, que está en forma, y está Ana Peleteiro, que también está en la forma de su vida –el experimento paciente de su entrenador, construirla poquito a poquito, como a Yulimar Rojas, la venezolana que vive en otro mundo, a un metro sobre la tierra, récord mundial de 15,74m—y nunca falla. Compite mejor que ninguna. No hace nulos, Tiene siempre un salto de respuesta y, aun bajo la máxima tensión, una gran capacidad de ajuste a la tabla. Ella no perderá. Serán las otras las que le ganarán, en todo caso. Y 15 metros en el visor, el límite que deberá caer. “Estábamos preocupados por saltar dos días seguidos”, dice, “pero Pedroso, que ha sido saltador de longitud, donde siempre es así, ha cambiado el programa de pesas y hemos acertado”.

Peleteiro se crea su realidad, y en ella habita, y Marta García, también medallista en Roma, bronce en los 5.000m, choca con ella, con la realidad del mundo, en una semifinal tan desequilibradamente diseñada que le tocan con ella nueve que han bajado de 14m 35s, cuando ella tiene un magnífico récord nacional de 14m 44,04s. Y mandando, las dos mejores de la historia, la plusmarquista mundial, Gudaf Tsegay (14m 0,21s), la enorme Faith Kipyegon (14m 5,20s), doble campeona olímpica que busca un excepcional tercer título consecutivo y la campeona de Europa Nadia Battocletti. Pese a ello, la castellanoleonesa García, que vive y se entrena parte del año en Sankt Moritz, tenía fe en sus posibilidades y la mantuvo durante 4.500 m de los 5.000. Pasaban ocho y el grupo en el que iba era de 10. Se agarró hasta que no pudo más. Acabó novena. “He descubierto la realidad”, analiza. “A nivel mundial me falta cerrar un hueco. Está muy claro. Es una motivación para darme cuenta de que falta mucho que hacer y otro paso adelante para estar con esas mujeres”

Cuando el sol baja, huele a lavanda en París, o quizás sea solo una sugestión.

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Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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