Messi lleva a hombros a Argentina ante Australia
El capitán guía a una irregular Albiceleste a los cuartos de final tras superar a una animosa selección oceánica, que tuvo la prórroga a tiro en el último segundo
Colgada de Messi, Argentina apunta ya a los cuartos de final contra Holanda tras un partido ulceroso de entrada. Hasta que Messi, aburrido, puso a la Albiceleste a sus pies para consuelo argentino y de los que mendigaban una miguita de fútbol. Clavó de la nada el 1-0, cambió la cara al choque y quebró a una Australia que en la última jugada casi improvisa la prórroga.
Australia, una selección jornalera con reclutas del Columbus Crew, el Melbourne o el Fagiano Okayama, puso colmillo y nada más, porque nada más tiene. Y ya es mucho haber transitado por los octavos por segunda vez en su historia. Un equipo que sudó como una regadera para alcanzar Qatar tras una eliminatoria con Emiratos y otra angustiosa con Perú. En Qatar, Messi mediante, el heroísmo de la debilidad no tuvo más recorrido.
Enfrente, Argentina. Un tiro al aire. ¿La que se desvaneció ante Arabia, la que tuvo pulso con México o la que dio el estirón frente a Polonia? En Rayán, una Argentina aparatosa, sin chispa, sin volumen. Messi y la nada. Sin Di María, lesionado, relevado por el Papu Gómez, no había forma de que algún camarada rimara con el capitán. Ante el dique de los socceroos, hasta que Messi dijo basta, apagón total argentino. Negada por las alas, tiesa por el embudo y sin mordida para rescatar la pelota. Por fuera, el deficiente Molina y el intrascendente Acuña no ventilaban. Álvarez y el Papu, también plantados en las orillas, no son extremos con vuelo.
Al paso, Argentina trasteaba para nada con la pelota. En Australia, todos los chicos hermanados y bien apiñados. Todos jugadores de suela desgastada. Hasta que Behich, el lateral zurdo australiano, cabreó a Messi, el único sobresalto fue un remate del Papu a alguna provincia de Marte.
En medio del sopor, Behich tuvo una bulla con el rosarino. Mal asunto, al genio no conviene alterarle. Al instante, Behich, aún en el cuadrilátero, atropelló al Papu. La falta derivó en Mac Allister, que filtró la pelota. Quiso interferir Otamendi, pero Messi, con la bronca encima, no estaba para gaitas. Se anticipó a su compañero y aparcó la pelota en un rincón de la portería de Ryan. Uno de esos goles de toda la vida de Messi, mil veces visto y no por ello deja de asombrar su destreza con la zurda para cuadrar la pelota con la portería ajena. Hasta que Messi conectó con Messi, el choque parecía de garrafón de no ser porque un Mundial es un Mundial, pese a todo.
Messi dio la hora para Argentina y Australia se quedó en los huesos. Ni siquiera pudo chapotear cerca del Dibu Martínez hasta muy el final. Messi había puesto el semáforo en verde. La Albiceleste ya tenía otra coreografía. El capitán había espantado los fantasmas, todos ya más liberados.
Lionel Scaloni retocó la pizarra apenas comenzado el segundo acto. Lisandro, un central, cortó el hilo al Papu, extremo con fórceps hasta ese momento. Argentina, con tres centrales. Demasiado escudo para una Australia a dieta ofensiva por entonces. En fin, precavido y desconfiado que es Scaloni. Lo cierto es que nada más querer blindarse por si acaso, Julián Álvarez, pillo él, hizo el 2-0. Ryan, portero adversario, fue su compinche. El hombre, acogotado por De Paul, se hizo un ovillo con el balón. Y Álvarez, un jovenzuelo que intima con el gol, dio un pasecito a la red.
Todo parecía liquidado para Argentina. Y hasta Messi se aventuró en una de esas estampidas tan maradonianas, tan messiánicas. Metió marcha y a su paso los indefensos australianos cazaban moscas. O ni eso. Pero como ya le falta un punto de gas, Messi no pudo cerrar otro gol para el tesoro del fútbol en su partido mil.
Como el juego tiene sus imprevistos, con Argentina en vuelo a cuartos de final, a Goodwin, un subalterno recién llegado del banquillo le dio por soltar un zapatazo. El balón rebotó en Enzo Fernández y dejó a la intemperie al Dibu Martínez. De repente, porque sí, porque así es este misterioso juego, Australia estaba a un escalón de donde no había soñado. Argentina, en alerta roja. Una jugada espasmódica y otro partido. Tal fue el ánimo australiano que Behich, aquel que había enojado a Messi antes del 1-0, le siguió la pista al genio de Rosario. Bizarro él, no vaciló en querer emular al diez y no estampó un gol del mejor Messi porque se cruzó al límite Lisandro. Antes se habían desmayado varios de sus colegas.
Lejos de enchironarse, Argentina de nuevo se encomendó a Messi para sacudirse cualquier demonio. Leo cargó con el equipo y citó varias veces a Lautaro con el gol aliviador. También lo tuvo Leo… Nada. Y Martínez, el portero, evitó la prórroga cuando Kuol puso en vilo a toda la Argentina de Messi.
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