La huelga
La huelga es la huelga, queramos o no, y hay que defender el derecho a la huelga, tan largamente abolida, porque ahora, con el fantasma de la devaluación, los catastrofismos milenaristas que anuncia López Rodó en sus conferencias y las declaraciones de algún ministro, parece que la salvación de la economía nacional estaría en recortar aún más la huelga. Y eso sí que no. El proletariado no tiene otra fuerza que su trabajo ni otra dialéctica que la huelga.Iba yo a comprar el pan y me encontre a José María Iñigo:
-¿Qué te ha parecido mi programa Fiesta?
-Querido José María, a pesar de tu Fiesta, macho, Madrid no era un fiesta.
El show no estaba ese día en Florida Park, sino en las Cortes.
Venía yo de comprar el pan y me encontré a Paco García Salve:
-Que esta tarde me caso y estás invitado.
Francisco García Salve, cura jesuita, economista y obrero, pueblo, hoy, entre el pueblo, ha puesto su gran corazón a cuadros (siempre lleva camisa de cuadros) en la causa del pueblo. El pueblo tiene derecho a la huelga, pero se habla ya de recortarla, de discutirla, de condicionarla. Lo único que se les ocurre, cuando las cosas van mal, es quitar el artículo 35 o reconsiderar la huelga. Pero la huelga es lo más democrático, lo más pacífico y lo más racional que se ha inventado para que el proletariado hable su lenguaje de silencio frente a la elocuencia del dinero.
Me llama Raúl Morodo:
-Que os vengáis a casa a cenar con el profe.
Tengo que preguntarle a Tierno cuál es su teoría de la huelga. En un año de posfranquismo, que se cumple ahora, mientras los políticos hablan, fraguan alianzas de hotel, conspiraciones de restaurante y siglas de boda, sólo el proletariado ha conquistado un derecho real, efectivo e histórico: la huelga.
Me dice María Cuadra que la quema de la librería Rafael Alberti ha tenido repercusión internacional. Quemando librerías y quitándole al obrero los pocos derechos que ha conquistado, no vamos a ninguna parte,
-¿Está usted por la huelga general?- me dice el parado:
Yo no estoy por nada. Pero hay maniobras, insinuaciones, cosas. Nos hablan un día y otro de los miles de horas de trabajo que se pierden con las huelgas. También se han perdido millones de horas de trabajo desde que los obreros hacen la jornada laboral de ocho horas. Volvamos, entonces, a las doce o catorce horas diarias de los tiempos felices de Manchester -y de Asturias-, para recuperar horas de trabajo.
La huelga, en fin, es un mal necesario en la que levanta el pueblo frente a la fachada adusta y rococó del poder o el dinero. La huelga es un cielo laborá, maralzulmahón, como diría Blas de Otero, un cielo que los proletarios construyen con cohesión y silencio aquí en la tierra, frente al cielo rosadillo de unos o el cielo consúmista y televisivo de otros. La huelga tiene la grandeza callada del bosque de Macbeth avanzando hacia los usurpadores de la Historia, una cosa shakesperiana y artesanal que hay que respetar.
La huelga, en fin, es un mal necesario en la dialéctica de la plusvalía, un recurso, no un ideal ni una utopía, pero que, como todos los grandes recursos límite, se convierte en la expresión patética, unánime y casi breclitiana del destino, que planea hegelianamente sobre el tiempo, aun cuando los señoritos del tiro de pichón le metan plomo en el ala de vez en cuando.
-Eso le ha. quedado a usted muy bien- dice el parado.
Es lo malo de los grandes temas profundamente sentidos: que cristalizan en retórica. Pero esto no quiere ser un poema, sino un aviso: hay que defender el derecho a la huelga. Aquí y ahora.
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