Los Juegos de Simone Biles y el poder de los deportistas
Las guerras políticas subterráneas y la lucha por el triunfo en el medallero que se lleva Estados Unidos ante China quedaron empequeñecidas en París por el brillo de las figuras que conquistaron a la afición
El mundo habla, y los ojos le hacen chiribitas, de Simone Biles, de Sifan Hassan, de Rebeca Andrade, de Léon Marchand, de Sydney McLaughlin, de Imane Khelif, de Mondo Duplantis, Mijaín López, Stephen Curry, Remco Evenepoel, Zhanle Pan, Teddy Riner y del maravilloso Letsile Tebogo, los mejores de los Juegos, junto al Sena. O llora por Carolina Marín y sus rodillas rotas, tanto talento, o por Jakob Ingebrigtsen y Noah Lyles, caídos, tanta ambición. Son la luz de los Juegos, la llama. El país que representan, su bandera, son accesorios que dan color sin más, secundarios. Son los talentos privilegiados depositarios de los avances en el aprendizaje del movimiento humano, de la fisiología, de la tecnología, de la salud mental. Los campeones de las grandes, hermosas batallas. Líderes de la toma de conciencia de la juventud, de su poder global.
Todos avivaron la imaginación de quienes los contemplaban. Biles y Andrade han sacado a la gimnasia artística de sus orígenes elitistas que quieren que los hombres sean disciplinados y formales como militares y las mujeres estilizadas como bailarinas del Bolshoi, y la han llevado, con su energía, su potencia, su color, a los barrios, a las calles, a las favelas. Marchand, y sus cuatro medallas de oro, dos de ellas la misma noche, hizo a Francia sentirse por fin, por una vez, orgullosa de sus deportistas, y a todos pensar que Michael Phelps puede ser igualado alguna vez. Mondo, y sus aires de Principito, un Timothée Chalamet simpático antes del polvo de los gusanos, volvió a derrotar a ley de la gravedad, y con él todo el estadio se levó una noche de lunes. McLaughlin es la sofisticación de Hollywood y un talento único, su hermosa zancada en la que las vallas parecen desaparecer cuando ella se acerca. Riner, el coloso yudoca francés, es la persistencia, como, más aún, el luchador de grecorromana cubano Mijaín López, 130 kilos, 41 años, que conquista su quinta medalla de oro consecutiva en sus sextos Juegos. Curry lidera al Dream Team que reconquista a la afición, y Remco lleva el sabor del Tour a las atestadas aceras de Montmartre. Sifan Hassan e Imane Khelif son el poder de la mujer africana, la audacia de la neerlandesa al asumir un desafío mítico —correr y triunfar en 5.000m, 10.000m y maratón: dos bronces y un oro— que prestigia la carrera de fondo en los tiempos en los que todo se hace a toda velocidad, y los puños de la boxeadora argelina, y su carácter y determinación, que noquean los discursos de odio, clasistas, racistas, tránsfobos. Y Tebogo, desde Botsuana, que representa, como Julien Alfred, de Santa Lucía, o Thea Lafond, de Dominica, la globalidad única del atletismo, el deporte que sigue siendo el máximo símbolo del olimpismo y en el que pueden ganar siempre deportistas de países que ni sabíamos que existían.
En París, los mejores Juegos que se recuerdan, brillaron como nunca. Después de Río y su corrupción y problemas económicos, y de Tokio en medio de la pandemia, el movimiento olímpico necesitaba unos Juegos como los de París.
En la sombra, subterráneas, otras guerras.
Los atletas son vasallos de una bandera a los que tratan como reyes, o como emperatrices, oh, su majestad del fondo Sifan Hassan, la última premiada, cuando directivos orondos les cuelgan del cuello una medalla de los talleres orfebres de Chaumet ofrecida en bandejas Louis Vuitton por esbeltas púberes canéforas, como Rubén Darío diría, vestidas años 20, polo blanco, pantalón beige holgado y una gorra de titi parisien, tejido todo en los talleres de LVMH. Los deportistas generan unos ingresos de miles de millones que el Comité Olímpico Internacional (COI), un poder privado supranacional, gestiona sin necesidad de rendir cuentas a nadie y engordan el medallero, la clasificación que en las noches olímpicas, terminadas las competiciones, sirven de distracción y juego a los amantes del olimpismo, un panel de Eurovisión a veces, y que ellos, en sus palcos enmoquetados, los directivos que discuten y se pelean, lo convierten en el escenario de una batalla política. Como si el honor de una nación dependiera de la habilidad de una jugadora de hockey sobre hierba a la hora de transformar en gol un penalti córner. O del acierto de una jugadora de baloncesto en los tiros libres. El medallero, más que la salud deportiva de un país, refleja la calidad, la habilidad y la inteligencia de su inversión para producir medallistas. Y la capacidad de sus dirigentes.
Estados Unidos contra China. En la política global, en la economía mundial, en la guerra del antidopaje. En el medallero de los Juegos que domina China (40 oros a 39) hasta el último minuto de la última competición, hasta los dos tiros libres que convierte Khahleah Copper y le dan a EE UU la medalla de oro del baloncesto femenino (67-66 contra Francia): 40 a 40 y victoria final para el imperio por número de medallas totales: 126 (40 oros, 44 platas, 42 bronces) contra 91 (40-27-14). España (18 medallas finalmente) ocupa el 15º lugar de una tabla junto a las potencias triunfadoras habituales En el top ten, que ocupan las potencias habituales y el país organizador —Japón, Australia, Francia, Gran Bretaña, Alemania o Italia—, se ha infiltrado inesperadamente Países Bajos gracias a sus mujeres atletas —Femke Bol y Hassan—y a los tres oros del coloso de los velódromos, Harrie Lavreysen. Sus 17,7 millones de habitantes, tocan a una de las 34 medallas cada 520.000. Una métrica inigualable. Un modelo difícil de imitar.
Por sexta vez en los últimos siete Juegos, desde Atlanta 96, cuando la Unión Soviética se convirtió en múltiples países, Rusia y unos cuantos más, Estados Unidos ha ganado los Juegos. ¿La única vez que los perdió? Pekín 2008. Ganó China, claro. Y Rusia ya ni siquiera está, castigada por las maldades de Vladímir Putin en Ucrania. Desaparecido el peligro soviético, China es el gran enemigo.
A Thomas Bach, de 70 años, que quería cambiar la norma para presentarse a un cuarto mandato al frente del COI, le convencen de que mejor no y anuncia que en 2025 habrá elecciones. Sebastian Coe, presidente de la federación de atletismo, inmediatamente anuncia que se va a pensar muy seriamente su candidatura a sucederle. La habilidad con la que lidie el conflicto entre las dos superpotencias decidirá en gran parte su destino.
La guerra fría se convirtió en batalla abierta hace unos meses, cuando Hajo Seppelt, el investigados contra el dopaje de la cadena alemana ARD, sacó a la luz que la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) había tapado el dopaje de 23 nadadores chinos, muchos de ellos olímpicos. Inmediatamente, en una actuación coordinada, la Agencia de antidopaje de Estados Unidos (USADA), presidida de siempre por Travis Tygart, el sheriff que empeñó todo su esfuerzo en acabar con Lance Armstrong, machacó en el hierro al rojo reclamando responsabilidades. La AMA organizó comisiones de investigación, desveló todos los procedimientos y se mantuvo en su decisión primera: los positivos por trimetazidina se debían a una contaminación en las cocinas de un centro de entrenamiento. Cualquier otra interpretación era una tergiversación con malas intenciones. USADA mantuvo la guerra mediática, acusando al presidente de la AMA, el polaco Witold Bańka, de ser un siervo al servicio chino que condenaba al descrédito a su organización. El COI, finalmente, intervino. Cuando la víspera de la inauguración de París otorgó la organización de los Juegos de Invierno de 2030 a Salt Lake City, añadió una cláusula: si Estados Unidos persiste en poner en duda la independencia de la AMA, se podría revocar la concesión. Y advertía, además, que la ley antidopaje aprobada en tiempos de Donald Trump por la que EE UU se arroga el derecho a perseguir y castigar el dopaje en todo el mundo va contra el derecho internacional.
China se mantuvo silenciosa. Trabajó en la sombra. Justo después de que su nadador estrella, Zhanle Pan, se impusiera en una final de la distancia estrella, los 100m libres, en la que los dos estadounidenses quedaron los últimos, la agencia Reuters, en una información exclusiva, desvelaba que en los últimos años USADA había ocultado varios casos de dopaje de algunos importantes deportistas suyos, a los que ni había sancionado siquiera, a cambio de que trabajaran como informantes que permitieran llegar más arriba en la cadena del dopaje. Esta práctica, propia de la lucha contra el tráfico de droga, no está contemplada en el Código Mundial Antidopaje. AMA se lo hizo saber a USADA. La televisión china abrió sus informativos con la noticia.
Los próximos Juegos, Los Ángeles 28, la tierra de Hollywood y la fantasía Disney, lo tiene complicado para mejorar estos, a menos que los deportistas, los reyes de París 24, se mantengan y persistan, y sigan imponiendo su talento y su brillo.
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