Reagan amenaza seriamente la candidatura de Ford
Desde las elecciones primarias de New Hampshire, celebradas en febrero, los Estados Unidos viven en un ambiente de nerviosismo. Entre la primera votación y las elecciones presidenciales suelen pasar nueve meses. Y en nueve meses se puede tener un hijo y se debe fabricar un Presidente. ¿Quiénes son los hijos favoritos de América en 1976? Hace unas semanas, las listas de candidatos a la Presidencia parecían demasiado largas, pero ahora se puede hablar tranquilamente de los cuatro «futuribles»: Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan y Morris Udall.
El presidente Ford, que parecía controlar el campo de los republicanos, acaba de ser derrotado por su rival, Ronald Reagan, que supo conquistar al electorado de Texas, uno de los estados más grandes y que más pesa en la balanza de la Convención de Kansas City. Los observadores estiman que Ford está a punto de perder en las primarias de Indiana, pero los partidarios del presidente aseguran que todavía quedan bastantes recursos para neutralizar al antiguo gobernador de California.Muchos americanos creen, sin embargo, que Ford se ha convertido en el símbolo del continuismo: en el heredero de los errores y los aciertos de la política de Nixon. El presidente es partidario de las salt y del diálogo con los rusos, a pesar de su declarada adversión al vocablo detente. Ford apoya a Israel, pero, business its business, no se niega a autorizar la venta de armas a los países árabes. Cuenta pues con los votos de los judíos y los no judíos, de algunos liberales y de los conservadores moderados. También puede contar con los electores negros, que prefieren presidente conocido a candidato por conocer.
Ronald Reagan, su rival republicano, intenta resucitar el patrioterismo de los años cincuenta. Su estribillo es: «el canal de Panamá es americano: América debe ser el país más grande y más fuerte del mundo». Pero después de la guerra del Vietnam, los americanos prefieren olvidarse de la política de los «gendarmes del mundo». Reagan hubiera sido un magnífico presidente en la época del senador Macarthy, pero los tiempos han cambiado y la gente se niega a aceptar el conservadurismo a ultranza.
La situación es mucho más compleja en el bando demócrata. El Partido cuenta con dos candidatos que no quieren o no pueden recorrer el camino de las primarias: Hubert H. Humphrey y Henry Jackson, ambos dispuestos a aceptar la investidura de la Convención de Nueva York. Pero el favorito de las masas es Jimmy Carter, el exgobernador de Georgia, que tiene el apoyo de los jóvenes y de la clase media, es decir, de quienes desean cambios radicales en la administración. El «fenómeno Carter» necesita una explicación bastante compleja: los que depositan su confianza en él juegan la baza de la honradez, de la seriedad, y porque no, de la novedad.
El exgobernador anuncia importantes cambios políticos, promete la reactivación de la economía y, por consiguiente, la creación de nuevos empleos para los desocupados, preconiza un mejor funcionamiento del legislativo, habla de la construcción de viviendas, hospitales y escuelas y promete deshacerse del sistema burocrático de Washington. Sin embargo, Carter no habla de su política exterior ni se molesta en atraerse a los electores judíos, negros o hispanoamericanos.
El sudista escoge cuidadosamente sus palabras: no le gustan las preguntas sobre temas que no quiere tocar ni las interpretaciones retorcidas de frases muy claras. Carter es un hombre de matices, pero prefiere imponer los suyos.
¿Quién es Morris Udal?. La verdad es que América aún no lo sabe. El senador fue el primer político que se buscó el apoyo de la gran central sindical AFL-CIO, indispensable durante la campaña presidencial. Pero Udall no tiene el encanto de Carter.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.