La plaza de Talavera, una charcutería
Ayer se cortaron diez orejas y dos -rabos en la plaza de Talavera. Que nadie piense, ante semejante despilfarro cárnico, que se escribió una página para el libro de oro de la tauromaquia. Al contrario: no se escribió. nada. Si acaso, unas notas. marginales sobre el triunfalismo y un público sano que tiene ganas de divertirse.Por lo visto, es de gran gozo pedir orejas. Lo vemos todos los días, El público puede pasar perfectamente, sin solución de continuidad, del bostezo mientras el diestro muletea, a un grado de excitación frontero con el paroxismo para pedir la oreja, no digamos para dos, y ni se quiera saber para el rabo.
Los toreros están en el secreto y saben pulsar los registros que mueven los resortes del triunfalismo. Así ayer en Talavera, sobre todo Palomo, que dio muchos pases en la línea del toreo serio. Sí, correctos a su manera; pases que a medida que los, daba íbamos olvidando. Pero principalmente supo consumar su puesta en escena con gestos de victoria dirigidos a la masa en medio de muletazos mirando al tendido, molinetes y giraldillas en cadena, desplantes. Hasta colocó sobre el testuz del toro el jipí que le había lanzado un entusiasta, lo cual fue celebradísimo. Allí se metió en el bolsillo a Talavera.
Ayer se celebró la segunda corrida de feria con cinco toros de Pablo Martínez Elizondo y un sobrero de la misma ganadería (el quinto), parla Palomo Linares, Angel Teruel y Niño de la Capea
Palomo. Pinchazo perdiendo la muleta y estocada tendida (dos orejas). Estocada tendida y rueda de peones (dos orejasy rabo). Teruel. Pinchazo y estocada caída (oreja). Estocada corta y delantera (dos orejas y rabo). Niño de la Capea. Estocada trasera), rueda de peones (dos orejas). Bajonazo (oreja). Los toros. Correctamente presentados, bravos en una sola vara, flojos, muy nobles. Casi todos estaban cojos. El quinto fue devuelto al corral por este motivo. Al cuarto no se le llegó a picar: cuando entró al caballo, éste perdió el equilibrio y esa fue la historia del tercio.
En realidad fue Palomo el que abrió la espuerta de las orejas y eso tienen que agradecerle sus compañeros, quienes no tuvieron que esforzarse en absoluto por avivar la llama del entusiasmo, sino, antes bien, hacer de, manera que no se apagara. Estuvo a punto de conseguirlo el Niño de la Capea, cada vez más vulgar y desangelado; nervioso y violento; truquista con el pico; hábil para burlar al enemigo por el expeditivo sistema de quitarse de en medio, o sea, echar a correr. A un torero así los aficionados antiguos le llamaban «bailarina» lo cual no está bien. Ahora le dan orejas, lo que aún está peor.
En Teruel vimos cosas de calidad, lo único esencialmente bueno de la tarde, y de. alguna forma pudo justificar lo de las orejas. Casi todo el toreo lo hizo de perfil; eso sí, pulcro, y menos relamido que otras veces. Dentro de la abundancia de pases decorosos que instrumentó en e¡ quinto, tuvieron categona tres naturales, deliciosos de temple y empaque, y unos ayudados por bajo para concluir el trasteo, magníficos de elegancia y hondura. Y aún más, quizá lo mejor de todo, la suavidad y el mando con que paró con el capote a sus dos toros, doblada la rodilla en el centro de la suerte, para que la fiera detuviese su alocada carrera y girara fija en el lance.
La corrida fue presentable, lo que es una novedad. No habláremos de trapío, para no exagerar, pero la fachada de los toros se ajustaba a lo que exige la categoría de la plaza. De fuerza, ya se sabe: apenas aguantaban una varita. El segundo de Palomo, ni eso, pues sencillamente, no se le picó. El sexto fue el único al que se le pudo pegar relativamente fuerte en un puyazo. Los seis tuvieron nobleza. Fueron seis toros de carril, aptos para cortarles las orejas y el rabo. Y se las cortaron, evidentemente, pero no los toreros con su arte, sino el público con su generosidad infinita.
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